El último samurái de los videoclubes en Málaga
‘Harmony’ es el único reducto cinéfilo que ha sobrevivido en Málaga a las plataformas y a la pandemia
Su dueño cerrará por jubilación tras 43 años al frente
Juan Mayorga siente rabia e impotencia al ver cómo a la industria videográfica, apostilla, se le ha aplicado la gota china: un martirio lento y progresivo que parece no acabar nunca. En su caso, ‘Harmony’ –el último videoclub que se dedica en exclusiva al alquiler de películas en Málaga– no ha perdido la batalla, sino que ha logrado resistir pese a esa falta de ayudas, el empuje de la piratería, de la televisión y las plataformas de streaming. Su ciclo, no obstante, ha terminado. El empresario y dueño del local de Cruz de Humilladero que ha hecho las delicias de los cinéfilos pone fin a 43 años de película. La previsión que maneja es que el próximo año echará el cierre para jubilarse después, reconoce, de una “vida dedicada al videoclub”, con hasta 4.000 cintas en stock y “alquileres a diario”.
La siguiente escena de esta producción de triste final es la de explicar la decisión a sus clientes de toda la vida. Y no está siendo fácil, porque la suya es una historia engarzada en la memoria sentimental de varias sagas familiares. “Aquí han venido hasta cuatro generaciones. Ahora, nietos de mis primeros clientes. Me dicen que no me puedo ir, porque esto es un museo. Aguantaré hasta el final”, asegura el empresario, que reconoce haber hecho “grandes amigos”. “Hasta parejas de novios se han casado después de conocerse en el videoclub”, cuenta.
Pero, ¿quiénes son los románticos que no renuncian al placer de perderse en las estanterías en busca de un filme? Paradójicamente, los jóvenes. Las personas más mayores, precisa el responsable del negocio, “son más exigentes”. “Los chavales suelen venir en grupos de dos o tres y se llevan una gran variedad de DVDs, sobre todo de cine español. Buscan películas muy concretas. La cultura es de la juventud”, remacha.
‘Harmony’ abrió sus puertas en el año 79 y, en el 82, su dueño, que entonces tenía 21 primaveras, amplió el negocio con la llegada de los formatos VHS y Beta. “Entonces solo se veía la primera cadena, que empezaba a emitir a las 3 de la tarde. Disfrutar de una película a cualquier hora era un lujo y los vídeos valían 100.000 pesetas; una burrada. Después bajaron los precios”, subraya el dueño.
La clave de su éxito, admite, ha sido “no dejar de traer novedades, estar a la vanguardia”. “Nunca me he negado a ofrecer ningún tipo de película. Compraba de Woody Allen, Pedro Almodóvar o Clint Eastwood”, recuerda. La demanda era tal que el responsable llegó a adquirir cerca de un centenar de copias de Parque Jurásico, el clásico de ficción que Steven Spielberg estrenó en 1993. “Imagine cuántas personas la alquilaban. En un día salían casi todas. Compraba películas según las necesidades y, cuando dejaban de tener salida, las vendía a otros videoclubes a buen precio. El vídeo llegó a hacer más dinero que el cine. Me iba muy bien”, relata.
Pero la estela de estos negocios –hasta cinco conviviendo en una misma calle– comenzó a sufrir los embites de las cadenas privadas, especialmente Procono. El “desastre”, se lamenta el empresario, continuó con la irrupción de los nuevos canales, que provocó el cierre de los primeros videoclubes, y la piratería. “Ya había más variedad y la gente veía otros programas. Ha sido una guerra”, narra el dueño de Harmony.
La pandemia ha sido el último golpe que dejó maltrechas las cuentas de estas empresas. “Cerré durante marzo y abril de 2020. Después, los clientes solo podían ir por cita y de uno en uno. Cuando se deshabitúan, es difícil volver y las plataformas nos han comido”, destaca. El empresario ahora se propone vender las cintas que tiene en stock con la previsión de jubilarse en 2022 y pasar más tiempo con sus nietos. Aunque el suyo “desaparecerá”, anima a otros colegas a abrir un videoclub, pero que tomen nota. Es un negocio “bonito” con el que “nadie se hará rico”.
Empresarios del sector: "No nos valoraban”
El hito de la industria videográfica fue el cierre en 2013 de la cadena estadounidense Blockbuster, que marcó la deriva definitiva del sector. Los videoclubes que siguen abiertos en Málaga han orientado el negocio hacia la venta de dulces, aperitivos, merchandising de películas y series y solo algunos –en Ciudad Jardín y en Capuchinos– mantienen un estand con cintas. Franju, uno de los clásicos, retiró sus filmes hace dos años para ofrecer, en palabras de Juan José, el responsable, “un mix de videojuegos, ropa y telefonía”. “Estábamos muy machacados por la piratería y las plataformas fueron la zancadilla”, se lamenta. El dueño afirma que no se les “valoraba” y que el público prefiere “la comodidad de no moverse del sofá de su casa”.
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