Estado de entusiasmo (3-1)
Resultado y crónica del Málaga CF - Real Zaragoza
El Málaga remonta un 0-1 al Zaragoza con una segunda mitad brillante
En Málaga se ha declarado el estado de optismismo, subido a lomos del mensaje de Víctor Sánchez del Amo, con mantras más propios de una taza de Mr. Wonderful pero que le ha comprado el equipo, la afición y hasta el que vende las pipas en la puerta de La Rosaleda. El entusiasmo se está colando como un virus por las entrañas de Martiricos y ahora mismo todo son unicornios de colores. El Málaga tropieza pero se levanta. Tiene fe en sí mismo. Y argumentos futbolísticos, por supuesto, que no todo es discurso.
Cumplió su parte del trato la afición malaguista, multiplicando las emociones con el himno cantado a capela, haciendo temblar los cimientos de la casa blanquiazul. Había ganas de fiesta, de fútbol, de imaginar que tras eso sólo podía esperar la gloria. Pero llegó el fútbol, vestido de canalla, para truncar sueños y recordar que nada sirve antes o después si no eres capaz de hacer tuyos los 90 minutos sobre el césped.
El impulso sirvió a los de Víctor para comenzar, otra vez, a lo equipo grande. Quiso mandar y no tardó ni dos minutos en forzar una amarilla del Zaragoza, una falta en la que Ontiveros probó su fusil y un saque de esquina.
Pero el tocayo de Sánchez del Amo, Víctor Fernández, traía su propio libreto. En su día fue un joven talento de los banquillos españoles, ahora se las gasta como un perro viejo. Varios ademanes de su Zaragoza hacían pensar que sabía por dónde hacer daño a un Málaga tan eufórico. Y efectivamente, consiguió su objetivo en apenas diez minutos.
Un contragolpe de libro, con un extraño vacío en la parcela que habitualmente labra Keidi Bare, un defensa extremadamente blando y una manera disparatada de afrontar un uno contra uno de Cifu. El lateral, con Pep Biel retándole, fue destrozado, además con el mal detalle de facilitar la salida por la zona donde más daño podía hacer.
El Málaga quedó aturdido. El gol no estaba en los planes del conjunto blanquiazul, que cometió imprecisiones y precipitaciones, como si hubiera regresado a ese alma depresiva de no hace tanto tiempo. Tardó en recomponerse. Unos 20 minutos. No es que jugara excesivamente mejor, pero Ontiveros lideró dos ataques consecutivos. En uno intentó forzar un penalti y en el otro sacó un latigazo que obligó al meta zaragocista a deshacerse del balón con los puños a córner casi de cualquier manera. Pisó un par de ocasiones más el área, pero el impulso no le sirvió para recuperar la distancia perdida.
Al Zaragoza le daba todo un poco igual, podía permitirse cualquier cosa con la tranquilidad que le daba estar virtualmente salvado. Tan liberado estaba el conjunto maño que casi sobre la bocina del descanso James Igbekeme se metió en la cocina y Cifu le detuvo por las malas. Por suerte para el Málaga, Trujillo Suárez ignoró la acción y mandó a los contendientes a la caseta.
Necesitaba algo distinto el Málaga, huérfano de brújula en el campo, mirando de vez en cuando de reojo a Ontiveros para que inventase algo pero sin coherencia en el juego. Los blanquiazules comenzaron la segunda parte haciendo borrón y cuenta nueva. Insistieron en volver al plan original y pronto obtuvo su botín. Renato, que poco antes rondó el gol con un disparo potente, firmó el empate tras un centro de Juankar (en conexión con Ontiveros) que peinó un zaguero rival.
Desmelenado, el Málaga comenzó a regalar fútbol del que más le gusta. De nuevo Ontiveros, sin ser ni asistente ni goleador, fue clave en un tanto. Un toque de inventor loco para Adrián, que en su hábitat reconoció los movimientos de Blanco Leschuk, al que debía de hace tiempo alguna asistencia aunque a esta le faltase ortodoxia.
El madrileño es otro cuando está cerca del área. Después de una buena acción de ataque donde el Zaragoza apenas pudo defenderse con un mal despeje, apareció Adrián para dejar el partido prácticamente sentenciado. Es su sello. Como el sello de este Málaga es el entusiasmo. Subirá o no subirá, pero tiene hechuras de Primera.
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