Tres mujeres del Renacimiento

La mujer aún era dependiente de su condición y de su estatus social; sometida en el plano intelectual a los cánones de la ‘Perfecta casada’ 

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José y la mujer de Putifar, Museo San Petronio (Bolonia).
José y la mujer de Putifar, Museo San Petronio (Bolonia). / M. H.

A mitad del siglo XIV invade Europa una corriente de pensamiento fresco que iluminó el pensamiento y aclaró el oscuro y espeso teocentrismo que había encorsetado a la Edad Media, haciendo florecer el humanismo en una sociedad que ansiaba vivir. Ese aire de pensamiento fresco fue bautizado por el pintor, arquitecto e historiador Giorgio Vasari como la “rinascita” del arte, o sea, el Renacimiento.  

Sin duda que la mujer aún era dependiente de su propia condición y de su estatus social, estando sometida en el plano intelectual a los cánones señalados en la “Perfecta casada” de Fray Luis de León: “¿Qué es decir que ha de estudiar la mujer y así empeñar a su marido y meterle en enojos y cuidados, en vez de librarle de ellos y ser perpetua causa de alegría y descanso?”. Pero el humanismo comenzó a cambiar las cosas y cada vez fueron más mujeres las que se unieron a la “querella de las mujeres”, aquel debate literario y académico que duró varios siglos y que inició la francesa nacida en Venecia (1364-1431), Christine de Pizan, una escritora, poeta, filósofa y humanista, tenida por la precursora del feminismo en Occidente. Ese debate reclamaba una mayor formación y un acceso a todos los ámbitos de la sociedad, fuese cual fuese su escala social. El humanista Tomás Moro abordó y apoyó dicha demanda en su “Utopía”, y en España tuvo adeptos como fue nada menos que la reina Isabel la Católica que llegó a crear un espacio de encuentros de mujeres eruditas denominado “la Casa de la Reina” y trajo a su corte a Beatriz Galindo “la Latina” (de ella el nombre del distrito de Madrid en Carabanchel), formada en la Universidad de Salamanca, docta en latín, gramática y griego, que fue instructora de las infantas Juana, Catalina, Isabel y María, y maestra de la poetisa Florencia Pinar.

Florencia Pinar (1470-1530) es la poetisa renacentista de la corte de Isabel la Católica. Una mujer que se alejó de las corrientes místicas para empoderarse como sujeto activo de sus poemas amorosos, pasando por encima de la convención social de la preponderancia del sexo masculino en el amor. Su poesía se manifiesta atrevida a la vez que guarda la compostura necesaria, ante las retóricas impuestas, como para mantenerse dentro de los cánones. Fue la única, entre un sinfín de nombres masculinos, que consiguió un lugar en el Cancionero General de Hernando del Castillo, donde se recogen las canciones castellanas más representativas del siglo XV. La poesía de Florencia Pinar se centra en los pasajes del amor erótico, utilizando un simbolismo en el que las perdices y los gusanos le sirven para contar su propia vivencia sexual. Su poema “Destas aves su nación” trata sobre la caza de perdices que siendo libres acaban siempre cautivas. La caza de la perdiz fue, durante la Edad Media, un eufemismo erótico que utiliza Florencia para introducirse en el papel de perdiz y expresar su cautiverio presa de la pasión: “Destas aves su nación / es cantar con alegría, / y de vellas en prisión / siento yo grave pasión, / sin sentir nadie a mía”. Es un grito de libertad. Escapar de la jaula para cantar con alegría al mundo. También utiliza para expresar el “mal de amores” a un gusano que representa a la vez, la muerte y el falo (no olvidemos que el sujeto del desamor cortés medieval era siempre la mujer): “Ell amor ha tales mañas / que quien no se guarda dellas, / si se l’entra en las entrañas, /no puede salir sin ellas. / Ell amor es un gusano, / bien mirada su figura: / es un cáncer de natura / que come todo lo sano”. Florencia Pinar, sin duda, simboliza la rebelión ante los cánones machistas del amor cortés.

Catalina Sforza “la Tigresa de Forlì” (1463-1509), puede que sea la más genuina representante de la mujer renacentista en el ámbito del poder. Hija natural del duque de Milán, Galeazzo Maria Sforza y de la condesa Lucrecia Landriani, nació en Florencia y fue educada, en el recién nacido movimiento filosófico y cultural que fue el humanismo, como una más de la familia Sforza. Del papa Alejandro VI Borgia, último de los enemigos que tuvo, recibió los apelativos de “Vampiresa de la Romaña”, “Diablesa encarnada” o “Virago cruelísima” (entendiendo virago como sinónimo de mujer que lucha como un hombre). Girolamo Riario, un sobrino del entonces papa Sixto IV, al que éste le concedió el gobierno de la ciudad de Imola, la desposó siendo aún una niña y concibieron seis hijos. Pero al morir el papa, tuvo que defender su patrimonio frente al papa sucesor, Inocencio VIII. Para ello se puso al frente de un ejército decidida a tomar el Castillo de Sant`Angelo en Roma. El papa claudicó, concediéndole además la plaza de Forlí. En 1488 murió asesinado en un complot su esposo Girolamo, por lo que tuvo que enfrentarse a sus asesinos en defensa de los derechos de su primogénito Octavio Riario. Asediaron su castillo y capturaron a sus hijos, amenazándo con matarlos si no se rendía. Según cuenta la leyenda, Catalina, desde lo alto de la muralla, se levantó la falda y señalándose la vagina gritó: “Ho con me lo strumento per farne degli altri” (“Tengo el instrumento para hacer otros”). Desistieron. No pasó mucho tiempo hasta que, por el mismo motivo, hubo de enfrentarse a Carlos VIII de Francia y, poco después, de nuevo con la Santa Sede ya en manos del papa Alejandro VI. Tuvo que luchar contra sus ejércitos, mandados por su hijo César Borgia que la hizo prisionera. Liberada al final con la ayuda de Francia volvió a sus territorios, pero se los encontró invadidos por la familia Orsini. Impotente, desistió en su lucha y terminó ingresando en un convento. Su vida amorosa fue intensa y fogosa, si bien su gran amor fue Giovanni de Medici, conocido como “il Popolano (por la rama Medici de los populistas), con el que tuvo un hijo del mismo nombre, conocido como “Juan de las Bandas Negras”, por su insignia, que se convirtió en héroe nacional italiano. Tuvo una relación muy estrecha con Leonardo da Vinci y su inquietud le llevó por caminos esotéricos y alquimistas, escribiendo un recetario de 450 fórmulas con plantas por la que fue acusada de brujería. Catalina Sforza, mujer de gran belleza, fue una renacentista indomable representada, según se cree, en la cara de la Gracia de la derecha de las tres Gracias que aparecen en el cuadro “La primavera” de Boticelli.

Properzia de Rossi, es la única mujer del Renacimiento que aparece, entre un total de ciento cincuenta artistas, en la obra “Las Vidas” de Giorgio Vasari. 

Nació en Bolonia en 1490 en una familia burguesa que le permitió formarse en las artes y acudir a la universidad, ya que la de Bolonia permitía el acceso a las mujeres debido a que la pintora Caterina de Vigri (Santa Catalina de Bolonia, patrona de los artistas) le había dado mucho renombre a la ciudad. Properzia se inicia en el mundo de la escultura tallando figuras en miniatura sobre huesos de melocotones y albaricoques con un realismo y detallismo que fueron consideradas como obras de arte extraordinarias (quizá este comienzo fuese influencia de santa Catalina que sobresalió como miniaturista religiosa). Su fama fue creciendo y, por mediación de su marido (imprescindible en la época), en 1520 recibió el encargo de realizar el altar mayor de la iglesia de Santa María del Baraccano que aspiraba a ser la más importante iglesia de Italia después de San Pedro del Vaticano. Más tarde participó en la reconstrucción de la Iglesia de San Petronio, también en Bolonia, en cuyo Museo podemos contemplar una de sus obras cumbres: “José y la mujer de Putifar” que fue la primera obra firmada por una mujer en una iglesia occidental. Por ello Properzia de Rossi está considerada como la primera mujer artista renacentista. Fue la primera en esculpir cuerpos desnudos en alegorías mitológicas y a mujeres con los pechos desnudos, no como iconos religiosos, sino mostrando la pasión sexual. Por primera vez el humanismo y el naturalismo se ven expresados por la mano de una mujer. Pero no le salió gratis, los hombres de su gremio le hicieron la vida imposible y acabó sus días, tras abandonar la escultura, dedicada al grabado en cobre que entonces era considerado una artesanía. Murió en 1530. Vasari recoge el epitafio de su tumba: “Si cuanto Properzia debe a la naturaleza y al arte tanto, / debiera a la suerte y a los regalos de los hombres, / la que ahora yace sumida en las tinieblas sin gloria, / podría igualar en alabanza a los más célebres escultores. / Además, lo que supo hacer con su brillante talento y arte, / lo muestran los mármoles esculpidos por su mano de mujer.”

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