Un verano en Cornualles: la Costa del Rey Arturo

EL JARDÍN DE LOS MONOS

El caso del castillo de Tintagel y el rey Arturo me recuerda a Puente Genil, ya que, según dicen los pontanenses, primero fue el puente y luego el río

Post-Office (s. XII). Tintagel.
Post-Office (s. XII). Tintagel.

LA costa norte de Cornualles está bañada por el mar Céltico. Más al norte, se encuentra el Canal de San Jorge y, hacia el este, el Canal de Bristol nos adentra en el fiordo de Cardiff. En esta costa todo gira en torno a la leyenda del Rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda. Cerca de la frontera con el condado de Devon está el castillo y el pueblo de Tintagel. Recordemos su leyenda: Gorlois, Duque de Cornualles, escondió a su esposa Ingraine, en dicho castillo para alejarla del acoso de Uther Pendragón, mítico rey de Britania que estaba enamorado de ella. La fortaleza coronaba la cumbre de un acantilado haciéndola inexpugnable, por lo que el rey Pendragón tuvo que recurrir al mago Merlín para que le fabricase un hechizo que lo convirtiese en Garlois. De esa manera, suplantándolo, entró en el castillo, hizo el amor con Ingraine y la dejó embarazada de Arturo. Y allí, en el castillo de Tintagel, nació el rey Arturo.

Decidimos recorrer la costa artúrica comenzando por la ciudad más alejada hacia el norte que es Bude e ir bajando hasta St. Ives, donde comienza la pequeña península de Penwith. Teníamos que recorrer unos 100 Km de distancia, más o menos hora y media de viaje, si bien las carreteritas no permitían muchas prisas. Bude es un pequeño pueblo, que vivió siempre de su puerto y de la arena de sus playas que tenían propiedades fertilizantes para las explotaciones agrícolas. Para llevar la arena hacia el interior se construyó un canal. Pero fue en la época victoriana, cuándo se convirtió en una ciudad turística al ponerse de moda como balneario. Sus playas son asombrosas. Una antigua guía del siglo XIX las describe así: La vista al mar es de una descripción sorprendente, audaz y sublime: las rocas se elevan por todos lados hasta altas elevaciones quebradas. Es, sin duda, una costa idílica y romántica. Las rocas pizarrosas forman, en los acantilados estratificados, secuencias a las que se les ha denominado “formación Bude”. Desde la misma ciudad se pueden ver muchas de ellas, que han sido, además, causa de numerosos naufragios. El pueblo tiene algunos edificios notables del XIX, pero lo que más nos llamó la atención fue una pequeña torre de vigilancia costera octogonal, con los puntos cardinales tallados en cada uno de sus lados imitando al griego Templo de los Vientos de Atenas.

Seguimos la costa hasta el pequeño pueblo y puerto pesquero de Boscastle, declarado Área de Excepcional Belleza Natural de Cornualles. Está a unos 8 kilómetros de Tintagel y nació en torno al castillo de Bottreaux, construido por la familia homónima en el siglo XII, del que apenas quedan algunas ruinas. El pueblo, sencillamente encantador, es famoso por ser uno de los centros mundiales de la brujería y la wicca (moderna religión sincrética y neopagana fundada a mitad del siglo XX por el brujo inglés Gerald Gardner). Su principal foco de atracción turística es el Museo de la Brujería que tiene una de las colecciones más importantes del mundo de objetos relacionados con la nigromancia. Fue fundado en 1951, año en el que se legalizó la brujería en el Reino Unido. Entrar al museo es introducirse en el mundo y la historia de la brujería, desde la tradicional a través de sus objetos: libros, hechizos, amuletos, etc., hasta la más moderna ciencia neopagana con temas como el calendario La Rueda del Año, el Dios Astado o la Diosa Astarté. El museo es un compendio de encantamientos, hechizos y magia natural, con representaciones de brujas y antiguos dibujos, tallas, sombreros o escobas; no faltan muñecos para la magia blanca y la magia negra, así como toda clase de hierbas, botellas, cuchillos, espejos, cuernos y hasta frascos que conservan en formol, lagartos, patas de cabra o fetos humanos; tampoco falta la representación de Satán con figura de macho cabrío celebrando una misa negra. En fin, que hay que tener estómago para su visita, ya que la curiosidad, a veces, no mitiga la repugnante asquerosidad.

Muy cerca de Boscastle se encuentra la aldea de St. Juliot. Fue restaurando su iglesia cuando el arquitecto y poeta del s. XIX, Thomas Hardy, conoció a su gran amor Emma Gifford, cuñada del rector. Thomas le dedicó su tercera novela, Un par de ojos azules, ambientada en dicha aldea. Tras diversas vicisitudes que condujeron a la separación del matrimonio, en 1912 murió Emma, y Thomas, atormentado por el remordimiento, regresó a St Juliot y escribió Poemas de amor en su memoria. Una obra que está considerada entre los mejores poemas de amor del siglo XX. Recordemos uno de ellos titulado La encontré allí fuera: La encontré allí, / en una pendiente que pocos ven, / que cae hacia el oeste, / hacia el aire salado, / donde el océano rompe / en la playa púrpura / y el huracán sacude / la tierra sólida.

La leyenda artúrica está íntimamente ligada a la ciudad y al reino de Camelot. La primera vez que aparece citado este castillo-reino, en relación con el rey Arturo, es en la novela Lancelot, el Caballero de la Carreta (1176-1181) del francés Chrétien de Troyes, pero no especifica su ubicación. Mucho se ha especulado y se ha intentado identificar el mítico reino de Arturo con ciudades reales, especialmente desde el siglo XIX en el que nace el turismo como negocio. Así han optado a ser Camelot, dentro de la Gran Bretaña, Ceredigion (castillo de Dinerth) y Caerleon-on-Usk, en Gales; South Somerset (castillo de Cadbury), Wroxeter (ciudad romana de Viroconium) en Shoropshire y Windsor, en Inglaterra; pero la opción más probable de todas es el castillo de Tintagel.

El caso del castillo de Tintagel y el rey Arturo me recuerda a Puente Genil, ya que, según dicen los pontanenses, primero fue el puente y luego el río. Pues primero, el clérigo Geoffrey de Monmouth, en su Crónica La historia de los reyes de la Gran Bretaña (1130-1136), situó el nacimiento del rey Arturo en el castillo de Tintagel y después, Ricardo, rey de Inglaterra y primer conde de Cornualles, en el siglo XIII, construyó el castillo en la cima del impresionante acantilado que forma una pequeña península. En ese acantilado, como si Dios hubiese cortado un trozo de tarta triangular, se adentra el mar para formar, en el vértice interior, una preciosa cala de dorada arena que está permanentemente vigilada desde las alturas por el castillo. Mirando al mar, desde esa pequeña playita, a la izquierda se puede contemplar la enorme boca de una gruta conocida como la cueva de Merlín. Allí vivía el mago según la leyenda. Realmente no es una gruta sino más bien un túnel, ya que tiene salida por el final. Lo cierto es que solo se puede visitar si la marea está baja. Esa panorámica, con la cala, las majestuosas paredes de los acantilados y el castillo por montera, tiene la luminosidad y el romanticismo de un lienzo de Turner.

El pueblo es muy bonito y acogedor. Entre sus edificios destaca la oficina de correos (post-office), una casa del siglo XII que es una joya arquitectónica y que aún sigue cumpliendo con su función. Fue en Tintagel, en unas excavaciones, donde se encontró la llamada piedra de Artognou, actualmente en el Museo Real de Cornualles en Truro, que contiene una inscripción que muchos interpretan que se refiere al rey Arturo. Y, también en sus alrededores, se han encontrado numerosos vestigios de la Edad del Bronce, como el túmulo de Condolden, o la Edad del Hierro, así como numerosos restos de la época romana.

La última parada, antes de llegar al St. Ives, la hicimos en el pueblo de Newquay, un pueblo al que llaman el Tarifa inglés por gozar de unas playas salvajes con olas enormes y constantes, un clima más apacible del esperado y una marcha nocturna “dabuten guay”, o sea, un paraíso para los surfistas. Del pueblo, cuyo origen está en la Edad Media, nos llamó la atención una torre conocida como “la cabaña de Huer”. Fue una torre, originalmente usada como ermita y faro, que sirvió como observatorio para alertar de la llegada de los bancos de sardinas. Recibe su nombre del que fue su primer vigía, un tal Huer, encargado de detectar la llegada de las sardinas y dirigir a los pescadores hacia ellas. En Cornualles nada deja de sorprender, por inventar, inventaron hasta el oficio de “oteador de sardinas”. Esa noche, en casa, cenamos egg and chips.

stats