Una torre a la que adorar
el prisma
En Málaga se busca ahora el modo de acallar las voces contrarias bajo la excusa de consensos impostados e interesados, en los que hasta los 'enemigos' políticos esconden sus diferencias
De una ciudad huérfana de debates, a una ciudad de debates irreales. Sorprende que en un tiempo propicio para el diálogo, éste esté ausente en los proyectos de la ciudad. En Málaga, tan acostumbrada a la sordera alimentada por las mayorías absolutas, se busca ahora el modo de acallar las voces contrarias bajo la excusa de consensos impostados e interesados, en los que hasta los enemigos políticos esconden sus diferencias en pro de no se sabe qué.
La gran torre portuaria, que algunos sueñan en el horizonte del dique de Levante, funciona hoy como el ídolo de modernidad al que todos adorar. La alfombra roja se extiende sobre el espacio portuario para que, llegado el momento, los inversores árabes puedan disponer la primera de otras muchas piedras con las que levantar un rascacielos de 135 metros de altura. Los actores que tienen en sus manos la posibilidad de condicionar el qué y el cómo se ejecuta tan significativa construcción asumen con ordinaria naturalidad lo que resulta extraordinario.
Ninguno de ellos duda, ninguno se pregunta por alternativas imaginables sobre tan señera localización. Todos parecen obnubilados por el brillo de los muchos millones de euros que se presume costará el edificio hotelero. Por eso y por los cientos de puestos de trabajo que, al albur de los euros cataríes, se generarán en la ciudad.
Llama la atención la posición en esta historia del PSOE. Quizás atenazado por la presencia de Paulino Plata al frente de la Autoridad Portuaria, del mismo signo político, las voces de los portavoces del socialismo de la capital se contradicen al avalar con entusiasmo los beneficios de la torre portuaria al tiempo que denuncian la perversión de las torres de Repsol.
Y en la misma medida, el alcalde, Francisco De la Torre, un hombre de espíritu dubitativo, que piensa y repiensa hasta su decisión de volver o no ser candidato en 2019, se conforma con lo que se le pone por delante, no divaga sobre la posibilidad de que lo que se alce rasgando el horizonte litoral sea algo más hermoso. Quizás anda el regidor esperanzado en poder ver al final de su periplo municipal una torre de la que presumir. Aunque no sea ninguna de la que él imaginó.
Nadie discute el valor de las aportaciones externas, pero sí que las mismas necesariamente tengan que levantarse sobre el espacio de todos. El suelo elegido, nacido de la nada tras la construcción del dique portuario y de la estación de cruceros, tiene la condición de público, por lo que, al menos, todos los que dicen representar a lo público debieran disimular tanto apego a lo privado.
Renuncio al entreguismo sea cual sea el contexto. No hay icono transformador que lo justifique. La referencia a lo público no obliga a que sea el dinero manado del bolsillo de todos el que tenga que sufragar cualquier otro proyecto sobre ese espacio. Pero sí debe ser decisión de todos definir qué sé quiere sobre lo que es de todos. No sirve el argumento empleado de que los que están a favor de la propuesta son la inmensa mayoría del Pleno. La democracia indirecta no es sinónimo de democracia participativa ni, en cuestiones de esta transcendencia, representativa.
Hace cinco meses, día arriba o abajo, muchos nos preguntábamos qué narices era el Consejo Social de la Ciudad. Para nuestra sorpresa, acabamos por descubrir que se trataba y se trata de un foro de discusión, del que forman parte colectivos representativos de la sociedad malagueña. Empresarios, Universidad, sindicatos, grupos políticos, colegios profesionales. No hay mejor escenario para articular un debate serio sobre la cuestión.
Y sin embargo, a pesar de lo cristalino del asunto, cinco meses después de que ese foro, reunido, con el apoyo incluso del alcalde decidiera dedicar una sesión monográfica al hotel del puerto, la sesión se hace esperar sin calendario en el horizonte. Ese es el único foro real. Todo lo demás es artificio, sesión teatralizada con un guión anunciado y en el que todos los actores participantes, incluso los discrepantes, conocen el papel que les toca jugar de antemano. Porque el hotel y sus 135 metros ya está construido. Aunque sea en la mente de algunos.
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