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La semilla de algo

Málaga CF

Espectacular recibimiento de la afición del Málaga a su equipo y gran comunión pese al palo duro

Los jugadores se despiden de la afición. / Marilú Báez

Eran las 19:15 pasadas cuando el autobús del Málaga asomaba por Avenida de Luis Buñuel. Antes, toda la carretera de Camino la Palmilla se había pintado de blanquiazul. Varios millares de malaguistas habían agolpado el lateral exterior de La Rosaleda esperando al autobús de su equipo. Tenían preparado un recibimiento de los grandes, de los que se recuerdan, de los que empujan a hacer el primero en el primer minuto, pero el desenlace sería muy diferente.

Entre cánticos de “sí, se puede”, “vamos a ascender” y “volveremos”, el autobús del Málaga enfiló Camino la Palmilla arropado por un fuerte equipo de seguridad y empujado por miles de gargantas y el doble de brazos ondeando banderas, bufandas y hasta alguna que otra camiseta, como la de un blanquiazul con reflejaba alta felicidad. Se pudieron apreciar varias bengalas también, que daban color al trayecto entre la maraña de blanquiazules que la policía se encargaba de ir empujando a los costados para que autobús pudiera avanzar. El transporte blanquiazul tardó más de un cuarto de hora en recorrer toda la recta de Tribuna.

En el interior del autobús se podía ver a jugadores y cuerpo técnico con caras de asombro, ensimismados con la caldera que había preparado la afición blanquiazul, aplaudiendo o señalando a rostros conocidos. La alegría era el denominador común durante todo el recorrido de Camino la Palmilla, que jamás fue tan largo, al menos en tiempo. Costó, se disfrutó, pero el autobús acabó accediendo a las instalaciones de La Rosaleda.

Esto no evitó que los aficionados apagaran sus revoluciones, el fuego que estaban encendiendo bajo el estadio, a modo de caldera. Las puertas de acceso a La Rosaleda aún tardarían varios minutos en abrirse y los blanquiazules se agolparían a la orilla del estadio con la misma ilusión, sin parar de cantar, sin parar de animar. En ellos no había dudas de que la reacción en casa sería posible.

La Rosaleda se fue llenando poco a poco hasta llenar 27.275 butacas, la asistencia que el club facilitó, las gargantas que se oyeron alentar durante los 90 minutos que duró el infierno de esta vuelta de los play off de ascenso. Díaz de Mena pitó el inicio del encuentro y el equipo salió lanzado, con hambre, empujado y llevado en volandas por la afición bajo los gritos de “te quiero, Málaga” y “vamos a volver”. El público encontró respuesta a su aliento gracias a Ontiveros, que pegó un par de susto a los gallegos, con un trallazo al larguero que levantó a medio estadio entre leves gritos de gol.

Sobre el césped el Málaga se diluía, con ellos, en parte, lo hacía también el volumen del estadio, que esperaba un gol que no llegaba, que no llegó. Se despertaba la afición desesperada por el tiempo que comenzó a perder el Deportivo de la Coruña desde bien temprano, antes del descanso. Se lamentaba con esos palos de Ontiveros, tres en toda la eliminatoria.

Los minutos pasaban y no llegaba el gol que cambiara todo. Dio en algún momento la impresión de que el primero llevaba al segundo. Pero el Deportivo sabía frenar. Cuando ya se agotaban las opciones, el error de Munir daba la puntilla.

La espectacular reacción de la afición del Málaga fue sobrecogedora, unánimente alabada. Se volcó con el meta marroquí, con el equipo, estuvo 20 minutos cantándole. Uno de esos días que no se olvidan nunca, por más que la derrota pese mucho. Porque es de esos instantes que unen y crean malaguismo. La semilla de algo.

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