Los últimos negocios tradicionales del Centro de Málaga

Los establecimientos que más sobreviven en el corazón de la ciudad a lo largo del tiempo son las tiendas de ultramarinos y las farmacias

En la calle Larios solo quedan cinco locales históricos

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Escaparate tienda La Mallorquina. / Carlos Guerrero

El Centro Histórico de Málaga cada vez es menos histórico. En los últimos años, es una evidencia que se ha llenado de apartamentos turísticos y modernas franquicias al servicio de extranjeros que, mayoritariamente, están tomando las calles empedradas. Sin embargo, son muchos los comercios que están resistiendo a esta embestida y otros tantos que han quedado en el camino como son Calzados Hinojosa, Cosmópolis o Café Central

En la emblemática calle Larios, tan solo cinco establecimientos históricos y tradicionales sobreviven casi impasibles al paso de los años: Farmacia Mata, la pastelería y cafetería Lepanto, la heladería Casa Mira, una verdadera institución malagueña en su sector, el Quiosco Arturo y la Joyería Marcos. El resto, incluso firmas de postín, han caído como los grandes imperios ante la revolución que ha vivido la calle con el paso del tiempo.

El centro no solo se resume en una calle, muchas otras, en su mayoría callejones de adoquines, esconden negocios que levantan cada día su persiana para ofrecer esencia y tradición malagueña. Una cosa queda clara: los ultramarinos y las farmacias o boticas del centro de la ciudad están hechas a prueba de balas y cañones. Fuera de ellos, son los complementos como los sombreros de Casa Pedro Mira o la relojería de Miguel Heredia los que se mantienen en pie. 

La Mallorquina, ubicada en la calle Sagasta, recibe en la puerta con un cartel de ofertas de jamón malagueño de la Dehesa de los Montero. Al entrar, el olor a queso y las incontables botellas y tarros de conserva reciben al cliente que no sabe si mirar a la vitrina de quesos y embutidos o a la pared de los ibéricos. 

José Palma Medina es quien ahora regenta este establecimiento que abrió sus puertas en 1928 “por parte de un mallorquín o eso creemos al haber indagado en los archivos, pero no sabemos quién lo montó realmente”, explica. Palma ha tomado el relevo de su padre, que compró el local en 1982 cuando por escaparate solo tenía una pequeña ventana.

 “En los años setenta esta tienda abastecía a los hoteles de la Costa del Sol porque tenía productos de muy buena calidad y nosotros seguimos igualándolos y mejorándolos”, cuenta José Palma mientras recuerda aquel día de diciembre en el que su padre abrió el negocio: “Yo tenía 7 años y esa misma tarde me vine a ayudarlo a montar la tienda. Eso ahora me da nostalgia porque mi padre ya no está”. Ahora él y sus hijos continúan con el negocio, “ofreciendo siempre un buen servicio y precio” a los fieles y nuevos clientes. 

La última crisis que han sufrido fue como la de muchos otros: el coronavirus. “Nos afectó mucho porque nuestros principales clientes son las personas mayores”, cuenta. Pero, a pesar de ello, La Mallorquina está teniendo relevo: “Los hijos de quienes han fallecido siguen viniendo como tradición”. Sin embargo, no está siendo tan visitado por un público extranjero por qué según explica Palma, “muchos de los productos no pueden pasar los controles del aeropuerto”. 

Ultramarinos Zoilo, por su parte, lleva más de 70 años ofreciendo pasas, pan de higo, salchichón y chorizo de Málaga, queso de cabra o vino en el escaparate del número 65 de calle Granada. Zoilo Montero regentó el local de su tío junto a su esposa que conoció en el oficio y desde ese día no han cerrado sus puertas.

Ultramarinos Zoilo. / Carlos Guerrero

Y es que este tipo de comercios, fundados el siglo pasado, han sobrevivido tanto al éxodo de vecinos del centro histórico como a varias crisis, y han logrado reinventarse y adaptarse a las nuevas exigencias del consumidor, convirtiéndose en gourmet e incorporando la tecnología, convirtiéndose en un atractivo turístico más para la ciudad. 

Casa de Pedro Mira en la calle Especería, ya cuenta con más de 140 años de experiencia vistiendo cabezas. Desde que nació en 1880 en la calle Larios, pasó por calle Fajardo y se asentó en su actual ubicación, la moda del sombrero no ha caído según explica María Jesús Navas, actual propietaria junto a su marido: “El sombrero siempre ha estado en auge, sobre todo en verano para proteger del sol”.

Escaparate comercio Sombreros Casa Pedro Mira. / Lucía Serrano

Pedro Mira no tuvo descendencia pero, aún así, el negoció quedó en familia: “Pasó a los sobrinos y a partir de los años 50 lo adquirió mi suegro y hasta día de hoy nos mantenemos”. María Jesús destaca el éxito de la sombrerería en la que son muchas las personas que se detienen a mirar el escaparate que pronto les invita a pasar: “En este comercio se atiende personalmente, hay que buscar una talla y un modelo que quede bien a la cara”. 

Las muñecas también son dignas de adornar y es por ello por lo que la Relojería Miguel Heredia, ha dado tantas vueltas a las agujas como años llevan en la plaza de la Constitución: “Primero estaba en portal de un callejón y mi padre decidió hacer publicidad por todo el centro hasta que fue cogiendo su clientela”. Ya forman parte de ella la 3ª generación, que nunca han abandonado la pasión “porque este es un negocio muy poco particular. La profesión no se aprende en un cursillo”, explica el hijo de Heredia, que intenta “mantener el nivel que ha dejado mi padre”.

Relojería Miguel Heredia en plaza de la Constitución. / Carlos Guerrero

La pandemia fue un punto de inflexión para este negocio: “Tuvimos que cerrar e ingresos cero, pero teníamos claro que ibamos a seguir”. Sus clientes, “son personas de todas las edades, los extranjeros suelen venir a la compra venta de relojes de alta gama sobre todo”, explica. 

Cerería Zalo se encuentra en uno de los callejones del final de la calle Larios, en la calle Sta. María y solo por su escaparate colmado de artículos cofrades y religiosos se puede intuir que un pedacito de Málaga se encuentra en esta tienda. El negocio se remonta al S. XVIII (1724) y ahora es Nacho Gonzalo, quien va a heredar el comercio que cuenta con 300 años de antigüedad. “Al principio era una fábrica de vela y de pompas fúnebres, se llamaba Cerería La Custodia y era de mi bisabuelo. No se encontraba donde estamos ahora y hubo un tiempo que estuvo cerrada”. 

Cerería Zalo en calle Santa María. / Carlos Guerrero

Aunque de diferente nombre, pero de una misma procedencia, la Cerería Ojeda es también uno de los negocios más relevantes: “Mi tío Fernando Ojeda se quedó con el segundo apellido para su tienda y mi padre usó una abreviatura del primero, que pasó de Gonzalo a Zalo”. Cuenta que aunque la Semana Santa y la Navidad son las épocas de grandes ventas, “se mantienen durante todo el año con los visitantes, sobre todo nacionales, que quieren llevarse una figura o rosario”. 

Celyan Málaga, se encuentra “desde 1958 al servicio de los malagueños”, ofreciendo abanicos, mantones y mantillas, velos de novia y complementos. Celia, la tía de Cristina Guerrero se jubiló y ella decidió tomar el relevo de este negocio que según cuenta “intenta mantener la esencia de siempre, aunque en pandemia tuvimos que reinventarnos”. 

Cristina en el interior de la tienda Ceylan Málaga. / Carlos Guerrero

Celyan Málaga tuvo que trasladarse a la calle Marqués, cerca de la Iglesia de San Juan, pero la idea de volver a la calle Nueva, “siempre estaba en nuestros planes, porque ahí es un sitio principal de paso y donde empezó el negocio. Hay mucha afluencia”. Cuenta lo complicado que es continuar: “Seguimos porque somos gente joven con ganas de luchar y prosperar, pero quien esté para jubilarse le renta mucho más cerrar”. 

Farmacia Bustamante, antigua Farmacia Mamely, desde 1739 perdura en la plaza de la Merced con Ana Bustamante como farmacéutica titular. Con productos actuales en estanterías más que centenarias, se corona junto con la Farmacia de Emilio Utrera Jordan en las dos boticas más antiguas del centro de Málaga. 

Del siglo XIX, es posible encontrar en la calle Larios la Farmacia Mata, que mantiene aún los muebles que instaló el farmacéutico Agustín Pérez de Guzmán y que siguen pasando medicamentos de la mano de su bisnieta Pilar Romero García, actual propietaria del negocio. 

Tan solo el tiempo dirá si Málaga logra salvar su esencia o si sucumbe a la homogeneización que acecha a tantas ciudades históricas. Mientras tanto, cada visita a una tienda centenaria, cada compra en un comercio local, es una pequeña victoria en esta gran batalla por el alma de la ciudad

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