Sólo existe un Málaga y sólo existe un malaguismo
Opinión
La savia nueva malaguista tiene muy claros sus principios
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Lo artificial no tiene cabida en el fútbol o no debería tenerla. Los sentimientos que genera un equipo, un club, no son un bien de consumo y tampoco un capricho en manos de quien ansía un hueco en un altar que no le corresponde. Desde hace un tiempo se viene rumiando en Málaga desde distintos frentes y a cara tapada la posibilidad de buscar una nueva entidad que compita con el Málaga Club de Fútbol o directamente lo sustituya. No se puede solapar a una entidad que es algo más que el heredero del Club Deportivo Málaga y sus raíces anteriores. Ya se ha visto cómo le ha ido a otras ciudades con proyectos Frankenstein.
Ha sido un viaje largo el del malaguismo desde que vio morir al Club Deportivo Málaga a primeros de los 90. En aquel momento se pudo hacer un malabarismo administrativo para que su filial, el Atlético Malagueño, sirviese para poner la cuenta a cero y comenzar una transición hacia lo que hoy es el Málaga Club de Fútbol. Hizo un daño atroz, que duda cabe, borrar de una tacada al conjunto en el que jugaron Américo, Migueli, Viberti y Juanito. El que entrenaron Helenio Herrera, Ricardo Zamora, Otto Bumbel y Kubala.
Importó, sin embargo, su base, sus jugadores de la casa, sus colores, su escudo, su templo, La Rosaleda. Y quedó, como siempre, la afición. El malaguista sin segundo equipo, el que metía a miles de personas en la antigua y competitiva Tercera División. El que se fue haciendo mayor con sangre, sudor y lágrimas para recorrer todas la categorías y colapsó las calles cuando al fin el equipo recuperó su condición de élite. El que ha estado por encima de dueños, presidentes, éxitos y fracasos. El que no se arrugó ante los gigantes europeos. El que mete más de 20.000 almas en Primera RFEF. El que viste con sus colores a diario por las calles de esta provincia. Gane, empate o pierda. Baje o suba.
El malaguismo es uno y es el que mantiene vivos a los que se fueron. El que llora en enero por Gallardo y Benítez. Es el que recuerda las goleadas atemporales al Real Madrid. Es el de Garrucha y Terrasa. El de los pases de Sandrito y las gaviotas de Catanha. El de la tanda de penaltis contra el Cádiz. El de una camiseta Rasán con publicidad de Alcatel. El de Ben Barek. El de Velázquez. El del corazón roto en Dortmund. El del doblete de Hidalgo. El blanco y azul. El celeste y blanco. El de Nene y Peiró. El de Tapia, Muñiz y Pellegrini. El de Canillas y Weligton. El de un presidente asesinado. El de presidentes fantasmas. El de la buenas y el de las malas.
Los nombres y las sociedades no pueden comprar una memoria colectiva, una manera de articular las vidas entorno a unos colores. No, no vive su mejor época en lo deportivo el Málaga. Tampoco la entidad en sí, siempre manoseada por cualquiera y con un futuro que no es halagüeño. No se equivoquen, no obstante, porque por muy roto que esté el juguete, la savia nueva malaguista tiene sus principios muy claros. Tiene memoria, compromiso y fe. Tiene coraje y corazón. Solamente existe un Málaga y no habrá otro que lo pueda reemplazar.
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