El miedo ya es real

El Málaga está inserto en una espiral nociva de la que no sale y sólo la falta de victorias rivales la mantiene con una distancia sobre el descenso

El vestuario deja muchas dudas

Palco de La Rosaleda el pasado domingo. / Marilú Báez

Se podía pensar que el Málaga estaba mal, pero la derrota del Huesca ha sido un mazazo que hace sonar las cadenas del fantasma de la Primera RFEF. Está el descenso a seis puntos, se va al campo de un Girona que vuela y la Real Sociedad B recibe al desahuciado Alcorcón. El average es de los potrillos de Xabi Alonso. La sensación, cada vez más, es que se está más en manos de que los rivales no acierten. Pero hay que sumar tres victorias en estos nueve partidos. Los 44-45 puntos podrían valer. Sucede que no se ve al equipo capaz de hacerlo. Es una temporada en la que los equipos de arriba suman mucho y ello implica que la permanencia está más barata, pero ni aún así.

Es un momento crítico. La viabilidad de la entidad en Primera RFEF es dudosa. El club sigue judicializado dos años después y lo que en un primer momento, durante un tiempo, dio tranquilidad y seguridad ahora es un techo de cristal para el crecimiento de la entidad. Parece que todo el mundo en Martiricos se ha sentido cómodo en la situación en este tiempo, que no se ha acelerado la maquinaria, más allá de las artes escapistas de Al-Thani, para resolver el complicado entramado. Ahora ya no es tan plácido, hay que tomar decisiones, buscar fórmulas en el césped. Porque la exigencia subió y, aunque ahora se firma con sangre la permanencia, este equipo no estaba diseñado para pasar fatigas.

El miedo se palpa. El club no estuvo ya atinado en los preámbulos del encuentro ante el Huesca. Dani Barrio no falla por dejar los asientos llenos de arena tras la calima y por que el recibimiento fuera fantasma, pero no suma la falta de tacto con más de 15.000 personas que se acercan un domingo para sufrir. Va en el trato del aficionado, pero se va lógicamente cansando. El trato no está siendo óptimo hacia ellos. Y lo que ve en el césped no gusta. No sólo por los resultados. Se observa a un equipo que recibe un gol, como el error grave del meta asturiano, y sus jugadores no se dirigen la palabra para animarse, apenas tímidamente. Cómo los que iban a cantar con el megáfono en los días de vino y rosas se dan patadas en el trasero al vestuario cuando el árbitro pita. Cómo los entrenadores se meten en el banquillo y se enzarzan con aficionados. Cómo los que les gusta la foto y el micrófono se quedan mudos más tarde.

El panorama es sombrío. La ley del fútbol apunta a Natxo, seguramente el último culpable en la lista. El vestuario, aunque públicamente se diga que sí, no es la roca que fue en las dos temporadas tan angustiosas del salario mínimo y las 18 fichas, motivo por el que el Málaga permaneció. Se está en manos de ellos, pero las señales son pésimas. Una parte importante son cedidos o jugadores que acaban contrato. También ocurría así los citados años, pero sí era un puño el bloque. Ahora hay más ego, más teórico nivel, pero no el mismo nivel de compromiso. Y también hay que mirar arriba.

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