El impulsor del lujo en Puerto Banús y la primera mujer concejal, un matrimonio con las dos caras de Marbella
A Marina Torres le tocó vivir de cerca las necesidades del municipio y a Leonardo Llorente tejer los mimbres del glamur de la marina
A Marina Torres le ha tocado vivir de cerca las necesidades del pueblo y a Leonardo Llorente tejer los mimbres de un destino turístico que se propuso como meta el lujo. Ambos forman un matrimonio desde hace más de seis décadas y reflejan dos caras de Marbella.
–He sido una vencida. He sentido el dolor de ser vencida y que por ello no pude ir a la universidad. Mi padre fue exiliado en Francia y sufrió la cárcel por ser fiel a la República. Yo soy hija de vencidos, una hija de rojo, dice Marina Torres, con 94 años a cuestas.
Cuando aterrizó en Málaga, en los últimos años de los sesenta, el aeropuerto era muy pequeño. Recuerda que hizo un alto en la Butibamba de Mijas antes de llegar casi de noche a Marbella, con sus cinco hijas, para reencontrarse con Leonardo, su marido.
–He tenido que estudiar en la Sección Femenina, el servicio social de la Falange, para luego poder trabajar. En la Falange, también había gente buena.
Después de cursar la formación teórica y práctica, de los 26 puntos de la Falange no recuerda nada, solo le viene a la cabeza una frase de Primo de Rivera: inasequible al desaliento, que en su momento hasta le pareció curiosa.
–Creo que he tenido mucha suerte, que me he llevado bien con todo el mundo y que la gente de derechas de Marbella me respeta. Con Kika Caracuel (vicepresidenta de la Diputación provincial) intercambiamos el billete de lotería todos los años: ella me da el del PP y yo el del PSOE. No hay nadie intrínsicamente malo. No me parece bien pensar todo ideológicamente, siempre procuro encontrar algo que pueda compartir. No tengo la culpa de caer bien a la gente de derechas. Aunque puede que no toda la gente me quiera. A mi edad estoy en paz conmigo misma. No me arrepiento de mi trayectoria, que es la de una época. No le he pisado la cabeza a nadie y tampoco he tenido enfrentamiento con nadie.
–Mi padre, Bartolomé Torres Hernández, era un militar de carrera. Mi familia veraneaba en el Mar Menor, en cuatro casas de mi abuelo, mi padre era muy de pueblo, prefería pasar el día con los pescadores. Había estudiado en la academia militar de Artillería en el Alcázar de Segovia. Era muy inteligente, no pertenecía a ningún partido, pero era de izquierdas. Durante la Guerra Civil fue ayudante de José Brandaris de la Cuesta, quien llegó a ser comandante de la isla de Mahón. Ambos se mantuvieron fieles a la República. Cuando llegó el franquismo estuvieron exiliados en Francia, en Dax, donde mi padre trabajó en las minas con el agua hasta la cintura. Lo único que se llevó del ejército fue un abrigo de cuero. Tenía que trabajar para poder mantenerse los dos, relata Marina.
De la Cuesta era un brigadista del regimiento de artillería del Ejercito popular republicano, con base en Mahón, del que fue coronel y gobernador en la isla Balear. Allí se le recuerda en el museo militar. Ascendido a general rechazó ser comandante en Barcelona, para organizar la defensa de la ciudad, y se exilió en Francia. En una carta dirigida al ministro de México en Francia da cuenta de “la más trágica y precaria situación” en que se encuentra y que “por mi apolitismo me han dejado sin recursos y sin hogar, en la más completa miseria”. Confiesa que no tiene dinero para pagar “por la habitación y por los andrajos con que por las noches me cubro para aminorar el frío, sin olvidar que hasta el presente he comido de la limosna” y asegura que “no soy hombre dado a las exageraciones, sino todo lo contrario, se sufrir y esperar, pero mi situación es de tal miseria que pido socorro con gran angustia”. Tras pasar tres años de sinsabores en Francia encontró refugio en México.
–Mi padre quería ir a México como De la Cuesta pero mi madre se negó, no quiso. Confiaba en que no le pasaría nada. Si el propio [Francisco] Franco había dicho que quien no había cometido delito de sangre ni había robado no tenía nada que temer. Yo nací en 1930, en Cartagena (Murcia), en la calle Mayor, en la casa de mi abuelo, frente al gran hotel, soy cartagenera de pura cepa y andaluza de adopción. Estoy en el mejor lugar para vivir y sigo siendo muy feliz. Andalucía es lo mejor que nos ha podido pasar.
Marina ha sido profesora en el instituto de enseñanza media Río Verde.
–En los setenta a mi marido le detectaron un cáncer en las cuerdas vocales. Al quedar sin la Seguridad Social, el director del instituto, Vicente Ramón, me ofreció dar clases de Formación del Espíritu Nacional en el bachillerato para que tuviera un salario. En el temario yo puse a Maurice Duverger –padre de la ciencias políticas francesas y luego eurodiputado del partido comunista italiano– para dar Derecho Constitucional y hacer un poco de educación democrática. Los alumnos aprendieron las nociones de nación o Estado, y entre ellos estaba (la ahora historiadora) Lucía Prieto. Había gente muy buena, don Rodrigo (el párroco del pueblo) nos respetaba y nos quería mucho.
Entre 1983 y 1987, la segunda corporación municipal democrática, fue concejal de Servicios Sociales por el partido socialista.
–Hicimos muchas cosas, como el puente de tirantes, el parque de la Constitución, el Palacio de Ferias, pisos para ancianos y dos mil viviendas sociales. Atendíamos las necesidades de las personas con adicciones y de la tercera edad. Los plenos se celebraban entonces por las tardes, y por la Plaza de los Naranjos, donde está el Ayuntamiento, circulaban los vehículos. Cuando salimos del Pleno veo un coche con toda una familia dentro, vestida de domingo. El que lo conducía era un hombre que esa mañana había venido a mi despacho diciendo que no tenía que dar de comer a sus hijos. Le entregamos una ayuda de 5.000 pesetas y lo veo esa noche que venia de fiesta, de una boda. La gente recurría en busca de ayuda. Había un pastor de los gitanos, el padre Alberto, un seglar rubio de ojos claros, que pedía para ese colectivo. Le tenía que recordar que también había gente que pagaba la luz, el alquiler de la casa y pasaba necesidades, que no podía ser solo para los suyos. El concejal del Partido Comunista que me precedió en la corporación anterior llevaba barras de pan al Ayuntamiento, si venia un vecino que no tenía para comer y él le daba un pan. Ahora yo lo hubiera hecho mejor. La experiencia te da la posibilidad de corregir los fallos y mejorar de buena fe, sin molestar a nadie. Si a alguno he perjudicado, de corazón, le pido perdón. Ahora estoy tranquila, nunca quise incomodar.
Desde hace unos días Marina Torres da nombre a un paseo de Marbella, al ser junto a Pepi Romero las dos primeras mujeres concejalas, que hace 41 años accedieron al Ayuntamiento.
Cada fin de semana se organizaban reuniones en los pueblos de la sierra para proponer a los más jóvenes cambiar las faenas del campo por una de menos esfuerzos físicos como la de deslizar bandejas. Se convocaba entonces a los alcaldes, curas o farmacéuticos de las poblaciones donde se concurría para que ayudaran a reclutar hombres con manos destrozadas por el trabajo, que en seis meses pudieran reconvertirse y servir en un hotel de cinco estrellas. A mediados de los años sesenta en la Costa había urgencia de profesionales de la hostelería para abastecer de mano de obra a una desbocada actividad como era el turismo. Las manos con surcos se suavizaban a base de limón y glicerinas.
–Se les enseñaba desde aprender a lavarse, a calzar zapatos, teníamos que prepararlos para que en un corto tiempo pudieran trabajar en los principales hoteles. Los alumnos aprendían de la mano de monitores y contábamos con el apoyo de los profesionales de los hoteles, sus directores, dice Leonardo Llorente (93 años), marido de Marina y responsable de la primera escuela de hostelería de España que tuvo como sede Marbella.
Llorente –un hombre discreto, que siempre ha mantenido un perfil bajo– se erige como uno de sus artífices, cuando el turismo empezaba a cambiar el destino de Marbella. Llegó en 1966 como director de la escuela de hostelería y turismo San Nicolás que cuatro años después cambiaría su nombre por el de Hotel Escuela Bellamar.
La escuela, que disponía de un establecimiento donde los alumnos podían hacer las prácticas con clientes, buscó como aliados a profesionales del sector, como Luis Callejón o Agustín Picazo, con los que nunca se suscito un problema. La escuela con el apoyo de los hoteleros, que podían encontrar allí empleados preparados para nutrir sus plantillas, se propuso ostentar una categoría de tres estrellas y ofrecer el servicio de un establecimiento superior.
–Esa escuela ya no existe y en estos tiempos se nota la falta de personal cualificado. Hoy no hay una formación para las tareas esenciales en hoteles y hostelería de cierto nivel. En nuestros cursos de cuarenta alumnos conseguíamos profesionales cualificados de corazón, de formación y de disciplina, señala Llorente.
Cuando se agotó la cantera de jóvenes de los pueblos de la sierra de Ronda, comenzaron a llegar alumnos de provincias lejanas como León o Zamora. La escuela valoraba la actitud del interesado, apostaba por un alumno motivado, con deseos de forjarse un porvenir para formar a ayudantes de cocineros, de camareros, cocineros, jefes de cocina, gobernantas, metres o sumiller.
Aún hoy algunos recuerdan La embajada volante de Marbella, que en octubre de 1968, organizó Llorente con un grupo de hoteleros y de la que él no participó para ahorrar costes. Durante un mes la comitiva, que incluía un cuadro flamenco, recorrió las principales capitales europeas, en las que implicó a las propias embajadas españolas para la promoción turística de Marbella.
Durante los 27 años que ofició de director gerente de Puerto Banús, Llorente concibió al recoleto puerto deportivo, con un muelle de forma triangular, como una marina viva, antes que un aparcamiento de barcos. Se propuso gestionarlo como un hotel de lujo con sus atraques como suites.
La oportuna intervención de Alfonso de Hohenlohe libró a la marina de los bloques, que planeaba levantar José Banús, por el de un pueblo serrano que el arquitecto Noldi Schreck bajó a la playa para hacer de decorado al puerto que ha conseguido codearse con los más exclusivos del Mediterráneo europeo.
–Creo que esta concepción del puerto fue un gran acierto, disponíamos de un magnífico continente al que había que dotar de contenido. Logramos concentrar la mayor oferta de tiendas de lujo por metro cuadrado y eso supuso un gran atractivo.
Llorente ha compartido comidas y largos paseos por la marina en compañía del príncipe Salman y actual rey de Arabia Saudí.
–Para mí era una satisfacción porque él estaba muy vinculado con el puerto y entonces podía hacer estas tranquilas caminatas.
Rifat el Asad –tío del expresidente sirio Bashar al Asad–, sobre el que pesa una orden internacional de arresto por crímenes de guerra, era un conflictivo vecino de Puerto Banús, al que Llorente rechazó el regalo de una caja de preciadas plumas estilográficas.
–No lo acepté porque entendí que con ese valioso regalo me quería comprar.
Como tampoco aceptó sumarse al partido de Jesús Gil, cuando este le tendió la mano.
–Nos conocíamos de Madrid, pero él sabía que no lo iba aceptar nunca. Cuando ya como alcalde de Marbella intervino judicialmente el puerto [pretendió municipalizarlo], y un concejal de su equipo quiso contactar conmigo, él le advirtió: No sigas por ahí, estás perdiendo el tiempo.
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