La salud mental, una asignatura pendiente
El suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte en la población joven tras el descenso de la mortalidad en accidentes de tráfico
Especialistas insisten en la necesidad de verbalizar estos problemas
Málaga/Si se hablara del suicido en términos estadísticos, habría que decir que cada año, el INE registra que más de 3.500 personas se han quitado la vida. Que la tasa bruta de muertes por este motivo es de 11 por cada 100.000 habitantes en los hombres y de 4.05 en las mujeres. Que, por cada defunción, hay 20 intentos y seis personas del entorno que resultan afectadas de manera directa. Que, según el estudio ESEMed, se estima que el 4.5% de la población, en algún momento de su vida, ha tenido ideas suicidas. Que en 2019, ha sido la primera causa de muerte entre los jóvenes con 309 fallecidos y que, en Málaga, cada 48 horas, una persona se quita la vida.
Si se hablara del suicidio en términos psicológicos, habría que decir que es la expresión máxima de una situación de angustia y sufrimiento. Que, científicamente, está demostrado que aquellas personas con antecedentes suicidas, trastornos psicológico, abuso de drogas y alcohol y conflictos interpersonales tienen más probabilidades, pero que no hay un perfil único y que cualquiera puede sufrirlo. Que las personas que tienen un plan (una cronología planteada, detallada, precisa) tienen un 73% de posibilidades más de morir que aquellas que no lo tienen.
Pero si se hablara del suicidio en términos humanos, habría que decir que Mireia (nombre ficticio) saltó del balcón de su casa hace tres años. Que durante seis meses, con sus días y con sus noches, vivió en un hospital con medio cuerpo paralizado a causa de las fracturas, que no tuvo apoyo familiar ni económico, que hizo “lo imposible” por salir adelante y que, poco después de recibir el alta, se acabó suicidando.
El paso del tiempo no ha hecho que Carlos Gómez, médico psiquiatra del Hospital Regional, olvide cada detalle de su historia. “Con pelos y señales”. Cuenta como, durante un tiempo, “se llevó” el caso a su domicilio: “Es algo habitual, le damos vueltas, lo retorcemos y, al final, no sacamos nada en claro”.
Cada día, este especialista en salud mental, recibe una media de entre 6 y 10 pacientes que intentan dejar de existir. Es el motivo por el que los psiquiatras “estamos” en urgencia: “El 80% o 90% de nuestro trabajo actual es atender suicidios, depresión, ansiedad… Solo vemos los casos que nos llegan. Luego, están todos los que desconocemos”.
El día antes de la entrevista, el doctor Gómez había atendido a ocho personas que se habían intentado suicidar. “Hoy, otros seis”, escribe a la semana. En la actualidad, trabaja en un programa de detección de suicidios a través del Machine Learning, la identificación de patrones complejos ente un número elevado de datos. Mediante el estudio de las historias clínicas, intentan detectar elementos comunes para obtener un algoritmo que permita localizar aquellos casos de alto riesgo: “La exploración de los datos a través de la tecnología puede ayudarnos a tratar este problema”.
Aunque este proyecto se encuentre en la primera fase, modelos similares ya se aplican en EEUU: “Presentan resultados mejores porque, a veces, incluso a los que tenemos el ojo entrado, se nos pueden escapar casos”. Gracias al acuerdo del Hospital Regional, con una empresa especializada en Maching Learning, van a estudiar otras patologías como el cáncer o las enfermedades cardiovasculares. La detección se sitúa como el gran objetivo de los proyectos de investigación que se realizan en la actualidad: “No ser capaces de anticiparnos es el mayor problema”, se lamenta el médico.
La dificultad parte de los factores de riesgo: “Son muy genéricos”. Los tratados de psiquiatría establecen una escala llamada Sad Person (persona triste): “Aunque den niveles muy altos, no permiten la predicción exacta. A día de hoy, lo único que funciona es la entrevista personal y la pericia del médico”, explica.
Miguel Guerrero es el responsable de la Unidad Cicerón, de prevención e intervención intensiva en conductas suicidas. La primera de Andalucía en su especialidad, en funcionamiento desde septiembre de 2020. Menos de un año. Factores como el miedo al “contagio” o a la “imitación” a la hora de comunicar el suicidio han provocado un vacío informativo durante mucho tiempo, explica el especialista: “Con la pandemia, se han puesto de manifiesto los problemas que existen respecto a la salud mental”. Guerrero comenta que, durante los meses del confinamiento estricto, los casos de suicidio consumado descendieron, aunque el aislamiento ha sido un “riesgo nuclear” y la OMS está alertando de lo que puede venir. Una tesis que comparte el doctor Gómez, quien esperaba una “explosión de casos” durante marzo y abril que no llegó: “Están apareciendo ahora”, subraya.
La mayoría de los factores que pivotan alrededor del suicidio convergen en un mismo punto: el sufrimiento. La motivación no es negar la vida, sino dejar de sufrir. Guerrero argumenta que, tanto la experiencia como la evidencia, demuestran que las personas que sobreviven a los intentos de suicidio, y consiguen salir de la situación, “siguen viviendo” y “quieren seguir viviendo”: “Pero claro, quieren hacerlo bien”.
El hecho de que no exista un perfil definido hace que el trabajo con los pacientes se base en esos valores predictivos. La labor, en tres tiempos: prevención, intervención y, postvención. Un escenario a futuro en el que entran en juego los supervivientes, aquellas personas que han perdido a un ser querido y que, de facto, comienzan a ser población de riesgo: “Establecer un drenaje emocional es muy preventivo, pero a la vez, está olvidado en colegios. La salud mental, el trabajo en valores y generar una convivencia positiva de apoyo social son factores claves de protección. Si la prevención no entra en las escuelas, estamos haciendo un trabajo parcial e ineficaz”.
La mención expresa que Guerrero hace de los colegios no es baladí. Se refiera al suicidio como un problema de salud pública muy democrático. La OMS recoge que el 75% de estas muertes se producen en países con bajos niveles económicos, pero países con altos niveles de PIB, como Corea, Japón o Australia, tienen tasas elevadas. Y en esta distribución económica, entra también en juego el factor de la edad.
El descenso en los accidentes de tráfico en 2019 entre personas de 15 a 29 años ha provocado un cambio de posición en el ránking. El suicidio es ahora la principal causa de muerte entre los jóvenes, pero este especialista explica que el trasfondo sigue siendo el mismo: “Son muertes evitables”. Se calcula que, de los 20 millones de resultados que aparecen en Google tras teclear la palabra “suicidio”, un 10% son de contenidos considerados “peligrosos”. El conflicto por el relato. No se trata de demonizar las tecnologías, sino de lo importante que es que prevalezca “tu mensaje” para que no lo haga otra persona “sobre la que no tienes control”.
Miguel Guerrero colabora con Razones para vivir. Un proyecto de la asociación Justalegría que desarrolla labores de cooperación internacional y ayuda humanitaria en República Dominicana y Marruecos. Su director, Jesús Criado, explica que, el entorno de la ONG quería poner en marcha alguna iniciativa dentro de Málaga. Con la mediación el Ayuntamiento de la ciudad, arrancaron el programa de prevención del suicidio. Trabajan con el equipo técnico de orientación de la delegación de Salud, formando a los técnicos que a su vez forman a los orientadores de institutos Málaga y provincia. Se convierten en agentes fundamentales para detectar y derivar casos. “A veces, vienen desbordados”, explica Criado, que añade que, en los últimos tiempos, están viendo “muchos casos” de autolesiones en jóvenes.
El psicólogo Xavier Brandido es uno de los especialistas que conforman el equipo de Razones para vivir. Asegura que el cutting (cortes) en menores es una práctica habitual. Se encuentran trabajando en una guía para que los colegios sepan tratar con estos casos. El tormento de la juventud: “A veces, no expresan esos sentimiento, y es posible que ni siquiera están capacitados para hacerlo. Toda la situación que estamos viviendo ha derivado en la vulnerabilidad de este grupo de edad. De jóvenes, no dudábamos del futuro. Ahora existe un miedo atroz por el devenir, por verse superados”.
El paciente cambia en función del lugar de atención. De las enfermedades mentales en los hospitales, a la frustración y desesperación de la consulta. Es allí donde toma protagonismo la psicoeducación en conducta suicida. Se plantea el problema bajo una premisa, ¿qué es lo que esa persona busca? ¿Dejar de vivir o dejar de sufrir?: “Los expones a una contraposición y planteo qué pasaría si consiguiéramos que la angustia que sienten desapareciera. El 99% aseguran que, en esas circunstancias, querrían seguir viviendo”. A partir de ahí, los pasos se van encadenando. Brandido les comenta que morir no arreglaría el problema, que dejarían de compartir otras experiencias, que él entiende su situación y que en el camino no están solos. “Una vez que comprendes la desesperación, entran en juego los factores protectores, los anclajes. Al final, se trata de saber gestionar los problemas de uno en uno y con recursos. Nos tenemos que acostumbrar a sufrir un poco, pero no se puede conseguir cuando vienen todos de golpe”.
Al frente de la terapia de grupo que organiza Razones para vivir, se encuentra María Montero. Esta psicóloga clínica es la responsable del servicio de atención y asesoramiento. Estima que, cerca de tres cuartas partes de las llamadas que recibe, están relacionadas con menores de edad. La mayoría, a través de familiares o del centro educativo: “Suelen ser estudiantes de secundaria, aunque estamos viendo casos de niños de 11 y 12 años”. Insiste en la necesidad de que la gente exprese que sufre estos problemas porque, si no lo hace, se pone en marcha una rueda de consecuencias: no recibe ayuda, los problemas van en aumento y, la probabilidad de consumar el suicidio aumentan: “Hay que verbalizarlo y no tener miedo a pedir ayuda”.
La pandemia también hizo cambiar el formato de las terapias que venían poniendo en práctica. Ahora son por Zoom. Solo el hecho de asistir, se plantea como un apoyo respecto al resto de miembros. Se abre la puerta a contar los problemas, “sin miedo” a que se juzgue, y se emplean técnicas de psicología positiva. En la última edición, todos habían intentado quitarse la vida. Algunos, en varias ocasiones. Un año después, “están genial”: “Algunas siguen quedando entre ellas”.
Coinciden los expertos en que las claves pasan por la visibilización, la prevención y, en adelante, el acompañamiento del paciente. ¿Y a partir de ahí? El tratamiento de la salud mental no es un punto de llegada, sino un camino. Hay un momento en el que los especialistas notan los primeros cambios positivos en la persona. La niebla empieza a disiparse. Comienzan por algo tan simple como peinarse. En las primeras sesiones estaban en pijama, con una depresión enorme y un día, llegan y cuentan que han ido a la peluquería y que se han comprado un maquillaje. Entonces, ven que empiezan a cuidar los detalles y a tener ilusión por algo. Poco a poco, vuelven a tener una rutina. Hacen planes, algunos son sencillos. Ir a comprar, quedar para tomar un café. Quizá asumen que no están bien del todo, que siguen sufriendo depresión o que tienen problemas, pero ahora, esas personas sí quieren vivir.
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