El pueblo que se propuso preservar Marbella y la arquitectura andaluza y acabó atrayendo fortunas, aristocracia y artistas

'Relatos' del municipio emblemático de la Costa del Sol

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Vista parcial de La Virginia.
Vista parcial de La Virginia. / M. H.

Cuando Donald Gray llegó a España desde Australia fingía ser un lord inglés. Vestía como tal, pero con la locura de la Costa del Sol de los años sesenta, digamos que evolucionó para ser un hippie-gurú. Sus amigos, en plan guasa, seguían llamándole Sir Donald, recuerda el escritor John Healey desde su casa de campo de Massachusetts (EEUU). El promotor estadounidense Frederick Wildman y el medio español medio americano Juan Manuel Figueras recurrieron a ese australiano, un arquitecto de oficio, para el diseño de las primeras veinticinco viviendas de la urbanización La Virginia en Marbella, a mediados de los años sesenta.  

Gray era un amante de la arquitectura vernácula andaluza. Se enamoró de ella, decidió estudiarla y aprender de los maestros de obra, con quienes trabajó diseñando y construyendo sus primeras casas. Estos artesanos eran los verdaderos arquitectos de la mayoría de las construcciones domésticas de Andalucía, dominaban el conocimiento de los principios y las proporciones de los elementos clásicos ornamentales, como las portadas de las fachadas. 

En los terrenos que formaban parte de una suave estribación en la falda de Sierra Blanca, al noroeste de Marbella, se levantaría el pueblo. El suelo era propiedad de Figueras, quien se propuso allí un desarrollo armónico, que se integrara en el entorno natural. El proyecto desafiaba a la voraz urbanización del litoral ante la desaforada transformación que comenzaba a sufrir el municipio abocado el turismo. Durante la construcción de la urbanización, Gray se trasladó a vivir en la obra para tener un contacto directo con el lugar. Los árboles y el rumor del agua en las fuentes de las plazas formarían parte esencial del proyecto. Se conservaron ejemplares de algarrobos, higueras, olivos, pinos piñonero y algún plátano oriental, anteriores a la urbanización, para dar sombras a las calles y los patios. El cuidado de las plantas emergió como un actor de importancia, de ahí que una de sus plazas recuerde con su nombre a Antonio (Gómez), el jardinero.  

Calle de la Tienda, La Virginia.
Calle de la Tienda, La Virginia.

La urbanización desde sus inicios se propuso crear un fuerte vínculo de los vecinos con el entorno. Sus promotores imbuían de carácter e identidad a la comunidad con sus calles y plazas concebidas como lugares de encuentro. La capilla, dedicada a Santa Clara, diseñada por el propio Figueras y Mimi De Ouro Preto, modelo brasileña de la casa Chanel y marquesa D’Arcangues, corona el pueblo. De arquitectura colonial, tomó como referencia una pequeña capilla de la localidad de Ouro Preto (Brasil), que reproduce las mismas volutas en su fachada. El mobiliario y la imaginería religiosa fue aportada por donaciones de los vecinos y amigos. Las pinturas murales del ábside y un cuadro tríptico de estilo surrealista son obra del pintor Martín Zerolo.  

A la obra proyectada por Gray se sumarían otros diseñadores como Maria Luisa Larrañaga, esposa del escritor y diplomático Agustin de Foxá, por tanto condesa de Foxá, o Rafael Neville –hijo de Edgar Neville– creador del Porto Rafael en la Cerdeña italiana y Puerto Mogán en Gran Canaria. En la construcción de nuevas viviendas intervinieron los arquitectos Carlos de Ochoa Hernández-Blanco, Rafael Arvilla, Ignacio Dorao Orduña o Susan Griffin y el constructor Felipe Iglesias, mano derecha de Figueras, aportando cada uno su sello y respetando el entorno. El poblado fue creciendo hasta completar las 69 viviendas actuales.  

En poco más de medio siglo de existencia La Virginia ha conseguido cierta solera y destilar una genuina esencia andaluza. Presenta una distribución jerárquica, con viviendas señoriales en torno a la plaza principal, y otras inspiradas en la arquitectura popular en las calles periféricas de trazado sinuoso. Para algunos es un modelo ejemplar de construcción de un pueblo andaluz.  

Seguramente sea el conjunto más conseguido en cuanto a su autenticidad y similitud es con cualquier pueblo de Andalucía. El proyecto contraponía el intento de recrear la esencia del estilo andaluz frente a los constantes ataques del desarrollo urbanístico que comenzaba a sufrir el territorio, sostiene el historiador local Francisco Moreno.  

El conjunto tiene como principal característica su planeamiento, que fue incluido en el catálogo de arquitectura contemporánea del Plan General de Ordenación Urbana municipal de 2010. Aunque aún tiene pendiente la división horizontal, la ordenación de las zonas públicas y privadas, y la recepción municipal de la urbanización, que permita entre otras cosas, la instalación de contadores individuales de agua de la empresa suministradora.

Gunilla Von Bismark y una amiga con Jurgen Vig Muller detrás de la barra.
Gunilla Von Bismark y una amiga con Jurgen Vig Muller detrás de la barra.

Donald Gray tenía el pelo largo, llevaba muchas pulseras de plata y la camisa abierta hasta el ombligo. Estaba enamorado de sí mismo. Como dibujante tenía talento y estilo y mucho aprecio por la arquitectura andaluza. Cuando no estaban peleándose, a veces literalmente, Donald, Freddy Wildman y Juan Manuel Figueras, se llevaban muy bien. Así nació el proyecto de La Virginia, recuerda Healey.

Si el arquitecto era un tipo singular también lo eran los promotores. Figueras fue el fundador de LooKout, la primera revista turística y literaria de habla inglesa de Málaga, en la que en 1965 incluía los dibujos de Donald Gray para publicitar la urbanización La Virginia, donde reivindicaba la arquitectura andaluza. “La gente de la Costa del Sol se ha lamentando de que el estilo arquitectónico andaluz esté siendo constantemente corrompido o ignorado por otras maravillas que han desfigurado aún más el paisaje: el falso chalet andaluz o el rascacielos”, manifestaba quien quería compartir el lugar con sus iguales y del que soñaba ser su alcalde.  

Freddy Wildman, como Healey llama al tío de su primera mujer, provenía de una familia bien de Nueva Inglaterra. Pasó su infancia en una casa maravillosa en Connecticut y un townhouse en Manhattan, donde su padre tenia una empresa de importación de extraordinarios vinos de Francia y de España. 

Freddy estudió en un colegio caro y bueno en Manhattan, St. Bernard, y luego en una universidad muy especial, St. John’s. De mayor se llevo bastante mal con su padre y fue a vivir a Londres, luego a Paris y al final encontró su país favorito, España, o sea Andalucia. Hablaba tres idiomas, con mucha rapidez, tenia un sentido de ironia y de humor de primera, y en esos años escribía artículos muy buenos sobre gastronomía y vinos para Gourmet Magazine y un libro de historia sobre la Armada Invencible. 

Cuando tenía 18 años decidí dejar la universidad en Nueva York para intentar ser escritor y casi todos los de mi entorno estaban horrorizados. Entonces apareció Freddy y después de pasar una tarde con Andy Warhol en su estudio, cenamos juntos en East Village, en el restaurante John’s, que sigue allí, También estaban presentes Don Alan Pennebaker (cineasta de documentales de Bob Dylan, John Lennon o David Bowie y nominado al Oscar al mejor documental por su trabajo sobre las elecciones estadounidenses) y una mujer alucinante, Vali Myers (artista, bailarina, pintora, que había huido de Melbourne a Europa a los 19 años).

Freddy Wildman con William Randolph Hearst.
Freddy Wildman con William Randolph Hearst. / M. H.

El tío Freddy en esa cena invitó a Healey a volver con él a España para pasar la primavera y el verano en su casa de Churriana, vecina a la de Gerald Brenan, donde poseía una gran biblioteca. 

Yo ahí podría averiguar si ser escritor era lo mío o no. Me dijo que si me quedaba en Nueva York mi orgullo podría ser un obstáculo. Acepté inmediatamente. 

El joven aspirante a escritor fue un testigo de excepción del nacimiento de la urbanización La Virginia. 

En Marbella, hasta que La Virginia fue habitable, siempre nos quedábamos en La Fonda. Una noche, cenando el grupo con Jürgen (Vig Muller) y otro tipo genial, Aymon Roussy de Sales (pintor y poeta), Freddy admiraba un jersey de cashmere que llevaba Jürgen. Y éste le dijo que tenia una veintena de ellos, regalos de sus admiradores.  

Pero desgraciadamente uno no puede comprar una casa con jerseys de cashmere, añadió el danés. Jürgen tuvo finalmente su vivienda en La Virginia, donde pintaba y siempre tenía abiertas las puertas a quien quisiera pasar a charlar con él, hasta que falleció poco antes de la pandemia.

Donald Gray, en 2015 recibe el premio de arquitectura.
Donald Gray, en 2015 recibe el premio de arquitectura.

La identidad de La Virginia se fue forjando como un espacio doméstico, con un club, un restaurante, una iglesia e incluso su propio colmado, para asegurar de té, café, azucar y vino a los vecinos. El pequeño núcleo urbano, bautizado con el nombre de la madre de Figueras, se convirtió en un foco cultural que atrajo a fortunas, aristócratas y artistas de todo el mundo. No era excepcional ver al pianista Arturo Rubenstein pasear por sus calles en las mañanas o a Sean Connery, Peter Viertel, Deborah Kerr, Liz Taylor y George Hamilton, dar una vuelta por allí. La calle del Piano recuerda al compositor Enrique Arias, que junto al arpista Nicanor Zabaleta –ambos residentes en La Virginia– el violinista Christian Ferras, la soprano Victoria de los Ángeles, el cantaor José Meneses y el Cuarteto Tslich de Praga organizaron un Festival Internacional de Música en la Plaza del Chispo, dedicada a un perro en celo permanente, achacable al buen clima.  

La Virginia que yo conocí tenia mucho estilo y caché, antes de que Marbella se convirtiera en el fenómeno que es ahora. No tengo ganas de volver. Demasiados cambios. Tiene sentido que varios de los propietarios norteamericanos también tuvieran casas en Palm Beach. Para la sociedad a la que pertenecían Freddy y sus padres, tener una casa en Palm Beach para pasar algunos meses del invierno era de lo más normal. Como en el caso de Marbella, hablo de un Palm Beach distinto de como es ahora, del old money. un poco rancio sí, pero mucho más estiloso que ahora. Así va el mundo. 

Oscar Streuber, economista de la Universidad de Princeton, al igual que los Wildman también alternaba residencias en Nueva York y Palm Beach. Hasta que se mudó a Gstaad, (Suiza) y finalmente a La Virginia, donde vivió hasta su muerte en 2009, con su esposa Edith Cates. Itinerario que también compartió la condesa Terry Von Pantz, protagonista de las crónicas de sociedad, con casas en Nueva York, Palm Beach, Gstaad y Marbella. 

Boceto de La Virginia de Donald Gray.
Boceto de La Virginia de Donald Gray. / M. H.

A finales de los años ochenta, el arquitecto cubano Bernardo Díez Boullosa, asentado en Marbella desde 1959, se preguntaba dónde diablos está Donald. En una serie de interesantes artículos sobre arquitectura y urbanismo publicados en la desaparecida revista Imagen de Marbella, Boullosa realizó una semblanza del misterioso personaje al tiempo que clamaba ¡busquen a Donald!.  

Reivindicó la figura de Donald Gray y la autoría de su emblemático proyecto la urbanización La Virginia. En aquellos años muchos profesionales no pudieron colegiarse y por tanto no se les permitía firmar los trabajos, apunta Moreno. 

Gray se había retirado entonces de la Costa del Sol a Las Alpujarras granadindas donde también buscó refugio el pintor y ceramista Lars Pranger, con largos años de residencia en Torremolinos

A Donald lo conocí bastante bien. Tenía un gran conocimiento de la arquitectura clásica, popular. Le encargaron La Virginia después de construir Pueblo López, que algunos creían que era el casco antiguo de Fuengirola, fue un auténtico éxito. Con Figueras colaboré algunas veces en la revista LooKout, y Wildman era una personaje extraordinario, inteligente y complicado, con contradicciones muy fuertes, dice Pranger. 

Lo que mas le gustaba a Freddy era discutir. Si al final su contrincante llegaba a estar de acuerdo con su argumento, Freddy cambiaba de opinión en el acto para seguir discutiendo en plan divertido. Cualquier dogma o certeza filosófica lo ponía en acción y no dejaba títere con cabeza, precisa Healey. 

En 2015 el prolífico arquitecto, restaurador, decorador y artista vio reconocida su obra con el Premio Rafael Manzano -el de mayor dotación de España- de Arquitectura Clásica y Restauración de Monumentos de la fundación The Richard H. Driehaus Charitable Lead Trust y la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Notre Dame (Indiana, USA). El galardón que premia a la arquitectura que es respetuosa con el paisaje y el urbanismo. 

El trabajo de Gray en la Costa del Sol fue también considerado por el equipo que el príncipe Carlos de Inglaterra envió a la zona para descubrir la mejor obra que se pudiera replicar en Cornualles. Tres años esperó Donald desde que le comunicaron que era el elegido hasta que tuvo la oportunidad de sentarse con el entonces duque de Cornualles. Durante la reunión se quedó observando el anillo de grueso sello que lucía el príncipe en su dedo meñique. Lo llevaba desde los años setenta, había pertenecido a su tío, el duque de Windsor, también visitante de Marbella, con el escudo oficial del Príncipe de Gales. 

Le pregunté si había hecho una foto de esa reunión y me contestó con su voz grave: yo no me presto a esas horteradas. Del proyecto en Cornualles solo quedó el interés de la corona británica por la obra de Donald, recuerda su amigo, el psicoanalista Alberto Murri. 

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