El Guede del 98 antes de la leyenda: "Yo no me voy como perdedor de ningún sitio"
Sandro, íntimo del argentino, recoge en su biografía ‘Mi último pase’ pasajes históricos que ayudan entender mejor la figura del entrenador
Pablo Adrián Guede es una figura imprescindible para entender la historia del Málaga Club de Fútbol. Y para entender a Guede hay que pasar –qué verbo tratándose de tal protagonista– por Sandro, su “socio”. En su biografía ‘Mi último pase’, el genio de Las Galletas dedica un extenso capítulo a la figura del ahora entrenador blanquiazul. Ha pasado una vida desde 1998, pero bucear en sus orígenes, en la génesis de su leyenda, explica cómo ha sido el viaje a Ítaca del bonaerense.
“Yo no me voy como perdedor de ningún sitio”. Sandro recuerda esta frase literal de Guede para narrar un momento clave en la trayectoria del delantero pero también de sus compañeros, técnicos y de todo el Málaga en general. “Pocas veces vi que el fútbol modelase a un héroe con tanta velocidad. Él llegó del anonimato, engañado para cambiar la élite de Argentina por la Segunda B del fútbol español. Huyó del Xerez siendo un padre de 22 años que para nada se parecía a esas fotos de blanquiazul en las que aparece loco de alegría. El chico que llegó al Málaga para convertirse en leyenda no sólo no era un héroe, sino que tenía la etiqueta de bicho raro en el vestuario. Lo habitual era verlo solo en su taquilla, sin hablar con nadie y permanentemente enfadado. Actualmente es uno de mis amigos más cercanos. Muchas cosas tuvieron que cambiar para esa evolución. Sobre todo, él”, arrancaba el de Las Galletas.
El cambio de chip se produjo cuando pitaron a Guede en un entrenamiento en el Anexo (sí, hubo una época en la que hasta los aficionados podía presenciar las sesiones). Ismael Díaz le había puesto de lateral y tocó fondo. El entrenador asturiano le abrió la puerta a una cesión y fue cuando el argentino espetó la demoledora frase. Pero no se quedó ahí, comenzó a entrenarse más y mejor. Se apoyó mucho en Antonio Tapia, entrenador en la sombra de aquel Málaga, y llegaron las oportunidades y los goles.
Fue precisamente Tapia quien convenció a Díaz para que Guede fuese titular en Beasain en el estreno de la liguilla de ascenso del 98. “En ese campo nos espera una guerra y Guede es nuestro mejor guerrero”, se equivocaba poco ese preparador físico que años más tarde también obraría algún milagro como blanquiazul. En el Loinaz (feudo del cuadro vasco), para colmo, el ahora entrenador del Málaga tuvo un problema físico importante y aun así jugó y marcó.
“En cuestión de meses había pasado de ser un extraño en el vestuario a un surtidor de fe”, confesaba con cierto orgullo Sandro. Pero no todo fue color de rosa, de hecho, la liguilla fue durísima y se le complicaron las opciones al Málaga, viviendo un capítulo de lo más desagradable en Talavera, donde se perdió tras adelantar Guede al equipo. “A poco del final llegó el 2-1. No fue fácil digerirlo, menos aún cuando camino a la caseta todos se mofaron de nosotros. En el túnel de vestuarios estalló la tensión. Guede estaba fuera de sí y respondió con puñetazos a todas esas burlas. Nos pegaron, les pegamos, hubo insultos, escupitajos, empujones… Nos trataron con desprecio y hasta sus directivos y miembros de seguridad nos agredieron”. Eran otros tiempos...
El mago canario volvió a dejar una frase lapidaria que ayuda a entender cómo rompió el cascarón Guede y llegó a ser lo que es hoy: “Marcó el gol invisible de la liguilla”. Todo venía porque el entonces presidente Fernando Puche quería destituir por las bravas a Ismael Díaz y se lo comunicó a la plantilla: “Me voy a cargar al entrenador”. Los capitanes trataron de disuadir al mandatario, pero quien lo consiguió fue el argentino con su “gol invisible”.
“Presi, ¿usted sabe que si marco diez goles me pagará una prima de un millón y medio?”, soltó Guede, a lo que Puche replicó: “¡Claro que lo sé!”. “Pues llevo seis y, como es imposible que llegue a la decena, le propongo un pacto: si ascendemos, usted me abona ese dinero; si no lo hacemos, me lo descuenta del contrato del año que viene”, le desafió el delantero. “¡Sí, señor! Esa es la mentalidad que quiero, así tienen que salir todos el domingo”, cerró Puche para marcharse satisfecho con haber logrado activar a sus jugadores.
Después vino la leyenda, que la conoce cualquier malaguista que se precie. Pero aquel muchacho callado de 22 años rompió en un hombre con personalidad y carácter que a sus 47 años es un entrenador que pisado países y continentes hasta volver por derecho a su casa. La risa floja que le entró este domingo al pisar el césped y ver su nuevo asiento lo dicen todo.
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