La reina de los bandidos en Marbella: la sueca que se codeaba con Sean Connery, Rod Stewart o Björn Borg

Jill Lindberg maneja desde hace 38 años su restaurante de Puerto Banús bajo la mirada de los gánsters

La condesa de Foxá, la arquitecta de oficio

Sean Connery con las gafas de Jill, Toni Dalli y Kurt Lindberg.
Sean Connery con las gafas de Jill, Toni Dalli y Kurt Lindberg.

–Quiero tener una foto aquí.

–¿Tú has estado en la cárcel?

–Claro que no.

–Entonces no puedo ponerla.

La petición de tener colgado su retrato en un local donde decenas de imágenes de cinematográficos gánsters adornan sus paredes salió de la boca de José María Aznar. Lo recuerda la propietaria del restaurante, Jill Lindberg. Cuando el líder popular ya no era el jefe del Gobierno renovó su deseo de estar presente en la sala que recuerda a conocidos malhechores. Llevó su fotografía para compartir espacio junto a los rostros de Al Capone o Bonnie y Clyde.

A sus 77 años, Jill presume de ostentar el oficioso título que le concedieron sus amigos: las piernas más bonitas de Puerto Banús. Lleva 38 años, la mitad de su vida, reinando en el local que abrió con su marido Kurt Lindberg.

–A Rod Stewart le gustaban mis piernas. La primera vez que vino quiso que comiera con él, a su lado. Su guardaespaldas me cogió del brazo y me dijo que no me acercara demasiado. Le recordé que yo era la dueña del restaurante y que él me había pedido que me sentara a su lado.

El restaurante Los Bandidos tomó su nombre de un grupo de doce apóstoles del golf que jugaban en el club Aloha de Nueva Andalucía. Entre ellos estaban Sean Connery o el tenor Toni Dalli, además del propio Kurt. Por el local de Jill han pasado Salvador Dalí, Sophia Loren, Omar Shariff, Hugh Grant o el rey Salman de Arabia Saudí cuando aún era príncipe.

–Todas las fotos que hay aquí me las regalaron, dice Jill, que hizo suyo el apellido de su socio y uno de sus tres maridos, Kurt Lindberg, quien también fue conocido como Diamant-Kurt o el Rey de los Diamantes. Estos apodos se los ganó a mediados de la década de los setenta, tras ser condenado en Suecia a dos años de prisión por contrabando de piedras preciosas. Había conseguido colarse en el corazón del negocio de los diamantes de Ámsterdam que controlaban los judíos.

Kurt era un tipo demasiado carismático y risueño, que siempre se divertía a lo grande, como para que a alguien le pudiera caer mal. En Los Países Bajos adquiría las piedras preciosas que cargaba en su coche o en el de un colaborador, al que escoltaba hasta Dinamarca. Desde allí inundaba las joyerías suecas con joyas y diamantes de gran calidad a un precio muy bajo. Esta situación alertó a la policía sueca, cuya investigación acabó con sus huesos en prisión. Nada más pisar la cárcel, Kurt se propuso ganar amigos. A modo de presentación, repartió a granel gin tonic, whisky y ron. Invitó a todos, funcionarios y prisioneros, para ejercer luego de cocinero.

–En Suecia Kurt conocía a todo el mundo. Lo condenaron por no aplicar el IVA. Eran los primeros tiempos en que se implementó este impuesto, que parecía que no le preocupaba a nadie, y quisieron darle un castigo ejemplar. Pero a los catorce meses ya estaba afuera.

Tras cumplir el castigo, Kurt puso rumbo a España, donde abrió la primera sala de bingo de Torremolinos, Ingo's Bingo. Esta era la forma cariñosa en que se llamaba a Ingemar Johansson, un conocido rematador del ring. El gran boxeador sueco, que rompió la supremacía americana en este deporte y del que Kurt había sido su sparring, fue campeón del mundo de los pesos pesados.

Ingemar Johansson y Kurt Lindberg.
Ingemar Johansson y Kurt Lindberg.

–Kurt era un buen boxeador pero su primera mujer le dijo "el boxeo o su familia y sus hijas". Lo dejó y estuvo un tiempo trabajando de peón en la construcción. Tenía una inteligencia natural. A Marbella vino a invertir en grande, abrió cuatro tiendas de jeans en Puerto Banús. Se formaban colas para comprar sus vaqueros, cuando vendía todo cerraba el local y se iba a dormir. Yo hablo cinco idiomas, inglés, alemán, francés y español, podía hacerle de traductora al sueco.

Jill contaba con 17 años la primera vez que vino a España, en la década de los sesenta. Lo hizo con su madre y su padrastro.

–Estábamos hospedados en el edificio Skol y me pidieron que los acompañara a ver una casa. Estaba en la plaza donde vivía Lola Flores. A mi madre le pareció estupenda y él le dijo: "Ya la compré". Veraneábamos aquí.

Tras pasar por la universidad en su país, Jill se echó a la aventura y se plantó en Puerto Banús, casi sin dinero.

–Conocí a una señora alemana que llevaba un restaurante por hacer algo, pero en el local no tenía más que dos o tres clientes. Yo tenía 26 años y sabía algo de cocina de haber ayudado a mi abuela, me dejó el local en alquiler por un año. En España todos eran simpáticos, muy abiertos, tanto mujeres como hombres y una vida muy tranquila. Era maravilloso ver a la gente tan amable, yo trabajaba muy bien con el local, era fantástico y me quede aquí.

Jill solía frecuentar el hotel Marbella Club para tomar sol en topless, a pesar de que no estaba permitido. Entonces Alfonso de Hohenlohe, siempre condescendiente, le decía "ponte un poco más allá".

–Un día vinieron dos agentes de la Guardia Civil y me sacaron a rastras. Ni siquiera me dejaron vestir, me llevaron al cuartel y cada vez venía un nuevo agente a observarme. Habría pasado una media hora, llegó Alfonso y me sacó de allí.

–"Esto es la mejor publicidad. Podrás venir al club del hotel todo el año gratis", me dijo Hohenlohe.

En alguna ocasión ha tomado parte de las fiestas que organizaba el traficante de armas Adnan Kashogui, dueño de la finca Al Baraka (donde ahora se levanta la lujosa urbanización La Zagaleta), con atraque y yate en Puerto Banús.

Jill Lindberg , rodeada de las fotos que decoran su restaurante.
Jill Lindberg , rodeada de las fotos que decoran su restaurante.

–Recuerdo que habría unas 50 personas y en la mesa a cada señora le ponía un diamante antes de servir la comida. Los primeros árabes que he tenido como clientes en el restaurante eran distintos a los de ahora que es gente joven, universitaria, que vive en Nueva York. Antes venían con su séquito y se comportaban con la mujeres como los rusos de ahora.

Un día el jefe de sala del restaurante le avisó a Jill que en la puerta había un hombre en chanclas, al que no se le permitía entrar al restaurante por su vestimenta, que insistía en hablar con la señora.

–Era Richard Branson, el dueño de Virgin Airlines, un hombre de negocios fantástico, del que yo había leídos sus libros. Habían olvidado su equipaje en su avión privado, se hospedaba en el Marbella Club y no tenía ropa para vestirse. Me pidió que lo acomodara en alguna esquina del local. Nos hicimos amigos, me invitó a que visitara su isla. En un viaje que hice en un crucero le comenté que estaba cerca y me envió un helicóptero para que llegara a su isla.

Su madre, a los quince años se había quedado embarazada de otro menor, el padre de éste les propuso a la joven pareja que al bebé lo entregasen en adopción en Noruega.

–El padre del chico era un tal Adamsson, un empresario que tenía una fábrica muy grande de preservativos. A su hijo lo envió por un tiempo a los Estados Unidos.

Jill, Kurt Lindbeg, la princesa Brigida de Suecia y Sean Connery.
Jill, Kurt Lindbeg, la princesa Brigida de Suecia y Sean Connery.

Con 19 años, su madre conoció en el casino de Cannes a un descendiente del rey Faud de Egipto, que fue pareja de su madre y se convirtió en su padre. Por este motivo Jill nació en El Cairo, cinco años después, tras el derrocamiento del rey Faruk en 1952 su familia se trasladó a Cannes, gran parte de ella pasó un año en el hotel Carlton.

–Mi padre no hacía nada, era el segundo hijo de su familia y recibía un salario mensual.

Jill vivió en Vallauris, a pocos kilómetros de Cannes, una población de la Costa Azul francesa con una milenaria tradición alfarera.

–Tenía un monito de mascota que se pasaba al jardín del vecino. Un día este hombre le pidió permiso a mi madre para poder pintarme. Mi madre no lo conocía y solo vio que él hacía unos cuadros muy raros. La finca de su vecino era La Galloise y quien quiso retratarla, Pablo Picasso.

–Él hacía cerámicas y mandaba a los niños a llevarlas a una tienda. El pintor malagueño trabajaba en esos años con el taller Madoura para producir vajillas a base de cerámica.

Un año después, con seis años y medio, Jill viajó a Suecia, el país de su madre, solo hablaba francés e inglés.

–Mi madre me dejó al cuidado de mi abuela, a ella no la volví a ver hasta que yo tendría nueve o diez años. Luego fui a estudiar Ciencias Políticas y alemán, mi madre quería que estudiara y que luego trabajara en Washington.

Richard Brandson en el centro con chanclas.
Richard Brandson en el centro con chanclas.

Su madre había trabajado en la embajada sueca en Madrid, donde conoció a un diplomático, al que le pidió una recomendación para trabajar en el Gobierno de Suecia. Consiguió ser secretaria del primer ministro del Gobierno sueco. "Mi madre se casó con un armador sueco que tenía barcos de transporte de combustibles. Era una mujer sin sentimientos".

Jill vendió la franquicia de la marca de su restaurante para Riad (Arabia Saudí) y Moscú, con el compromiso de hacer un seguimiento del establecimiento el primer año. El príncipe Salman se lamentaba de que el local de su país no tuviera nada que ver con el restaurante de Puerto Banús. También diseñó unas gafas a las que les puso por nombre Jill Miró.

–Las llevé a El Corte Inglés y el encargado me preguntó qué hombre va a comprar unas gafas de colores.

–"Este", le dije y le enseñé una foto de Sean Connery con mis gafas. La marca Joan Miró me denunció por el nombre de mis gafas, pero ellos no tenían registrada su marca para gafas. Luego dejé este negocio y vendí mi marca.

También recuerda un viaje de promoción municipal de Marbella a Hong Kong del que ella participó.

–Tuvimos una recepción espectacular y la comida nos la sirvieron con cubiertos de oro, yo estaba sentada en diagonal al alcalde y vi cómo en un momento se guardaba en la chaqueta un tenedor y un cuchillo. Entonces pensé: a ver de aquí cómo salimos. En la cuenta, que pagó Kurt, le cargaron los dos cubiertos. Cuando un día ese alcalde vino al restaurante, yo le dije: "Ah, el de los cubiertos", dio media vuelta y se marchó.

Kurt conocía al padre de Björn Borg y le ayudó para que el tenista pudiera desarrollar su carrera. A Frank Sinatra le cantó en Las Vegas canciones de Julio Iglesias. Siempre bebía whisky en todas las comidas y durante toda la noche.

Björn Brog, Kurt y Jill Lindberg.
Björn Brog, Kurt y Jill Lindberg.

–No se ponía agresivo, era un borracho bueno. A Kurt le gustaba mucho el lujo. Estando casados me dijo que si fallecía antes que yo querría ser enterrado dentro de un Rolls Royce. Cuando murió en Brasil no tenía esposa, entonces decidí cumplir su deseo pero sus hijos no quisieron. Me encargué del traslado de su cuerpo a Suecia, donde recibió sepultura. En el campo de golf Los Naranjos, donde era muy conocido, le hicimos un acto de homenaje y una cena en mi restaurante con los más amigos.

Kurt también había sido promotor de viviendas, unas veces con éxito y otras, cargadas de polémicas. Su último proyecto era una urbanización y un campo de golf en Natal (Brasil) que por falta de permisos no pudo llevar a cabo. Jill sostiene que lo perdió todo en esta aventura y que sus socios no pudieron recuperar el dinero invertido.

–Ellos lo entendieron porque conocían bien a Kurt y decían: "Con Kurt todo puede ser fantástico o nada. Es igual".

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