Falcao muerde en la orilla (2-1)
El colombiano, en un remate al alimón con Weligton en la prolongación, ajusticia a un Málaga que supo rehacerse al tempranero primer gol. Llegó la primera derrota, aunque el equipo cayó siéndose muy fie.
Iba para partida de ajedrez de maestros, firmada con unas bellas tablas. De un jugador con talante agresivo, de esos que gustan de los intercambios de fichas callejeros, ante otro de escuela rusa, inteligencia y sentido en cada movimiento. Un Bobby Fischer rojiblanco, un Anatoly Karpov blanquiazul. El 1-1 era de justicia deportiva y hasta romántica. Por el hambre y el respeto que ambos se tuvieron a sí mismos, siempre ambiciosos desde su estilo, quemando todas las naves. Cuando el empate atracaba en tierra firme, Falcao saltó de la orilla y pegó un puñetazo en el tablero que deshizo el juego. La primera derrota oficial sabe a la dentadura del colombiano, a bilis inesperada. El Málaga de las mil sonrisas se fue con las lágrimas saltadas.
Joaquín Sabina podría impugnar el desempeño de este Atlético, que se afana en olvidar cada partido el qué manera de palmar, las desventuras circenses de su historia. Fue el Málaga el que cayó como solían los colchoneros. En el último minuto, en un revuelo a balón parado. Aún cuesta ver si la pierna de Weligton fue la tercera de Falcao o si el colombiano, a base de tanto martirio en el área, llegó a hipnotizarle para que rematara a gol, incluso si le empujó. Todo es posible con el tigre, decisivo a los seis minutos y en el 91, pesadilla toda la noche con ese instinto felino que le permite colarse en la fiesta anotadora de Messi y Cristiano Ronaldo. Fue el factor diferencial.
Al menos se puede decir que solo la derrota es amarga. El Calderón descubrió un nuevo episodio del cuadro de Pellegrini, capaz de resucitar, de pasar de intimidado a recompuesto. Y todo con su cordón umbilical, el que conecta ambición y camino, qué quieren y cómo. Murió de un flechazo en el costado el conjunto blanquiazul, pero de pie, con honra. Y eso que pronto, a los apenas cinco minutos, ya tenía la coartada para perder los estribos, ir desesperándose ante el juego agresivo del Atlético y la desventaja en el marcador.
Simeone había regalado el halago al Málaga, pero como una maldición. Le quitó lo que decía que tanto le agradaba, el balón. Sin oxígeno no carbura este equipo. Él regó el campo de elementos tóxicos. Presionando muy arriba para taponar la salida del cuero y rallando el límite del reglamento, sello del Cholo. Los hachazos se cebaron en los bajos de Isco. La reiteración de patadas reveló que se trataba de una consigna. La aquiescencia de Pérez Lasa les ayudó. El triángulo estático entre Santa Cruz, Camacho e Iturra ahogaba a Isco y Joaquín, abocados al anonimato.
Al primer zarpazo de Falcao sí le dio tiempo a rehacerse al Málaga. Lo bueno no fue solo que lo hiciera, sino también cómo. Quiso contrarrestar la virtud del Atlético con la suya propia. El empate de Santa Cruz nació en un casi robo de Arda Turan a Iturra. Reaccionó el chileno cediendo a Caballero. Y ahí nació una jugada con mucho sentido. Apertura del meta a Camacho, prolongación de éste a Joaquín, conexión lógica del extremo con Isco, cesión a Monreal en su salida, centro perfecto y movimientos de manual del paraguayo. Arrastre del centro al primer poste para ganar la distancia en el remate y testarazo abajo para no dar reacción a Courtois. El Málaga es esto. No dejar de serlo tras media hora de asfixia colchonera fue su mérito. Ni descomponerse ni impacientarse a pesar estar aturdido en casi toda la primera mitad.
Se liberó el equipo, y algo también Isco, para el que el campo era más una cuadra que un pasto. No le dieron tregua las luchas intestinas del Atlético, que lo obligó a escorarse a banda o a bajar muy atrás para coser el esférico al exterior de sus botas. Si a los malaguistas no les nubló el 1-0, tampoco tembló el Atlético con la igualada. Aunque era de prever, resultó de agradecer que ni uno ni otro renunciaran a su ideario. Lo bueno para los blanquiazules era que su estilo no exigía tanta gasolina como el del Atlético. La ventaja local: Radamel Falcao. Llegó la fatiga, se desabrocharon los corsés, corrieron más en estampida unos y otros. Monotemático el Atlético buscando a Falcao por tierra, aire y a la contra. Quién no lo haría cuando remata todo lo que le tiran. Solo un chut de Isco permitió decir mu a los de Pellegrini. Hasta que ambos se encomendaron al balón parado como un mantra. Ahí fue una lotería. Y el azar no se habla con la justicia.
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