Tanto Basti como Antoñín demostraron que tienen química. Ambos posaron en el césped y con La Rosaleda de fondo, encontrando rincones del estadio donde cada instantánea es inmortal. Tocaron el balón para unir a dos generaciones de goleadores malagueños, canteranos y de raza gitana. Uno pasa el testigo al otro dejando algún consejo mientras ambos se cuentan anécdotas y se ríen.