'Malaka', la Palmilla y una cuestión de justicia

Televisión

Continúan las andanzas de los investigadores Gámez y Arjona y las reacciones en redes sociales a la serie más perita

Y Salva Reina repitiendo la hazaña de Alfredo Landa en 'El crack'

Salva, ¿qué les dices a los que piensan que la Palmilla no existe?
Francisco M. Romero

17 de septiembre 2019 - 08:34

Tercer episodio de Malaka emitido por TVE en un horario quizá un pelín tarde. Un tercer episodio en el que Salva Reina sigue escalando para alcanzar la hazaña que lograra Alfredo Landa en El crack y en el que Palma-Palmilla mantiene su protagonismo. Menor que en los dos primeros capítulos, cierto, pero su sombra sigue ahí, bien alargada y orgullosa. Y sí, como siempre, por lo mismo: por la marginalidad, por las drogas, por el merdellonerío elevado a la enésima potencia.

Y tras los tres primeros episodios de Malaka esa presencia del barrio palmillero parece que molesta a un elevado porcentaje de los malagueños, el mismo que parece juzgar la serie por lo que muestra en lugar de por su factura, su guión, su ritmo, las actuaciones que ofrece al espectador.

Malaka muestra la realidad de Palma-Palmilla y muchos habitantes de la ciudad se llevan las manos a la cabeza por lo que se pueda pensar al ver tal escenario fuera de nuestras fronteras. Es maravilloso como hay quien se preocupa más de la imagen que se da de Málaga, que de Málaga en sí misma.

Al parecer, no importa que la localidad tenga un barrio como la Palmilla, siempre y cuando no se muestre ese barrio, su cruda realidad tal y como es. Ojos que no ven, corazón que no siente. Qué más da que sea todo un barrio el que se debe esconder bajo la alfombra roja de calle Larios cuando llegan las estrellas del Festival de Cine Español, o la Pasarela Larios, o la Noche en Blanco... Hay muchas alfombras bajo las que esconder la verdad de Málaga, escojan la que mejor les venga.

Por eso hay una especie de dulce revancha subyacente en Malaka: porque en Malaka calle Larios no existe. Aunque más bien es una cuestión de justicia poética que pone en su sitio a la Málaga del turismo y de Fitur, la Málaga de las guías y las listas de cosas por ver y visitar donde nunca está incluida, lógicamente, la Palmilla.

Porque tras el estreno de la serie muchos de los comentarios de los malagueños parecían dar a entender que la Palmilla no sólo no existe, sino que ni siquiera tiene derecho a decir esta boca es mía (a pesar de no existir; ahí hay una especie de gran paradoja, como en el ahora después). ¿Con qué derecho se arrastran de debajo de la alfombra los palmilleros y se ponen bajo el foco?

Es fascinante esa mitad de Málaga a la que siempre le vendrá mal la otra mitad de Málaga.

Por lo visto, hay malagueños que creen que las gentes de la Palmilla deberían haber dicho que no a Globomedia porque, al parecer, los palmilleros ya deberían haber aprendido que no pueden mostrarse al mundo. ¿Qué derecho tienen a dañar la imagen que Málaga se ha construido de sí misma?, parecen pensar. Una imagen que se ha llegado a creer, no sabemos muy bien por qué.

Málaga, como todas las ciudades del mundo, tiene evidentes problemas que no puede obviar, por mucho que quiera y por mucho que trate de hacer que desaparezcan con el absurdo e infantil truco de mirar hacia otro lado. Málaga es una ciudad de Barba Azules que pretenden ocultar sus miserias en el armario, una ciudad en la que se nos dice que hablemos bajito, menos cuando tenemos que hablar bien de ella.

Pues Malaka está hablando bien alto, diciendo lo que hay. ¡Ni que la Palmilla fuera Chernóbil, una zona a evitar, muerta, un espacio desolado al que sólo van los millennials imbéciles a tomarse un selfie!

Si tanto estorba la Palmilla, podríamos acabar con ella ayudándola. Málaga podría hacer algo por devolver a los palmilleros a la vida diaria de la ciudad. Y ya que estamos, a los habitantes de los Asperones también. De una vez por todas y por mero sentido de la justicia.

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