Víctor Rodríguez, el chiringuitero de los famosos en los años dorados de Marbella
Futbolista, hippy y pinchadiscos, acogió en su local a Brigitte Bardot, Claudia Cardinale, Sofía Loren o Ursula Andress
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Decenas de fotos de rostros famosos tapizan un gran cartel a las puertas del chiringuito. Sofía Loren, Brigitte Bardot, Liz Taylor, Rod Stewart, Sean Connery, Anthony Quinn, Ursula Andress, Claudia Cardinale, Paul Mccartney, Mick Jagger, Luis Miguel Dominguín, Bobby Charlton, Diego Maradona o George Best, son algunos de los que pasaron por su local. Casi medio siglo después de su creación el chiringuito que lleva su nombre de pila sigue en pie.
–De 1970 a 1985 fue la época dorada de Marbella, era limpia y pequeña, al principio venía la gente que estaba en Torremolinos. Este ha sido el primer chiringuito en contar con música en vivo en la playa, teníamos un escenario y actuaban cantantes y grupos ingleses, así seguimos todos los domingos. Entre el sesenta y el setenta por ciento de mis clientes son extranjeros, hay muchos ingleses, suecos y holandeses, dice Víctor Antonio Rodríguez.
Yo nací en Algeciras, donde viví hasta que mi padre, que era militar, fue destinado a Córdoba, venía aquí los veranos, hice bachiller, no estudié más y me dediqué a jugar al fútbol. Jugaba de medio en el Córdoba CF en Segunda División y luego en su paso en Primera. Recuerdo un partido contra el Atlético Madrid, que salí del banquillo y tuve que marcar a mi ídolo, Luis Aragonés. Yo le encimaba y en un momento le dice al arbitró:
–A ver si este niñato me deja tranquilo, que le doy una patada en el culo y lo mando a las gradas.
A Luis luego le tuve como cliente en el chiringuito, al igual que a Vicente del Bosque, con el que coincidí en el Córdoba, donde él estaba cedido. Pero yo no era constante para dedicarme al fútbol profesional, en Torremolinos había demasiadas suecas. Me fui entonces a Inglaterra, trabajé en el Soho de Londres de disjockey en el Whiskey A Go Go, un club de blues y jazz de moda en los sesenta, y me casé con Anna Sayier, una inglesa hippie como yo, mi mujer actual es Manuela Padilla. Volví y estuve de disjockey por toda España de bares. He tenido varios locales como Rainbow, JJ o Castiglione. Al final me quedé solo con Víctor's Beach, no podía seguir con varios negocios, eso suponían muchos empleados, gastos de Seguridad Social, impuestos, y me dediqué a viajar. Entonces cerrábamos de noviembre a marzo, ahora no.
La bahía de la playa de El Ancón dibuja una esquina del paseo marítimo que conecta el centro de Marbella con Puerto Banús. Frente a una torre almenara y un bosque de eucaliptos, que cede ante su urbanización, se levanta el chiringuito de atardeceres de Instagram, música en vivo y fiestas en la arena.
Un tabloide sensacionalista inglés en su día publicó: Victor's Beach, tit's street, una foto que mostraba decenas de tumbonas con chicas tomando sol en topless.
–En este chiringuito, hace treinta años, se grabó el primer anuncio de jet sky para Gillette. Buscaban un jet sky yo tenía uno y un amigo otro, me dieron diez mil pesetas. Yo hice de doble en la publicidad y la cara era de un modelo. Hace dos o tres meses he estado en Tailandia y he vuelto a ver el anuncio en la tele. Abrimos en 1978, sufrimos algún desplazamiento del local al quedarnos con menos playa. Al principio teníamos 500 tumbonas, ahora sesenta. El espigón del Hotel Puente Romano se construyó con el doble de la longitud permitida y nos quitó buena parte de la playa.
–Don Juan de Borbón, el padre de Juan Carlos I, era uno de nuestros clientes, lo pasaba muy bien y se divertía. Atracaba el barco El Giraldilla (que fue su morada en Portugal) en Puerto Banús y venía al chiringuito con una amiga. En una ocasión me echó del barco. Yo estaba con Jaime de Mora, que le dijo: "Si Víctor se va, yo también me voy", luego don Juan se disculpó. Jaime lo mismo le llamaba majestad que hijo de puta. Don Juan tenía muy mal genio, entonces estaba con Yamila, una suiza. Jaime de Mora fue el novio secreto de Brigitte Bardot, la había conocido en la Costa Brava y llevaban la relación oculta. Con tito Jaime he compartido mi afición por las motos –desde hace años tengo una Harley con la que salgo con traje de agua hasta cuando llueve– con él organicé una concentración. Ya estaba mayor y en el túnel de Puerto Banús se cayó de la moto. Entonces fuimos a un concesionario y se compró un sidecar. "Para mí se acabaron las motos", me dijo.
Tengo un cuadro con él de Pedro Ramírez, que un día me lo trajo el pintor y me dijo: "Este es un regalo de Jaime de Mora". Yo pensé 'a ver lo que me va a costar', él los vendía entonces a unas 200.000 pesetas. Y el pintor me dijo: "Ya lo pagó Jaime antes de morir".
Sean Connery no pagaba nunca y no era porque le faltara dinero. Tampoco participaba en las rondas, como hacen los ingleses y pagan a escote. Joe, el socio del señor White, de Oasis, lo tenía muy asumido y cuando estaba en la barra le decía: "A este hay que invitarle, no va a pagar nunca".
Sofía Loren era muy buena amiga de la señora White, que tenía la casa Uno en El Ancón. La duquesa de Alba y Alfonso de Hohenlohe, buenos vecinos del chiringuito, también se pasaban por aquí. Ursula Andress se reunía con Connery al ser chica Bond en las películas del agente 007.
Rod Stewart un día me sorprendió. Se había dejado unas gafas de sol, de marca, en el baño. Las recogió un camarero y yo se las llevé a su mesa, y él me las regaló. "Por su honestidad", me dijo. En una ocasión vino Bertín Osborne, y había un montón de chicas haciendo topless. "Soy Bertín", se presentó y no le contestó nadie porque eran todas extranjeras. Jesús Quintero vino un día en un Rolls Royce Corniche, me lo enseñó y lo aparcó para que no lo viera nadie
El futbolista George Best, se quedó tres días durmiendo la mona en una hamaca. Venían muchos jugadores de fútbol, desde Santillana a Guti.
A los papparazzis siempre los he considerado mis amigos, sabía lo que querían y si había famosos ingleses que no les importaba, les avisábamos de quiénes estaban. A veces algunos se escondían en los eucaliptos y desde lo alto hacían las fotografías. Eran habituales Antonio González, El Pescaílla, El Beni o Los Choris; Gunilla venía menos.
–En una temporada que estábamos de obras en el chiringuito, todos los días venía un alemán y me preguntaba cuándo íbamos a abrir y yo le decía: "Mañana", así lo hizo por lo menos tres o cuatro veces. Le expliqué entonces que en España, mañana significa que no es hoy.
Unos días después lo encontré, estaba comiendo con su mujer y los niños. Yo había hecho una cartera de promoción para celebrar los 25 años del Beach y decidí regalarle una. Cuando me acercqué a su mesa se levantaron dos tipos de una esquina, y vi a Pepe, un Policía Nacional que quince años antes había pintado mi casa, que me dice: "Es el canciller alemán Gerhard Schöreder". (El canciller germano tras dejar su cargo en el Gobierno trabaja para las empresas energéticas estatales rusas y reivindica en un documental su buena relación con el presidente ruso, Vládimir Putin).
En otra ocasión vinieron al chiringuito dos exministros de Economía, Miguel Boyer, el de la beautiful people, y Carlos Solchaga, quien decía que España era el país donde resultaba más fácil hacerse rico.
–Yo llevaba una cadena colgada al cuello que me la había regalado un cliente árabe. Me hicieron una foto con Boyer y Solchaga, cuando la vieron unos amigos me llamaron y me dijeron: "Qué has hecho, cabrón: la cadena que llevas tiene una cucharita que se usa para la coca". No lo sabía, ni siquiera había caído en ello.
A finales de los setenta en Estados Unidos se descubrió un segundo uso que se le daba a las cucharillas de plástico de McDonald’s, se utilizaba también para medir y esnifar cocaína. Las cucharas de café podían contener 100 miligramos de la droga, suficiente para conseguir una potente dosis. En una fiesta privada en un loft de Nueva York los invitados eran recibidos con un cuenco con cocaína y 20 cucharas de la hamburguesería. Finalmente estas cucharas dejaron de fabricarse.
–Entonces casi todos consumían droga, pero de una forma medida, casi respetuosa. Por otro lado había mucha gente deportista, natural y sana.
–Mis clientes ya van por la cuarta generación, muchos se han conocido aquí y algunos hasta se han casado. Los domingos son muy animados, seguimos teniendo música en vivo. En los ochenta La Fonda, Menchu, Sinatra, Mau Mau o el chiringuito Víctor eran los sitios de moda. En Banús tuve el Piano Bar Forte, El Tumbao o Faces, he creado más de una veintena de locales de diversión. Jaime tuvo las discotecas Kiss y Old Vic.
En 1975, en la plaza de toros de Puerto Banús tuvo lugar el primer festival pop de España, un concierto de rock, tolerado por el franquismo, que tendría diez horas de duración. Con menos artistas que los anunciados, la actuación se celebró con Soft Machine, John Mc Laughlin y parte de la Mahvishnu Orchestra y Vishboni. Aunque logró reunir a unas seis mil personas se consideró un fracaso, se esperaba alcanzar las quince mil, lo que ocasionó grandes pérdidas a los organizadores. La musica pop británica aún no conseguía ser popular.
–Para nosotros el festival fue una auténtica fiesta, con nuestras mantas en el suelo, la mochila, el porrito, la cervecita y muy buen sonido. Eran tiempos en que todos nos conocíamos, Hohenlohe nos invitaba, nos pedía que fueramos bien arregladitos para dar ambiente a las fiestas. En la playa había un hippy al que le dejába dormir dentro del local. Él tenía una hornilla para calentarse y una noche me prendió fuego al chiringuito. Al día siguiente se esfumó.
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