Que no sean otros 40 años
Calurosísima acogida a la selección española en La Rosaleda, con un gran recibimiento y mucho apoyo durante todo el partido
Málaga se postula para ser sede más frecuente
Así fue el partido
La avidez de fútbol de alto nivel en Málaga es evidente. No son buenos tiempos para el buque insignia del deporte malagueño, que debe dar gracias por seguir en Segunda después de una temporada para olvidar en la que se salvó del batacazo porque la permanencia estaba más barata que nunca en la categoría. Era bonito enfilar Martiricos y ver una nube roja desde la distancia hora y media antes del arranque del partido. No sólo había gente de Málaga. Era un fin de semana tentador o un domingo completo de playa, chiringuito y fútbol. Siempre se debate sobre si el aficionado español es de su selección. Suele concluirse que no, que es de sus clubes. Sucede que en momentos concretos, la capacidad de atracción del combinado nacional en una misión concreta es imbatible. No hay nada igual a una Copa del Mundo y España enfila la recta final hacia Catar, el de Málaga era su antepenúltimo partido. Que acabó con una victoria (2-0) ante la República Checa.
Gente de toda Andalucía, también no pocos con acento madrileño. El momento del himno fue emotivo. Las 30.000 personas tarareando la música con letra muda de la Marcha Real. En el fondo, es una particularidad distintiva. Muchas camisetas de Isco con la selección española. La sensación es que nos hemos perdido los mejores años de fútbol del mago malagueño, llamado a marcar una época en la selección. Tiene aún 30 años y quién sabe, pero parece complicado que se reenganche. Pero no hay que matar a un jugador de su calidad si encuentra el hábitat. En los decibelios mientras se recitaba la alineación y el banquillo de suplentes se llevaron la palma seguramente Ansu Fati y Luis Enrique. Se espera al joven criado en Sevilla y formado en La Masía como el jugador diferencial que España no tiene. Aunque este tramo de Nations League ha dejado la reivindicación de Marco Asensio como un jugador que, si no tirar de él, sí se sube al carro.
Mención aparte para Gavi. Hace un año, justo en el mes de junio, estaba en Marbella jugando la Final Four de la Copa de Campeones y ahora es uno de los jugadores con más jerarquía de la selección española. Parece increíble que con 17 años tenga ese impacto en el juego. Su salida al campo a la hora de partido cambió la mentalidad y la cara de España. Evidentemente hay Gavimanía, igual que antes Pedrimanía. Aún no llegaron a los 20 años, pero son el hilo invisible que la afición detecta que conecta con la era dorada del fútbol español, ese brutal cuatrienio de 2008 a 2012, cuando el mundo giró a los pies de lo que mandaba hacer España. Gestionar ese cambio no es sencillo. Lo primero es aclarar su futuro en su club. Pero un detalle de personalidad es que no le ha afectado en absoluto, diríase que hasta el contrario, en estos cuatro partidos en los que ha sido el hombre de campo que Luis Enrique más ha utilizado.
Hacía 40 años que España no jugaba un partido oficial absoluto en Málaga. Demasiado tiempo. La respuesta de la afición fue soberbia, apoyando cuando Unai Simón sacaba dos balones soberbios en el primer cuarto de hora. El mítico Manolo y su bombo tuvieron su momento de gloria. Después hubo continuidad a lo largo del partido. Había muchas ganas de fiesta, no hubo un silbido para nadie y sí aplausos para todo el que era nombrado por megafonía y tocaba el balón.
La conclusión es que no se puede tardar tanto en utilizar a Málaga como sede del equipo nacional. Pasaron cinco años desde el anterior partido amistoso, varios lustros más desde el último oficial. 30.389 espectadores hubo en La Rosaleda para contemplar a la selección española. Una entrada de otra época en La Rosaleda, donde esta temporada rara vez hubo más de 20.000. Ya pasó la pandemia, al menos la parte más cruenta, y es hora de recuperar. Mientras tanto, la selección española se sintió comodísima en el “precioso” estadio malaguista, como decía Luis Enrique. "Que bote La Rosaleda", así, temblando con el grito, acabó el partido. Y la afición y Luis Enrique dieron una vuelta al estadio de honor. Agradecimiento de jugadores curtidos a un público que le había llevado en volandas. Faltaban fuerzas al final de la temporada, pero La Rosaleda dio un empujoncito. La anécdota de un niño que saltó al campo y se acabó haciendo fotos y teniendo autógrafos mientras sonaban "Mi gran noche" y "Que viva España" fueron el epílogo. El costumbrismo, bien medido, también aporta.
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