El Málaga está desatado (4-2)

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Otra fiesta en casa, esta vez para lograr la victoria que más gusta ante un Sevilla que por dos veces se adelantó en el marcador

El equipo demostró que ahora puede ganar a quien sea

Ontiveros se engancha del cuello de Fornals después del golazo del castellonense. / Fotografías: Javier Albiñana Y Marilú Báez
José L. Malo

01 de mayo 2017 - 21:04

Málaga/El Málaga es ahora mismo una caja de Pandora inversa. Estaba bien escondida y no pudo ser abierta hasta el tercer entrenador. Una vez conseguido, han empezado a salir con una fuerza imparable todas las virtudes que encierra este equipo. Por eso se ha vuelto un ciclón, no ve límites ni muros insalvables. Tiró al Sevilla al suelo con ímpetu, remontándole dos veces, apuntillándole, sin desplegar siquiera sus mejores galas. Sucede que la fe blanquiazul es la religión de la Liga, el alimento de las musas. Cayó el Barcelona, cayó el ejército de Sampaoli y, a este nivel, si de verdad llega la Liga en juego a la última jornada, el Real Madrid tendrá que juntar arsenal, estampitas de santos y hacer vudú a Míchel, el profeta de este Málaga redivivo.

Quedan sólo tres canciones ligueras y nadie del público se quiere ir a casa. Porque el Málaga está acabando el torneo como uno de los mejores conjuntos. Tres victorias seguidas en casa, cinco en los últimos seis partidos, cuatro encuentros consecutivos consiguiendo al menos dos goles. Abrazado a esa sensación de que da igual lo que ocurra en el partido, que siempre va a tener su chance. Correa falló con claridad el 0-2 y al siguiente parpadeo Fornals limpió la escuadra. Kameni fue una pantera que impidió el 2-3 de Iborra y el suspiro posterior convirtió al niño Llorente en un ariete de castillo medieval. Y es que Míchel, el predicador, el tipo que trajo la luz, también ha sembrado su flor. Para recordar que la fortuna premia al que la trabaja. También a los que sonríen. Eso es lo que ha aprendido a hacer el equipo desde el mes pasado, y lo contagia a una grada que ya le ha perdonado los errores del curso -no deberían obviarse para la próxima planificación, no obstante-. Venir a La Rosaleda vuelve a ser una fiesta. Y vencer al Sevilla es una guinda que saboreó con creces Míchel, que celebró los goles con frenesí y amplificando su conexión con la grada.

Aquí todos juegan, todos ríen; La Rosaleda es el nuevo parque de bolas

Hace tan sólo una vuelta, el Málaga encajó cuatro goles en el Pizjuán en cuatro ratos. Ahí comenzó la descomposición, el Sevilla tomó ese día la fotografía de un equipo que se había quedado sin alma. Ayer el equipo blanquiazul le devolvió ese póquer en una noche de gran pegada. Para recordar que el equipo y Juande Ramos no casaban y que ahora Míchel puede mandar a los suyos a cualquier guerra convencidos del triunfo. Ha llegado tarde la eclosión. Aunque debe servir para deleite en las últimas jornadas y para alfombrar el próximo proyecto.

Por dos veces estuvo el Málaga contra las cuerdas, ante un Franco Vázquez que encontró petróleo cada vez que llegó al área. Así que por dos veces hubo que remar en contra. Fue la 2.1 de esta nueva versión de final de Liga. Fijó Sampaoli la diferencia en la mayor contundencia local. Lejos de sonar a méritos minimizados, es un lacre de calidad por parte de un técnico que es lo que busca, ubicar cañones en el área rival y dispararlos todos dentro. Con menos munición, tiró mejor el Málaga. Y así se suelen definir los triunfos de los grandes conjuntos. Ayer lo fue el blanquiazul, sin duda.

Con Sandro de nuevo como coronel, en otra fiesta para animarle a seguir como rey de este equipo entregado a él. Pero compartiendo goles con una plantilla que acumula buenas decisiones en cada línea. Por eso marcaron también Llorente, en representación de la zaga y el balón parado; y Fornals y Juan Carlos, como bandera de los centrocampistas, uno llegador, otro oportunista. Aquí todos juegan, todos ríen; La Rosaleda es un nuevo parque de bolas.

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