Los artistas de las orillas del Guadaiza
El proyecto de construir un poblado para creadores sucumbió ante el empuje inmobiliario
Los creadores de Puerto Banús
Marbella ha de ser muy rica y sus habitantes (....) opulentos. Pero, por favor poco a poco, sin saltos, sin asustar, sin reducir vuestra clientela a los más poderosos, advirtió el dramaturgo y director de cine, Edgar Neville. Lo hizo en el pregón que dio ante el auditorio de la Semana del Sol en el verano de 1960, donde planteó la creación de un refugio de artistas.
Neville llevaba casi una década establecido en Marbella cuando hizo su proclama. Ricardo Soriano en 1946 había inaugurado su proyecto, la Venta y Albergues del Rodeo, para luego poner a la venta algunas parcelas de su finca. El marqués de Ivanrey había invitado al conde de Berlanga del Duero, a compartir vecindario. Neville, también escritor, diplomático y amigo de la Generación del 27, adquirió unos terrenos en la zona vecina donde luego se levantaría Puerto Banús. Soriano impuso sus condiciones a la hora de construir en sus dominios: las viviendas debían tener dos plantas, con los exteriores encalados y las rejas pintadas de negro. Intentaba crear una uniformidad de estilo, la arquitectura popular andaluza.
–Aunque su albergue estaba compuesto por bungalós, que él decía de inspiración californiana, por su aspecto de chozas recordaba más a las viviendas coloniales de algunas islas del Pacífico, señala el historiador Francisco Moreno, autor de varios trabajos sobre turismo y arquitectura.
Neville, en su pregón, comparó al pueblo que se abría al turismo con un niño al que había que darle una buena formación para hacer del lugar una obra de arte del buen vivir. En el discurso, que hiló sin utilizar un apunte, como lo recoge el cronista Fernando Alcalá, animó a sus oyentes a que se hiciera una Marbella con un clima moral y un ambiente espiritual que excluyera lo sucio, lo feo y lo atormentado que lo tienen otras ciudades de cientos o miles de años de existencia.
Malibú, la villa de Neville se convertiría en el centro de la vida cultural de Marbella, por donde pasaron muchos de sus amigos, desde personajes de la farándula y el flamenco a intelectuales como Jean Cocteau.
Cuando Neville propuso la construcción de la ciudad de los artistas, en la otra orilla del río Guadaiza, en unos terrenos cercanos a El Rodeo, el promotor Miguel García Rico ya parecía dispuesto ponerse a ello, a principios de los años sesenta. La idea de Neville no era original, el escritor valenciano Blasco Ibáñez, amigo del pintor Joaquín Sorolla, ya lo había planteado en 1900, cuando habló de levantar en su ciudad una comunidad y escuela de artistas, que nunca se llegó a construir.
–Con García Rico no se hizo justicia, en 1958 ya estaba promoviendo sus casas entre artistas españoles, como Conchita Montes, y muchos madrileños. Les decía que iba a hacer algo especial, para los artistas, como una cuestión de marketing, señala Remedios del Río, quien vivió esa época en primera persona.
García Rico había levantado el hotel Cortijo Blanco y tomando como modelo el barrio de Santa Cruz de su Sevilla natal se disponía a hacer un revival, un pueblo con calles estrechas y plazas con aroma de azahar. Un poblado para la inspiración de músicos, pintores o escritores.
Las casas próximas al hotel Cortijo Blanco, pagaderas en tres años, estaban destinadas a los artistas. De este proyecto Cocteau tuvo noticias a través de su amiga Ana de Pombo y dejó constancia en su obra Le cordon ombilical, que escribió en Marbella en 1961, donde refleja su aprecio por lo andaluz.
–Sobre unos terrenos donde los agricultores descubren mosaicos y ciudades romanas a orillas del mar, describió Jean Cocteau el lugar donde García Rico desarrollaba su urbanización.
–Cuando me contó el proyecto de un pueblo andaluz de artistas decidí, de pleno acuerdo con Ana de Pombo, poner mis paneles en una sala construida a este fin en la Plaza Mayor, a la que los arquitectos hicieron el honor de dar mi nombre, sostenía Cocteau, artista inclasificable del París de las vanguardias y el surrealismo, poeta, novelista, ensayista, dramaturgo, pintor y cineasta. Aunque yo repudio estas aglomeraciones de soledades, me maravilla el entusiasmo con que se trabaja y conserva el estilo andaluz de gracia modesta y que se inspira en el antiguo barrio de Sevilla inaccesible a las máquinas a causa de sus estrechas calles.
García Rico, que además de promotor inmobiliario era médico y también productor cinematográfico, parecía empeñado en convertir el lugar en un destino de veraneo para los creadores del arte. Su urbanización la había comenzado en 1959 con diferentes tipos de chalés y la terminó cuatro año después con la construcción de sesenta viviendas. Consiguió atraer a un puñado de artistas: Benito Perojo, Pepe Carleton, Antonio Mingote, Conchita Montes, pareja de Neville, el actor Georges Rigaud, los productores Arturo Marcos Tejedor y Jaime Prades Guardiola, el actor y productor Julio Peña, Alberto Closas, Isabel Garcés, Gracita Morales y el pintor Martín Zerolo, el empresario y productor de cine Federico Platard, el también productor y anticuario Adolfo Arenaza Basanta, dueño de Hércules Film, el pintor constructivista Luis Caruncho, o el surrealista Pepe Caballero acudieron a su reclamo.
Si Hollywood sucumbió a la arquitectura misional que los franciscanos llevaron a lo largo de la Costa californiana, por qué no se iba a replicar ese modelo en el país que exportó las viviendas encaladas, con rejas y techados de tejas. La arquitectura que cautivó a las estrellas americanas por las reminiscencias a lo exótico y el paraíso perdido.
–Era un Hollywood en versión española, un mundo de artistas en un entorno paradisíaco con una vuelta a la mítica tradición andaluza del buen vivir, resume Francisco Moreno.
Remedios del Río, por su parte, sostiene que, a su modo, el proyecto prosperó.
–Fue un mundo increíble. Vinieron también actores como Esther Williams y Fernando Lamas. Personajes de altura, más todos los que venían de Tánger, de Europa central, los hermanos del sha de Persia o ministros del rey de Marruecos.
Antonio El Bailarín fue uno de los grandes nombres en apuntarse al proyecto de Ricardo Soriano. Había forjado una gran amistad con Neville tras su participación en la película Duende y misterio, en la que interpretaba el martinete al baile, un palo hasta entonces reservado para el cante, que le otorgaría gran popularidad. El bailaor más internacional plantó su casa al oeste de la villa Malibú.
El propio artista había diseñado el proyecto de su vivienda. Una suerte de Alhambra en miniatura, con puertas antiguas, pilares de mármol negro, blanco y rosa y vigas de madera de castaño en el techo, las cuales se inclinan para encontrarse con las paredes blancas. Ventanas francesas que conducen al patio con su fuente y en todas partes hay pinturas. La terraza que da al exterior, en mármol negro, blanco y azul, tiene vistas sobre un jardín árabe que, a un nivel inferior, da a su sala de entrenamiento, como la describía la revista Look Out.
Una mansión en la que los azulejos del suelo de la piscina reproducían un dibujo realizado por Picasso, a quien Antonio solía frecuentar en sus fiestas de la Costa Azul. En la vivienda también conservaba un retrato que Cocteau le dedicó en 1957. En los años setenta, tras la muerte de Neville, la casa fue vendida al actor Sean Connery, para luego ser reemplazada por edificios.
No muy lejos de allí, el bailaor José Constanzo, El Greco, levantó un cortijo andaluz. Su casa la llamó La Torre del Greco. Pretendía convertir un inmueble del centro de Marbella en un conservatorio de música y danza. Ante las dificultades administrativas que se encontró para llevar adelante su proyecto adquirió unos terrenos colindantes a su finca, donde planeó “iniciar en breve, la construcción de dicha academia, que comprende estudios, club y escenario de manifestaciones artísticas y culturales”, que no se llevó a cabo.
Mientras, en la otra orilla del río Guadaiza, el proyecto de la ciudad de los artistas, se daba de bruces con la legalidad urbanística del municipio.
–La meca andaluza del cine, sede de las inspiraciones, libertades, musas y arte, se topó con nuestras realidades urbanísticas, las de entonces y las de ahora: especulación, aumento de la densidad, reducción del tamaño de los viales y desorden en la planificación, dice Moreno.
De los datos que el historiador analizó en el archivo municipal se descubre que el Ayuntamiento se mostró escandalizado “ante la anarquía con que dicha sociedad ha urbanizado y construido, se han levantado numerosas actas de inspección”.
La promotora pretendía que todas las viviendas se incluyeran dentro de las catalogadas como de renta limitada y veinte de ellas, acogiéndose a la legislación, fueran subvencionadas. La empresa de García Rico, sin embargo, no lo consiguió y el expediente acabó siendo archivado.
–Eran casitas muy sencillas en cuanto a su traza, se basaban en el estilo andaluz, pero de ahí a que pudieran acogerse a las ventajas de la renta limitada rozaba el insulto. La ciudad de los artistas sucumbió ante el empuje inmobiliario. Quienes le habían dado caché, publicidad y sentido propia una utópica ciudad de los artistas, quedaron relegados en la urbanización de Guadaiza. Un conjunto urbano anodino, de callejuelas estrechas, anónimas, con altos muros y sin aceras, que con los años muestran un paisaje degradado.
La urbanización contigua, vecina al hotel Cortijo Blanco, estaba destinada a convertirse en una zona de residencia de los artistas. En 1961 Cocteau había realizado la pintura flamenca para decorar la tienda de su amiga Ana de Pombo. Luego añadió unas tablas que representaban el mar y la montaña, le dijo que su obra la ofrecía a España en agradecimiento a su acogida. Acordó con ella instalarla en la plaza mayor del pueblo de los artistas. Cocteau explicaba que los cuatro paneles de dos metros de altura contaban la historia de la suite flamenca y sus alegorías, texto que tradujo Neville, servirían para dar información a los visitantes. El artista murió en 1963 sin ver la plaza con su nombre ni su obra.
El collage de Cocteau, que combinaba fragmentos de carteles de toros con estilizadas figuras de bailaores flamencos, estaban en poder de Ana de Pombo. Según relata, Fernando Alcalá, ésta se lo cedió al banquero Ignacio Coca, quien le costeó una residencia en Madrid.
–La zona neurálgica del complejo llamada Pueblo Andaluz, acabó siendo un hotel, remata Moreno.
El establecimiento, que emula un poblado andaluz, de calles laberínticas y naranjos, acabó cerrado por un muro. En los primeros años noventa, durante el mandato de Jesús Gil, pasó a ser propiedad municipal tras ser permutado por inmuebles del Ayuntamiento, para luego ser vendido a la propiedad que ahora lo explota como hotel de tres estrellas. En el establecimiento no existe ningún vestigio de su vinculación con el proyecto de la ciudad de los artistas.
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