El turismo en Marbella y los nazis
Una historiadora recoge la presencia de miembros del Tercer Reich alemán atraídos por la ciudad
En la Segunda Guerra Mundial, Málaga acogió una sede de la embajada alemana
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La llegada de Ricardo Soriano, marqués de Ivanrey, a Marbella en 1943, invitado por un amigo o por su cuenta, es el embrión que inicia el fulgurante desarrollo turístico del municipio. Por 110.000 pesetas se hizo con 22 hectáreas de terreno y rápidamente abrió su hotel, El Rodeo. Lucía Prieto Borrego, profesora titular del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Málaga (UMA), cuestiona este hecho que se presenta como el elemento fundacional de la Marbella turística, encarnado en un hombre visionario, iluminado, que actúa con audacia y en solitario.
–Es un mito que se repite como un mantra. Ricardo Soriano, primero, y su primo, el príncipe Max Hohenlohe después, que llegan a Marbella para sucumbir a sus encantos naturales, que les provoca su enamoramiento y el éxtasis. Son dos términos que se repiten para justificar la decisión de iniciar una empresa quimérica, en los años de la hambruna más aguda, en un pueblito poco conocido.
Soriano, piloto de lanchas motoras y pescador experimentado, entre otra muchas cosas, invitó a su primo a descubrir su paraíso. Max Hohenlohe viajó desde el palacio El Quejigal (Ávila) a bordo de su Rolls Royce Phantom con motor de carbón. Cuando llegó a Marbella, no encontró a su primo que se había ido de pesca, así que aparcó e improvisó un pícnic a la sombra de un pinar en primera línea de playa.
–Por el precio que te cuesta mantener caliente el palacio un invierno, aquí te puedes comprar una casa, fue el consejo que le dio el marqués.
Tan a gusto se sintió Max Hohenlohe, con el aire fresco y los cielos límpidos, que compró la finca Santa Margarita por 120.000 pesetas. Mientras su hijo, Alfonso, se enamoró tanto de aquella finca, cobijada por Sierra Blanca, que ahí construiría el Marbella Club, un pequeño motel como los que había visto en California
–Nunca he creído que el turismo saliera de la nada. Soy de aquí y este es un pueblo muy narcisista, en Marbella todo se magnífica. El turismo no es una cuestión excepcional. Como ya lo apuntó el profesor Antonio Rodríguez Feijoo: el nacimiento del turismo en Marbella y su expansión no responde a un fenómeno personalista o a un hecho puntual, sino a una situación, un contexto general que se debe a varios actores, donde hay iniciativas privadas e institucionales. El proyecto de Soriano no fue tan novedoso como se dice sino que admite dudas sobre su improvisación. No lo niego, pero mi mirada es otra, que no pasa por la casualidad de alguien que llega y se enamora de un lugar.
A Prieto le resulta un tanto extraño el azar, siempre presente en el relato de los comienzos turísticos de Marbella, como que Max Hohenlohe se quedara deslumbrado ante un puñado de pinos. Cuando el noble había vivido en el castillo familiar de Rothenhaus, en los Sudetes checoslovacos, rodeado de bosques, en una finca tan grande como todo el principado de Liechtenstein (16.000 hectáreas).
–En la España prebélica el turismo ya tenía una importancia sustantiva. En 1938 ya existía la Dirección General de Turismo que dirigía el malagueño Luis Antonio Bolín, que se implicó en la promoción de la Costa de Sol. Su hermano Enrique inauguró en Torremolinos el hotel La Roca en 1942 y Carlota Alessandri reabrió el Parador Montemar en 1945. Tampoco era algo nuevo el turismo de élite, que ya existía desde mucho antes en San Sebastián, y en la propia Málaga, hace más de un siglo, en los años veinte ya estaban el hotel La Caleta o el Miramar.
La profesora de la UMA, que desarrolla su actividad investigadora en Andalucía como miembro del grupo Historia del tiempo presente, analiza en un estudio reciente la influencia de los nazis en la provincia y el desarrollo turístico de Marbella. En la segunda Guerra Mundial, destaca, Málaga acogió una sede de la embajada alemana, que justificaría la presencia de periodistas y agentes de la inteligencia nazi en Torremolinos.
Entre los huéspedes del hotel La Roca había varios alemanes, que difícilmente se podrían calificar de turistas. Hermann Leo Ehnim estaba clasificado en los informes de Los Aliados (Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos) como agente B, al igual que Edgard Horn, el agregado de prensa y propaganda en la embajada alemana, Arthur Dietrich, o Hermann Gerlich Mueller. Como en el Parador Montemar, donde se alojaba Anneliese Muendler, corresponsal en España del principal órgano de prensa del Partido Nazi, el Völkischer Beobachter.
En el hotel El Rodeo, Ricardo Soriano tenía como encargado a un tipo simpático al que se le conocía como Pedro Hernández. En realidad no se llamaba Pedro, ni como se presumía, era español. Se trataba de Hermann Gerlich Mueller, el director de propaganda de los ferrocarriles alemanes y director de banco, dedicado al tráfico turístico, que formaba parte de la lista de alemanes que los aliados reclamaban su repatriación. En 1946 cuando se implementó la lista, Gerlich Mueller ya estaba plácidamente instalado en El Rodeo, había escapado días antes del suicidio de Hitler.
–La mayoría de los agentes de inteligencia y propaganda durante la guerra ya vivía en un país neutral, España, trabajando para el tercer reich. En las listas elaboradas entre 1945 y 1947 por los liados figuraban los nombres de estos ciudadanos alemanes que debían ser repatriados e interrogados. Todos ellos se esfumaron antes de ser detenidos, el cónsul americano en Málaga quedó tan estupefacto como indignado.
La investigación de Prieto señala que la vida del patriarca de los Hohenlohe, Max, hoy es objeto de investigación por el importante papel que desempeñó en la Crisis de los Sudetes, antes de su llegada a Marbella.
–Trabajó con el partido nazi de Konrad Henlein que buscaba la anexión a Alemania de los territorios checoslovacos habitados por alemanes étnicos. A este grupo respondía Max Hohenlohe, que renunció a la ciudadanía de Checoslovaquia, país que se crea en 1918, y optó por la de Liechteiten, que formó parte de la Confederación Alemana hasta 1866 en que obtuvo la independencia. Negoció con Inglaterra, tenia muchos contactos con la nobleza británica la anexión alemana y consiguió apoyos, de ello dependía conservar el castillo y su enorme patrimonio territorial. Para evitar la guerra los ingleses consentirían una autonomía cultural para la población alemana. Hohenlohe sabía que Hitler no quería la autonomía de los Sudetes, sino su anexión, que fue consumada por los Acuerdos de Múnich en 1938.
–El resultado de la Primera Guerra Mundial fue demoledor para los Hohenlohe, en los años veinte la situación de la familia era desesperada. Solo el matrimonio de Max con Piedad Iturbe, una rica aristócrata española, permitió al príncipe comprar el castillo familiar a su hermano mayor y salvar su patrimonio. Cuando los Hohenlohe visitaron a Soriano en Marbella, los alemanes de los Sudetes habían sido desalojados mediante la aplicación de una limpieza étnica que causó uno de los mayores desplazamientos de población de la posguerra europea. Los aliados entonces reclamaban a España el bloqueo de los bienes alemanes y la repatriación de los más importantes agentes de inteligencia nazi. Entre ellos, Reichard Spitzy, teniente de las SS, diplomático y agente de inteligencia. Cuando su nombre apareció en las listas de reclamados, su amigo Max Hohenlohe lo tenía, transmutada su identidad y su apariencia, en su casa de Santillana del Mar. Spitzy fue uno de los nazis más reclamados. Con el apoyo de Hohenlohe huyó a Argentina. El príncipe escapaba a la categoría de alemanes reportables porque su esposa era española. Intentó conseguir un visado en Gibraltar para entrar en el Reino Unido. Los Servicios de Seguridad británicos conocían su pertenecía al Servicio de Seguridad de las SS. La embajada advirtió, en septiembre de 1950, a todas las oficinas consulares británicas en España que no le concedieran facilidades para visitar Gibraltar, al ser considerado persona non grata en el territorio británico.
Prieto recoge en palabras de la historiadora alemana Karina Urbach, en su libro, Go-Btweens for Hitler, que Marbella fue un paraíso para el dinero nazi. Tras la guerra había mucho dinero que blanquear y a los antiguos simpatizantes de Hitler, ese pueblo, entre Málaga y Gibraltar, les pareció un lugar seguro y discreto. Sostiene que Max Holenlohe actuó como un imán para atraer inversiones de forma significativa.
–Que todos vengan en bloque a invertir su capital no fue casual. Diez años después de comprar los terrenos construyen un hotel. Para algunos hizo de Marbella un maravilloso cuento de hadas.
La conversión de los aristócratas en hoteleros se contagió rápidamente a un amplio número de inversores extranjeros. En 1958 ascendían a casi 26 millones de pesetas, frente a las ciento cincuenta mil invertidas en el municipio en 1954, se convertían en los primeros urbanistas. Entre los mayores inversores en terrenos de la década de los cincuenta había varios ciudadanos alemanes. Destacaban las fincas registradas a nombre de Elizabeth Weber de Horcher, que de 1955 a 1958 compró suelo por 6,2 millones de pesetas. Esta mujer encabezaba las inversiones alemanas, concentraba más del 75%., según documenta el ayuntamiento de Marbella.
–Los aliados tenían a su esposo, Otto Horcher, bajo sospecha desde su llegada a Madrid en 1943. Su restaurante era punto de encuentro de agentes de inteligencia y periodistas que trabajaban para la Alemania nazi. Horcher tenía un especial interés para Los Aliados no solo por ser considerado abastecedor de alimentos al ejército alemán, sino también por su proximidad a los agentes nazis que trabajaban en la embajada. Los informes de la Comisión Roberts, que investigó el saqueo de obras de arte en Alemania, atribuían a los Horcher el traslado a España de tres cargamentos de tesoros artísticos. Elizabeth, a quien los aliados consideraban más peligrosa que a su marido y sospechosa de introducir ilegalmente antigüedades en España, se dedicó en el Madrid de los años cuarenta al negocio de anticuaria junto al jefe de propaganda de la embajada alemana, Hans Lazar. Cuando éste vivía, rodeado de obras de arte, en uno de los palacetes de Hohenlohe.
En los años setenta los Horcher regentaron el restaurante La Fonda de Marbella. La casa señorial que el decorador Jaime Parladé reconvirtió en hotel la vendió a los restauradores, harto de las deudas que le dejaban sus amigos.
Otro gran inversor que aparecía en los listados de alemanes era el prusiano Werner von Leventzow. La aristocracia que siguió la estela Hohenlohe invirtiendo en Marbella a mediados de los cincuenta no solo procedía del Imperio Alemán, sino también del austro-húngaro. Como el príncipe Maximilian von Khevenhüller-Metsch, nieto del príncipe Maximilian Egon zu Fürember, de los Sudetes como Max Hohenlohe o Friedrich Freiherr Mayr von Melnhof, un aristócrata de la región de Salzburgo. Entre los inversores millonarios se encontraba también el hungaro Segismundo Batthyany, miembro de una antiquísima familia aristocrática magiar. La presencia en Marbella del conde Batthyany estaría relacionada con la frustrada revolución antisoviética de Budapest de 1956, que impulsó a escapar de Hungría a parte de su familia.
–Los alemanes de Málaga que ayudaron al bando franquista en la Guerra Civil, tanto a nivel económico como propagandístico, serían ampliamente recompensados por el nuevo régimen. Después, durante la Segunda Guerra Mundial, a la colonia local se unieron agentes de inteligencia y de la Gestapo entre ellos Hans Hoffmann, otro nazi bueno. Cónsul en Algeciras. y luego de Málaga, controló el Colegio Alemán. Alfred Giese, condecorado por Franco por sus servicios en la Legión Cóndor y Max Schiffer dirigieron desde 1938 las bodegas Scholtz Hermanos. En torno al apellido Scholtz existió una espesa red de vinculaciones directas o indirectas con intereses políticos y empresariales de la Alemania nazi mucho antes de que Ricardo Soriano llegara por casualidad a Marbella. Aquella casualidad permitió que Gerlich Mueller, a quien Los Aliados tenían mucho interés en interrogar, nunca fuera repatriado. El ocultamiento de nazis en la costa mediterránea no se explica por el asentamiento previo de familias de origen germánico sino por el apoyo total del régimen de Franco. La desnazificación no fracasó en España, sino que no los quisieron buscar.
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