Las vidas que alimenta el comedor Santo Domingo de Málaga
La entidad sin ánimo de lucro reparte comida a más de 150 personas al día y las acompaña en su inserción sociolaboral
Este verano los usuarios han crecido un 30% y han tenido que multiplicar por cuatro sus ayudas directas para alquiler y suministros
Málaga/Casi una hora antes, Alejandro ya espera en la puerta del comedor Santo Domingo. Regresa hoy a por el almuerzo y la cena después de haber pasado los últimos tres meses en el albergue municipal. Se había quedado en la calle en un año casi en blanco de ingresos.
“Yo trabajo en la hostelería, estaba esperando ya con necesidad que llegara la Semana Santa y con la pandemia todo se vino abajo”, dice. Por fin le ha llegado la Renta Activa de Inserción y ha podido alquilar una habitación. Más de la mitad de los 420 euros mensuales que cobra los invierte en la vivienda, así que para comer acude a la ayuda de esta entidad privada sin ánimo de lucro.
El comedor social Santo Domingo supera los 10.000 servicios de comida mensuales. Reparten diariamente a 150 ó 160 personas, de lunes a sábados, desayuno, almuerzo y cena. Entre junio y septiembre de este año han tenido un aumento del 30% de usuarios, cuando normalmente eran meses de bajada gracias a los empleos estacionales derivados del turismo. La crisis sanitaria ha dejado en la cuerda floja a las economías más precarias y la demanda crece en toda la provincia.
En casa de Belén viven cuatro adultos y dos niños y solo entran los 390 euros que ella cobra de paga. “Hasta agosto he estado limpiando apartamentos y también casas por horas, pero con la pandemia ya no me llaman, las personas mayores tienen mucho miedo”, explica.
“Si no es por Santo Domingo no comemos, gracias a Dios que tenemos esto”, agrega Belén y recuerda que el próximo 13 de febrero hará tres años que acude de forma intermitente al comedor social. “Mi madre lleva cinco meses esperando el Ingreso Mínimo Vital, dicen que está en trámite, pero nada y ahora con el nuevo encierro el trabajo está demasiado difícil”, confiesa.
“Estamos muy mal, sin cobrar, y esto no puede ser, que los políticos espabilen y hagan algo por el pueblo, que ya está bien de que se lleven el dinero ellos”, se queja Antonio. Y Katerine demanda con urgencia una vivienda para la gente que está en la calle. Javier es uno de ellos.
Su aspecto cuidado no lo delata, pero está en la cola después de ducharse en las dependencias de la Cruz Roja tras dormir en un saco junto a la comisaría de Palma-Palmilla. Durante casi 22 años sirvió como Guardia Civil en el País Vasco. Relata que la depresión y el alcoholismo terminaron con su carrera y con la posibilidad de tener un futuro tranquilo después de la presión sufrida en el norte.
Javier llegó a Málaga en 2013, estuvo cinco años en la residencia San Juan de Dios, se desintoxicó en Proyecto Hombre y estudió cocina. Trabajó en la hostelería y todo parecía remontar cuando llegó el Covid “he vuelto otra vez a la calle, llevo casi dos meses ya”, lamenta. En los recursos de la Agrupación de Desarrollo Puerta Única de Málaga hay meses de espera, comenta Javier, y teme que se le eche el invierno encima sin un techo en el que resguardarse.
Sus dramas, sobrecogedores para los pocos que los escuchan e invisibles para la mayoría, son sus caballos de batalla diarios. Se enfrentan a la pobreza cara a cara, a no contar ni con lo básico ni con aquello que les aporta cierta dignidad, como poder comprar un regalo de cumpleaños a una hija. Por fortuna, tienen de su lado entidades e instituciones que les ayudan a superar los retos más difíciles.
“El comedor va de la mano con un programa de intervención social, apoyo psicológico y orientación laboral, se tienen que implicar en su propia recuperación”, comenta Pablo Mapelli, director del Patronato Santo Domingo. “No sirve de nada repartir comida sin intentar solucionar el problema que te lleva a esa situación de exclusión”, agrega y subraya que se trata de una labor integral de acompañamiento con la persona en el centro del todo.
Antes del Covid los usuarios acudían a almorzar a sus instalaciones, pero con la crisis sanitaria preparan la comida para llevar como en un dispensario. Pilar López, una de las trabajadoras sociales, explica que por la mañana acuden a por el desayuno con un número que tienen asignado para su identificación. Así ya saben los menús que tienen que preparar de los platos del día. Antes del almuerzo se realizan en las oficinas las atenciones individualizadas y con las máximas garantías de seguridad.
“También tenemos un programa de ayudas económicas directas para el mantenimiento del hogar, para pagar el transporte, la medicación, la formación, el material escolar o las facturas”, comenta Mapelli. Para hacer frente a todo esto, la entidad cuenta con fondos propios gracias a las cuotas de socios colaboradores, con donativos de particulares, de empresas, cofradías...
Cáritas también les ayuda y reciben, además, donativos en especies como los alimentos que les proporciona Mercadona. Además tienen un convenio con el Ayuntamiento de Málaga dentro de la Agrupación de Desarrollo Puerta Única y el programa de subvenciones de la Junta de Andalucía.
“Este verano ha sido el periodo donde más hemos notado el aumento, estas personas tienen un trabajo temporal, precario, fuera de convenio y han sido los primeros en resentirse con la crisis”, subraya el director del comedor. “Había gente que pudo dejar de venir porque habían recuperado una vida normalizada y se han vuelto a quedar sin ingresos y al borde de perder la vivienda”, añade.
Destaca Mapelli que han tenido que multiplicar por cuatro las ayudas directas, “está siendo una situación límite para muchas familias”, dice. Porque hay un porcentaje de la población que atienden que son los perfiles más cronificados y llevan muchos años en situación de calle. Pero ahora aumentan los usuarios españoles “que tienen problemas coyunturales, que se ven sin trabajo y recurren a nosotros durante un periodo corto”.
Los usuarios se dividen en dos grupos, personas sin hogar y con hogar. Las primeras son derivadas por Puerta Única y ya traen consigo una primera valoración. Se les asigna una trabajadora social y se inicia con ellos un itinerario de inserción sociolaboral. “Con los que sí tienen hogar trabajamos en coordinación con los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Málaga, tienen que comunicar su situación en su distrito”, señala Mapelli.
A partir de ahí se valoran sus capacidades para desenvolverse por ellos mismos y se ponen objetivos que puedan alcanzar. “No trabajamos con muchísimas personas, pero con quienes lo hacemos vamos hasta las últimas consecuencias”, añade el director.
Pilar López destaca que con los años ha cambiado mucho el perfil del que acude a Santo Domingo. Si en los años 90 y 2000 el toxicómano o la persona muy deteriorada por su situación de calle eran mayoría, con la crisis de 2008 cambió a personas más normalizadas, con casas y trabajos que se quedaron sin nada. “Una forma de poder mantenerse era ayudarles con el plato de comida”, comenta la trabajadora social. La pandemia les ha devuelto a estas personas que trabajaban en la construcción o la hostelería, “que estaban mal y ahora lo están mucho peor”.
Su labor consiste, destaca Pilar, en “darles herramientas para que puedan llevar una vida autónoma” e indica que la comida “es el medio para llegar a ellos, no el fin, apostamos por las personas, tienen capacidades para seguir adelante”. Aunque el proceso no es fácil, más bien lo contrario, es largo y lento.
“Hay que respetar el ritmo de la persona y los objetivos tienen que ser consensuados”, considera la trabajadora social. Junto a ella trabajan otras ocho personas y unos 60 voluntarios. “Sin ellos no podríamos tirar”, asegura y explica que ayudan en la elaboración de los menús, en el envasado, en la preparación de las bolsas de la cena y en la entrega.
María Luisa es la cocinera y prepara un potaje de habichuelas y acelgas que huele a gloria. Luisa la ayuda con las patatas y las hamburguesas que van a dar de segundo. De postre se llevará lácteos y fruta y para la cena, bocadillos, quesos, fruta y algún dulce. Para las familias se prepara un carro especial dependiendo del número de miembros, las edades y necesidades de los niños. El sábado también se llevan los ingredientes para poder cocinar el domingo en casa.
Para evitar aglomeraciones citan a los usuarios en diferentes franjas horarias y aseguran que “están muy concienciados, respetan mucho el horario y las normas”. Las nuevas normas de higiene son básicas para prevenir contagios entre los usuarios, que respetan las distancias en la cola.
Son las 13:00, hora de abrir la puerta. El vigilante de seguridad los va llamando por tramo horario. A todos los conoce por su nombre de pila, con todos tiene una palabra amable, un intento de cercanía. “Para muchos es la primera vez que pasan por esta situación, que recurren a los Servicios Sociales y les acompaña una sensación de incomodidad, por eso es muy importante el trabajo de acompañarlos en todo el proceso”, sostiene Pilar.
Mañana, María Luisa volverá a cocinar en su gigantesca olla para más de 200 raciones. Y los trabajadores regresarán a sus oficinas para ofrecer mucho más que el alimento del día. Quizás haya suerte, llegue pronto la vacuna y Javier, Belén, Alejandro, Antonio y Katerine encuentren el trabajo que necesitan.
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