Un verano en Cornualles XIII: Mágico y ancestral
Los caminos de Cornualles son insondables y estrechísimos, tanto que nunca se sabe cómo se va a solucionar el cruce con otro vehículo
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La cantidad de monumentos megalíticos que pueblan el condado de Cornualles es verdaderamente asombrosa. Los hay de todos los tipos, tamaños y categorías, y datan desde el Neolítico hasta finales de la Edad del Bronce, esto es, desde el V al II milenio a.C. Estos monumentos ancestrales, junto a una atormentada geografía de la zona, las arruinadas construcciones mineras del estaño y el cobre, su climatología desabrida y brumosa, un terreno pedregoso, agreste, y una vegetación pobre y áspera en la que predominan brezos y espinosos matorrales, han alimentado una abigarrada y rica fantasía entre sus habitantes, en cuyas leyendas y mitos abundan los gigantes, duendes, hadas, magos, brujas, villanos, dragones, princesas o héroes. Estas alegorías dieron lugar, socialmente, al nacimiento de chamanes o druidas capaces de dominar y mantener, mediante el conocimiento de la adecuada liturgia, ese mundo mitológico que pasó a formar parte de la creencia popular. Hasta cercanos tiempos pasados, los habitantes córnicos han estado convencidos tanto de la existencia de gigantes (recordemos a Gargantúa que construyó el Mont St. Michael), como la de unos duendecillos traviesos y, a veces dañinos, conocidos como priskies, responsables del robo de niños humanos. Tan convencidos han estado de su existencia que, en todas las casas, tenían adaptado un espacio donde los duendecillos pudiesen bailar, aunque ellos preferían danzar, según la leyenda, junto a los dólmenes, en los círculos de piedra o en los montículos de hadas. Muchos córnicos creían que los priskies eran los espíritus de los habitantes prehistóricos de Cornualles y que eran tan pequeños porque se han venido encogiendo y se encogerán hasta que desaparezcan. Desgraciadamente, las nuevas tecnologías los han encogido total y absolutamente. De un pantallazo han dejado de existir en el imaginario popular, lo que no deja de ser una pena.
Aquella mañana mi compadre Paco quería llevar a su hijo Franc a ver un parque que era una especie de zoo de aves (que él las clasificaba genéricamente como “falcones”). Para mi compadre todo lo que volaba era un falcón, aunque como es sabido (por los ornitólogos) la familia falconidae la forman solo los halcones, alcotanes y cernícalos (la mayoría de estos últimos no vuelan porque carecen de alas, caminan con dos pies y son urbanitas). En realidad, llevar a Franc a ver falcones era una excusa, porque el niño ya conocía dicho parque por haber estado en él con Merche días antes. Era Paco el que estaba loco por ver a los pájaros. En lo tocante a Nani y a mí, para nada nos apetecía perder la mañana viendo pajarracos, así que decidimos separarnos. Paco, Cari y Franc se fueron a ver “falcones” mientras que Nani y yo nos fuimos a ver los más importantes y conocidos monumentos megalíticos de la península de Penwith. Para ello, nos preparamos adecuadamente para caminar campo a través por aquellos pedregales llenos de pinchosos matorrales. Básicamente queríamos ver el esotérico “Men-An-Toll”, los dólmenes “Quoit Lanyon” y “Chun Quoit”, y el menhir “Men Scrifa”, aparte de ver varios de los muchos círculos de piedra (crómlech) diseminados por toda la pequeña península de Pendwith.
Los caminos de Cornualles son insondables y estrechísimos, tanto que nunca se sabe cómo se va a solucionar el cruce con otro vehículo que venga en sentido contrario, así como tampoco se sabe a dónde acabará llevándote. La cota de los caminos suele estar siempre más baja que la del suelo, y si en algún lugar es la misma, el camino estará encajonado entre vallas de piedra que delimitan las parcelas agrícolas. Así pues, con el coche, te tienes que tragar el camino completo porque es imposible dar la vuelta. Pero yo llevaba un plano con los destinos señalados (aproximadamente), aunque bien es cierto que, en alguno de ellos, había que caminar un largo trecho.
El primer monumento megalítico que visitamos fue el “Men-An-Toll”. El camino nos dejaba bastante cerca y, además coincidió que, cerca de él, estaba el estudio-taller de Neizan, el marido de Merche. Su nombre se puede traducir como “La piedra del agujero”. El monumento consta de tres piedras con una establecida colocación para cumplir con su función. Concretamente es una piedra con forma de rosco (exactamente igual que un “donuts”), de metro y medio (más o menos) de diámetro exterior y unos 70-80 cm de diámetro interior. Está colocada en el suelo, perpendicular a la línea imaginaria que une dos menhires enfrentados y colocados a cada lado, a unos 4 o 5 metros de distancia del “rosco”. Este monumento data de la Edad del Bronce (3000-4000 años a.C.) y es famoso por la creencia en sus potenciales efectos de curación, de fertilidad y de adivinación, debidos a que las energías positivas se concentran en el punto medio del agujero durante épocas determinadas del año. Creencia que se ha mantenido desde su creación, es tan antigua como él. El ritual consiste en atravesar el agujero de la piedra nueve veces para lograr los beneficios deseados. Tradicionalmente también se estuvo practicando este ritual con los niños recién nacidos para garantizarles una crianza sana y fuerte. No nueve, pero sí una atravesé el rosco por si un casual. Nunca se sabe.
Le echamos un vistazo desde fuera al estudio de Neizan, ya que él no estaba allí en esos momentos. Entre las esculturas del patio nos sorprendió un Cristo de gran tamaño realizado, como todas sus esculturas, con chatarra. Desde allí nos fuimos en busca del menhir “Men Scrifa”, sito a unos 300 metros del estudio. Es éste, como todos los menhires, una piedra alargada sin tallar utilizada para ser hincada en el suelo y mantenida vertical. El “Men Scrifa”, cuya traducción es “piedra con escritura”, es famoso por tal inscripción. La piedra, de planta cuadrangular y unos dos metros de altura, tiene inscrita, en latín degradado y letras mayúsculas, la frase “Rialobrenvs hijo de Cunovalvs”. No se sabe quiénes fueron ni el padre ni el hijo, pero se supone que puede referirse a algún reyezuelo de alguna tribu de Cornualles. Lo único claro es que el menhir es de época prehistórica mientras que la inscripción puede datarse entre los siglos V y VIII d.C.
Tomamos rumbo al dolmen “Quoit Lanyon” que se encuentra a unos pocos kilómetros de Penzance. De época neolítica (4000-2000 a.C.), este dolmen, tal como lo vemos ahora, está compuesto de una gran piedra plana cuadrangular de más de doce toneladas, sostenida por tres menhires de una altura de, aproximadamente, metro y medio. Derribado por una tormenta a comienzos del siglo XIX, fue reconstruido en 1825 con solo tres de los cuatro menhires que tenía. Se suponía que originalmente podía pasar un hombre a caballo por debajo y en la imaginación popular fue la mesa de un gigante. Lo cierto es que estos dólmenes eran monumentos funerarios y, por cierto, en español se les llaman también “tejos” si bien tal acepción no la recoge el diccionario de la RAE. Desde este tejo, que es el más antiguo que se conoce de piedra plana, nos fuimos al “Chun Quoit” que está muy cerca de Pendeen, o sea, al lado de nuestra casa de Canyorth. Es como una seta. Tres losas forman un tronco de pirámide de unos dos metros de altura y sostienen una gran losa con cúpula, tal como un sombrerillo de seta. El dolmen es una cámara funeraria que, según parece, también debió tener una función ritual religiosa. Con él dimos por finalizada la ruta y nos fuimos rápidamente a casa para arreglarnos, ya que habíamos quedado a comer todos con Merche y Neizan por la celebración pendiente de nuestro aniversario de boda. Merche, encargada de elegir el restaurante, nos llevó a un griego (la cocina inglesa en general es muy variada, se puede elegir entre la comida griega, italiana, pakistaní, china, etc., etc.). No faltó la ensalada con queso feta, ni la musaka (berenjenas fritas, carne picada, tomates, cebollas y salsa bechamel). Todo acompañado de un vino tinto de Macedonia que no estuvo nada mal.
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