Así en la tierra como en las alturas
Miércoles de Feria
Apostado en una terraza se puede ver cómo la masa hierve al ritmo coreado en la plaza del Obispo. Todas las opciones, siempre en compañía, son válidas.
Aparcó su Ibiza negro en Trinidad Grund, sacó su sombrero de paja de la bandeja del maletero y salió del coche. Iba flanqueado, cada una agarrara de un brazo, por sus dos acompañantes, ambas con una flor en el pelo. Cruzaron la calle Córdoba y se dirigieron hacia el meollo. La fiesta compartida entre el barullo es la única válida. "Esto hoy está vacío", dijo una de las mujeres al ver la calle Larios desde la rotonda. "Anda ya", contestó él cuando pudo observar que un buen número de personas esperaban, se hacían fotos o paseaban bajo la portada principal. "Pues el sábado esto estaba que no se cabía, no se podía pasar", reiteró. Es verdad que la quinta jornada, ya de trabajo para muchos y amenazada por un terral que pasadas las 16:30 aún no se sentía demasiado, había dejado un poco de desahogo en esas calles que durante la semana se quedan tan pequeñas.
Después de ver un coro cantando en Liborio García, se podía subir con soltura hasta el tapón irremediable formado en la Constitución. Un grupo de chicos optaron por sortearlo por el Pasaje Chinitas. Iban camino de otro mogollón, el de la plaza Mitjana y alrededores. Su siguiente parada, según el ambiente y los planes sugeridos por los agregados a una comitiva que en cada parada se ensancha, sería Uncibay. La Feria se vive a ras de suelo. En las mesas al aire libre, donde al menos una decena de amigos cantaban hasta desgañitarse en un bar de Alcazabilla -con el ridículo bien lejos, de vacaciones-. En las calles, detenidos para observar y participar en un tablao improvisado. En las plazas, bailando los éxitos de Rafaela Carrá, coreando las letras cantadas una y mil veces con tantas ganas como si no hubiese un mañana.
Pero los que quieren despegarse un poco también suben a las alturas, atraídos por las vistas, por un escenario diferente y dispuestos a sembrar esa juerga que se lleva dentro. Al fin y al cabo, ésta supone más una manera de ser y estar en fiestas que una circunstancia hallada. Las terrazas se animan, sobre todo, una vez que se corta la música en la calle. En Batik, aunque abren a las 14:00, las primeras horas son territorio para un café tranquilo, para una charla alejada del bullicio.
"A partir de las 18:30 hasta las 22:00 se llena", comentaba Rafa, trabajador del hostel con preciosas vistas a la Alcazaba y el Teatro Romano. "La gente viene por las vistas y por el ambiente, a los malagueños nos gusta el follón y suben con el cuerpo hecho a alborotar, aunque nosotros no quisiéramos, aunque nuestro estilo el resto del año sea otro" decía. Y clavaba la puntilla. "Y con el vino en vena, pero es que estos días invitan a eso", comentaba sonriente.
En el Room Mate Larios también se dispone la terraza a partir de las 18:00, cuando ya ha cerrado la caseta que abren en la primera planta pensada, principalmente, para el almuerzo. "Tenemos tapas, bebidas y raciones y un dj para que los clientes puedan bailar, comer y beber en un ambiente elegante, a precios asequibles y con aire acondicionado", promocionaba Trini, comercial del establecimiento. Arriba, las sevillanas, las rumbas y las canciones del verano eran las que se encargaban de sacar a la pista del baile al personal, de animar a esos pies que aún no están cansados del todo. "Eligen la terraza por la ubicación, por vivir la feria con un buen servicio, en un entorno elegante y selecto estando en el corazón de la ciudad, la verdad es que el sitio es estratégico", apuntaba Trini.
Un público de mediana edad y jóvenes con la treintena ya cumplida suelen ser los asiduos a estos espacios -más cercanos al cielo y un poco más lejos del caluroso infierno-, lugares que en verano tanto éxito cosechan para tomar una copa tranquila. También se llena en estos días la terraza del Hotel Valeria. Con sus vistas al puerto, al Parque y la calle Larios, a la Catedral ofrece una panorámica de casi 360 grados para ver el latido que marca la ciudad como lo hace el narrador omnisciente, desde fuera. Las del AC Málaga Palacio o la del Molina Larios, la del Museo Taurino en la plaza del Siglo o la del hostel Oasis en los Mártires son atalayas a las que se suben malagueños dispuestos a tener otra perspectiva, mirar desde arriba lo que sus pies tantas veces han pisado. Pero también son una buena elección para los huéspedes de estos hoteles, algunos grupos de turistas nacionales que ya tienen fija su visita anual a la ciudad durante la Feria, como ocurre en el Hotel Larios.
Pero la masa que hierve y se altera, que ríe con sonoras carcajadas, que se sienta en un escalón para poder sostener la borrachera, que taconea, que se rasga la garganta con el hielo de su cubata y canta a la vez Mi gran noche de Raphael, que se besa y se habla al oído, que liga, que queda con amigos de la profesión, los de toda la vida, esa que da sentido a esta reunión perpetua de días y noches, suele tener bien anclados los pies en la tierra. Y si sube es para poder bajar luego a seguir saboreando, desde un prisma más cercano, en primerísima persona, los platos que prepara esta fiesta.
En la plaza del Obispo quedaba media hora del directo de Mr. Proper y todos bailaban y cantaban con su versión de Sabor de amor, de Danza invisible. Ni un hueco quedaba en la sombra. Los recién llegados tenían que aguantarse con el sol de justicia que calentaba la tarde. Aunque daban gracias de no estar sufriendo la plasta alertada en los partes meteorológicos. Sería obra y milagro de Santa Bárbara. Disfrutones de todas las edades con la música como motivo de comunión celebraban otro momento memorable. Y es que todos se sabían la letra y nada hay más divertido que eso. Con Chiquilla se hizo la locura, se viajó en el tiempo, se certificó una máxima. La de que hace falta bien poco para encontrar minutos de felicidad. Los mismos que podrán marcarse hoy y durante las próximas tres jornadas. Esos que aún están por venir.
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