El solitario ritual de Sergio Pellicer

El técnico, pensativo, se fue al centro del campo a observar una Rosaleda vacía antes del Málaga-Nàstic

Tras muchas dudas, el de Nules ha llevado al equipo a un paso de Segunda

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El solitario ritual de Pellicer antes del Málaga-Nàstic

Quedaba más de hora y media para que comenzase el Málaga-Nàstic. Una figura solitaria se plantó en el centro del campo de La Rosaleda. Pausado, con las manos en los bolsillos, Sergio Pellicer levantó la vista. Miró el coliseo, vacío, callado. El ruido, la jarana, estaba todavía en la calle, con la enfervorizada afición que deleitó con otro recibimiento para el recuerdo. El de Nules estaba en otra onda. Con la cabeza en el partido y sujetando el corazón. No sabe si será su nuevo último partido en Martiricos, pero quería saborearlo.

Hay gestos más elocuentes que las palabras. Pellicer siempre ha sido un entrenador pasional, de genio y mecha corta. Emocional. Toda la temporada ha pivotado alrededor de una idea clara: La Rosaleda tenía que ser la base de todo. Y en el momento de la verdad no ha fallado nadie. Ni equipo ni afición. Y tampoco el propio entrenador, que desde el verano tuvo que lidiar con situaciones deportivas y extradeportivas que a cualquier otro lo habrían llevado por delante.

Masticó el momento durante muchos segundos en ese círculo central, orientado hacia la grada de Fondo Sur 1904. Concluyó la liturgia caminando despacito, en paralelo a la línea que divide en dos mitades el verde malacitano. Pasó junto al escudo del Málaga que adorna la salida de vestuarios, sin pisarlo, claro. El respeto a los símbolos, a la gente, ha sido uno de los hilos conductores de su discurso toda la temporada.

Pellicer acaba contrato el 30 de junio, pero es lo que menos le preocupa ahora mismo. Su reto es dejar al Málaga donde no pudo la temporada anterior, tras heredar una barca sin remos. Muchos consideraron entonces que era un error mantener en el cargo al "entrenador del descenso". Una afirmación tramposa.

Tuvo que lidiar con situaciones extraordinarias durante el verano, donde hubo otro ERE en el club que dejó sin muchas herramientas fundamentales al Málaga. Médicos, fisios, delegado, utilleros, ojeadores, analistas... Una plantilla con apenas tres supervivientes y un puñado de niños que eran melones por calar, con más de una decena de caras nuevas (cada uno de su padre y de su madre).

No todo ha sido un camino de rosas ni una balsa de aceite. Ha habido picos de rendimiento y de tensión. También de exigencia mutua con los que están en los despachos. El debate se orienta mucho a lo futbolístico, a lo estético y al resultado, pero la gestión de grupo y entorno por parte de Pellicer -matices aparte- ha sido excelente. Por eso está el Málaga a un paso de volver a Segunda División, aunque sea por la dramática vía del play off.

Lo logre o no, nada cambia la labor y la de su cuerpo técnico. Y la de un vestuario que se ha convertido en una familia. Eso no se cocina solo, por arte de magia. Hay trabajo y dedicación. Y muchos pasos, uno detrás de otro. Como los que dio hasta el centro del campo de La Rosaleda antes del partido, quién sabe si el último en casa de esta etapa para Pellicer.

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