El conserje que creó en Marbella su fábrica de sueños

Gabriel Moreno compró los derechos de 200 películas en Hollywood y Cannes, tuvo rent a car, clínica dental y desde hace 60 años tiene una zapatería de lujo

Gabriel Moreno con su mujer e hijos durante un crucero.

Gabriel Moreno lleva seis décadas con su tienda de calzados en el mismo local de la avenida principal de Marbella. Tenía 23 años y ganaba dos mil pesetas al mes como conserje del hotel Don Pepe cuando descubrió el edificio en obras que hoy alberga su zapatería.

–Hablé con el encargado de ventas y me dijo que el local por el que estaba interesado ya se había vendido, no obstante, él podría ponerme en contacto con sus dueños. Eran dos tipos colombianos, uno grande y fuerte, y el otro pequeño y gordito. Muy simpáticos. Me pidieron 16.000 pesetas por el alquiler, yo estaba convencido de que podría funcionar. Les puse una condición, que a los tres o cuatro años tuviera la opción de compra.

En los primeros años de la década de los sesenta Moreno vivía en Granada, donde nació, y tenía un amigo en la Costa que le comentó que en el hotel Don Pepe necesitaban personas que hablaran idiomas para la recepción. Él había cursado la carrera de graduado social, pero su madre se empeñó en que estudiara inglés y francés y esto resultaría determinante a lo largo de su vida. El servicio militar obligatorio lo hizo en Sidi Ifni, el Protectorado Español en África, adonde llegaban militares alemanes, ingleses o franceses, de los que tenía que hacer de traductor ante los militares españoles, de guía para enseñarles la ciudad y algunas veces le tocaba llevarlos a cenar, en tiempos del rey Mohamed V de Marruecos. Su privilegiada función le permitió vivir en la residencia de oficiales y poder luego dar clases de inglés y francés a los hijos de los militares. En dos meses sumó quince alumnos, ya no le hacía falta que sus padres le enviaran dinero porque tenía de sobra.

–Cuando empecé en el hotel Don Pepe me pregunté qué vendo aquí. Lo del local fue una intuición, tenía la idea de montar un negocio que mejorara mi salario, buscaba una salida económica por necesidad.

Una vez conseguido el local, observó que en Marbella no había una zapatería, un negocio para el que no contaba con conocimientos.

DC9 que trasladó a Moreno y sus compañeros a Sidi Ifni en 1962.

–Tenía entonces una Lambretta. Averigüé dónde estaban las fábricas de calzados y me fui a Elda (Alicante) montado en la moto. El representante de una fábrica de zapatos me habló de otras, con cuatro podía completar una buena oferta de calzados. Me pidieron una fianza para empezar a trabajar que la obtuve con un préstamo del banco. Traje a mis dos hermanas de Granada para que se hicieran cargo de la tienda y yo seguí trabajando en el hotel.

Recuerda que no tendría más que unos doce años, estudiaba en el colegio de los religiosos salesianos y participaba en las funciones de teatro. Cuando tocaba una actuación y tenía que apañarse un vestuario recurría a la ayuda de su madre. En la depauperada década de los años cincuenta había observado que en el cine, antes de la proyección de la película, salía un señor con una bandeja repleta, dispuesto a vender caramelos y chucherías. Se le ocurrió entonces replicar tan buena idea en las actuaciones que su grupo hacía en el teatro para procurarse los trajes de las actuaciones.

–Encárgate tú de eso, le respondió el cura a su propuesta.

El negocio funcionó muy bien. Al menos durante un año, hasta que cambió el director del colegio, del que aún recuerda su nombre, y le prohibió continuar con la lucrativa actividad. Aprendió que para hacer un negocio solo había que tener algo que vender. Y que a él le tiraba el comercio, a pesar de que su padre, funcionario en Granada, prefería que su hijo sacara adelante una oposición y se hiciera con una plaza de por vida en el Banco de España.

Moreno recibe el diploma de la asociación de los conserjes, Las llaves de oro.

Después de un año de trabajo en el hotel Don Pepe se marchó a Los Monteros. En este establecimiento, al tiempo que ejercía de conserje, vislumbró otro negocio. Si sus compañeros de recepción se conformaban con una pequeña comisión de las empresas de alquiler, él fue más lejos y montó su propio rent a car.

–Llegué a tener 77 coches. Soy un trabajador nato y neto. No me interesaban las fiestas de Marbella y tampoco tenía tiempo. Todo lo dedicaba al trabajo, a mi esposa y a mis tres hijos. Al sector hotelero siempre lo he visto muy complicado, su funcionamiento depende de mucha gente, en Los Monteros tenía a setenta personas de recepción y conserjería a mi cargo.

En una ocasión, Ingrid, la Reina Madre de Dinamarca, como clienta del hotel le pidió a Moreno que le aconsejara un guía para recorrer la ciudad de Granada de incógnito. El conserje conocía muy bien su ciudad y recurrió a un buen amigo para que cumpliera perfectamente esa misión.

–Me he esforzado, como lo hacíamos con todos los clientes, entre los que había también gente importante. La reina quedó muy agradecida de esa visita y cuando volvía al hotel preguntaba por mí. La gente era entonces muy amable y servicial, y eso fue primordial para el desarrollo del turismo.

Fue justamente en este hotel, donde trabajó durante quince años, en el que un cliente extranjero le habló de los vídeos.

–No sabía de qué se trataba, me contó que él iba a abrir un negocio en Inglaterra con el que esperaba triunfar como ya ocurría en América. El negocio consistía en comprar los derechos de las películas. Viajé a Madrid y me encontré con Enrique Cerezo, que ya estaba metido en el negocio del cine, entonces yo me inicié en el de los vídeos. Hicimos algunos viajes juntos, en uno de ellos compartimos habitación y no me dejó dormir con sus ronquidos. En Hollywood vi a decenas de artistas famosas, como Deborah Kerr. Cerezo era ya entonces un productor cinematográfico y hoy es dueño de más del 70% de los títulos del cine español, con los que lidera el sector cinematográfico del país, además de presidente del Atlético de Madrid.

En los sótanos del centro de Marbella, Moreno montó un banco de duplicación de películas. Con los derechos en el bolsillo mandó a doblar al español más de 200 películas en Barcelona y Madrid. Creó una auténtica factoría del cine, donde se trabajaba en tres turnos las 24 horas del día. Allí se copiaban las cintas de las películas para pasarse a los formatos VHS, Betamax y Phillips video 2000. Los casetes se enviaban a tres centros de distribución, que Moreno los había situado estratégicamente en Barcelona, Madrid y Sevilla, cubrían el norte, el centro y el sur de todo el territorio nacional.

Gabriel Moreno en su antigua factoría de cine.

A partir de los años ochenta los videoclubs oficiaron como la primera plataforma analógica de cine. Para alquilar una película había que ser socio de un videoclub. Entre los diferentes formatos venció el VHS, en Estados Unidos eran los más utilizados y fue el que la industria de Hollywood impuso para la difusión de sus películas.

–El fenómeno del vídeo tuvo una subida exponencial durante un periodo de siete u ocho años y luego una caída estrepitosa, explica Moreno en la antigua fábrica de sueños que sigue en pie, paralizada en el tiempo. El logotipo de un caracol con franjas en azul, verde y rojo –los tres colores que al mezclarse dan como resultado todos los tonos del espectro– preside la entrada.

–Es el único animal capaz de caminar sobre el cristal y elegí los colores que mejor se adaptan a la pantalla de televisión, apunta su creador, que aún conserva decenas de los aparatos con los que se copiaban las películas y centenares de casetes polvorientos de Sony, perfectamente ordenados en las estanterías.

Durante los frenéticos años en que desarrolló esta actividad realizaba continuos viajes a Hollywood, Milán o Cannes para adquirir los derechos de las películas que doblaba y envasaba en casetes. Contaba con Televisión Española como principal cliente además de los miles de videoclubs repartidos en toda España. Las grandes productoras cinematográficas de Hollywood, como la Metro Goldwyn Mayer o la Twentieth Century-Fox Film Corporation, invitaban a los clientes a los cócteles que organizaban, donde asistían los actores, pero Moreno estaba más pendiente de lo tangible, la negociación, que de las estrellas del celuloide.

–Fue un negocio buenísimo hasta que llegaron las televisiones privadas. Tenía una muy buena distribución más de 70 delegados en todas las provincias. Si el primer año facturé 250.000 pesetas, el segundo fueron 85 millones de pesetas y el siguiente más de cien millones. La película Escarlata y Negro de Gregory Peck fue un éxito.

Ambientada en la Segunda Guerra Mundial, narra los esfuerzos de un monseñor encarnado por Peck por salvar a judíos, prisioneros de guerra y aviadores aliados mientras los Nazis invadían Roma.

–Había otras películas que también fueron un éxito, como las del actor Chuck Norris, aunque a mí no me gustaban. Tenían mucha acción y eso vendía.

La zapatería de lujo de Moreno, que ofrece calzados de piel de cocodrilo cercanos a los mil euros, ha tenido como clientes desde Imelda Marcos y su marido, el dictador filipino Ferdinand Marcos, a distintas princesas de la casa real saudí. En estas ocasiones las limusinas, vigiladas por la guardia municipal, aparcaban en la puerta del local que se cerraba a los curiosos. Imelda, siempre aficionada a los calzados –atesoraba una colección de más de tres mil– los compraba de a siete pares.

–A la hora de pagar ella nunca tocaba el dinero, lo hacía su secretaria. Venía por aquí porque en la urbanización de Los Monteros tenía casa Pitita Ridruejo y su marido (José Manuel Stilianopoulos, el que fuera embajador de Filipinas en el Reino Unido entre 1977 y 1982).

Moreno, que también fundó y fue propietario de una clínica dental, le dedica algún tiempo a su afición por la pintura. Desde siempre le ha gustado leer y se ha interesado por el arte. Es un bibliófilo muy especial. Colecciona libros de arte, que van desde el Vía Crucis de Fernando Botero a las Cantigas del rey Alfonso X El Sabio o el facsímil del Apocalipsis. Publicaciones valiosas que al antiguo conserje también le supongan una forma de inversión.

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