Migración: baza y tragedia de Marruecos

La presión migratoria empujó a Pedro Sánchez a apoyar a Marruecos en el Sahara Occidental y normalizar las relaciones con Rabat

El país norteafricano ha recibido más de 13.000 millones de la UE en 15 años para la combatirla

Sahara Occidental, la piedra de toque de la política exterior marroquí

Un cayuco con 116 inmigrantes llega al puerto de la Restinga, en la isla de El Hierro, a finales del mes de julio. / Gelmert Finol / Efe
Antonio Navarro Amuedo

26 de agosto 2024 - 06:59

Rabat/"Marruecos no es ni el gendarme ni el conserje de Europa". Fue la queja rotunda, 23 de mayo de 2021, arreciaba la crisis política con España y más de diez mil jóvenes magrebíes y subsaharianos acababan de adentrarse en Ceuta del ministro de Exteriores Nasser Bourita. Convicción profunda o resultado de la pataleta –Rabat había descubierto que el Gobierno de España acababa de permitir la entrada secreta del líder del archienemigo Frente Polisario, Brahim Ghali, para ser tratado de una dolencia en un hospital de Logroño–, el jefe de la diplomacia marroquí recordaba el papel central que hoy desempeña el país magrebí en la seguridad y control de las fronteras de la Unión Europea. Un hecho insoslayable que constituye, a la vez, un problema y una baza para las autoridades marroquíes.

"En las últimas décadas, Marruecos ha pasado de ser un país de origen y tránsito a ser un país también de destino de la migración. Este hecho ha transformado su política migratoria, especialmente en sus relaciones con los países africanos, pero también con los europeos. Este triple perfil migratorio de Marruecos (origen, tránsito y destino de la migración) le confiere una gran responsabilidad, pero también una posición privilegiada para desplegar estrategias de diplomacia migratoria, es decir, negociaciones políticas y económicas con terceros países relacionadas con los flujos migratorios", explica a este periódico el profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid Augusto Delkáder.

Y es que mayo de 2021, el contexto de aquella reclamación del ministro marroquí, fue el momento definitorio de las actuales relaciones bilaterales hispano-marroquíes. A falta de una explicación pública sobre lo ocurrido, la hipótesis más esgrimida por periodistas, investigadores universitarios y especialistas en inteligencia apunta al temor del Gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez a verse desbordado por el problema migratorio como razón principal del giro diplomático español en el Sahara Occidental. Diez meses después de la entrada masiva de jóvenes en Ceuta gracias a la inhibición de las fuerzas de seguridad marroquíes y en medio de un goteo incesante de llegadas a las distintas fronteras españolas Sánchez sucumbía a la presión marroquí y decidía apoyar el plan de autonomía bajo soberanía de Rabat para el Sahara. De esta forma, ponía fin –la decisión tuvo consecuencias inmediatas– a una de las más agrias crisis bilaterales contemporáneas. La luna de miel se prolonga pasados más de dos años. 

"Una herramienta de política exterior"

Como demostró el episodio de Ceuta, la especial situación y relevancia de Marruecos ha convertido la migración en una herramienta de su diplomacia. A juicio de Delkáder, "Marruecos concibe la migración como una renta política y económica, en concreto, como una herramienta de política exterior. Se trata de un activo con el que obtener ganancias. Si a esto le añadimos la externalización de la política migratoria de la UE en países como Marruecos, nos encontramos con un escenario muy favorable para la diplomacia migratoria de Marruecos". "La normalización de las relaciones entre Marruecos y España en 2022 ejemplifican bien esta cuestión, especialmente por el apoyo español al plan de autonomía de Marruecos para el Sahara Occidental tras el incidente de Ceuta de 2021, en el que accedieron más de 10.000 personas en menos de 24 horas", recuerda el especialista en política migratoria marroquí a este medio. El país norteafricano ha recibido más de 13.000 millones de euros de las arcas comunitarias para la lucha contra la migración irregular en los últimos 15 años.

Lo cierto es que, en el actual idilio con Sánchez, el férreo control marroquí de sus fronteras en el Mediterráneo occidental, Ceuta y Melilla y las costas del Sahara, unido a la eficaz labor de tapón llevada a cabo por las autoridades tunecinas en el espacio central del Mare Nostrum, han obligado a las rutas de la emigración africana a desplazarse hacia la fachada atlántica en los dos últimos años. Senegal, sobre todo durante 2023, y Mauritania este año –se espera al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Nuakchot a finales de mes– se han convertido en los dos puntos principales de origen de la migración irregular con destino a Canarias. 

Aproximadamente el 70% de los migrantes que entran en España lo hacen por esta vía atlántica. Con el Sahel convertido en un avispero por la crisis alimentaria y el aumento de la actividad violenta de grupos armados, la ruta de la migración hacia Canarias no deja de batir récords: el año pasado más de 40.000 personas alcanzaron irregularmente el archipiélago. Según la ONG Caminando Fronteras, siempre en la misma ruta en el conjunto de 2023 se produjeron 6.000 muertes y casi 5.000 personas habían perdido la vida con datos de mediados de junio de este año. 

Con todo, mientras la vía atlántica no da tregua, el cierre de esta edición coincide con un repunte en el número de llegadas a la ciudad autónoma de Ceuta que confirma un año de presión migratoria al alza. En lo que va de 2024 –con datos hasta el 15 de agosto– las entradas se han incrementado un 173,4%, según datos del Ministerio del Interior. Más de 600 jóvenes magrebíes lo intentaron teniendo en cuenta sólo el fin de semana del 10 al 12 de agosto. Rabat defiende su papel y asegura que sólo del jueves al viernes desbarató los planes de 600 personas y que ha puesto a 47 de estas personas a disposición judicial. El problema volverá a poner de relieve la relevancia de Marruecos en el próximo comienzo de curso con asuntos pendientes tan relevantes como la renovación de los acuerdos comerciales y de pesca entre Rabat y la UE.

Pero ser, a la vez, país de origen, tránsito y destino tiene –y va a seguir teniéndolo cada vez más– para Marruecos un coste social y económico elevado. Las grandes ciudades marroquíes acogen a miles de migrantes subsaharianos, a menudo víctimas de discriminación y violaciones de sus derechos humanos. En este sentido, "los retornos forzosos y las políticas de deportación pueden afectar negativamente las cada vez más complejas relaciones de Rabat con los países del África subsahariana habida cuenta de las cambiantes condiciones políticas y la volatilidad de las alianzas estratégicas en la región", aseguraba recientemente el profesor de Derecho e investigador marroquí Abderrafie Zaanoun en el think tank Carnegie Endowment for International Peace. Una encuesta reciente arrojaba el dato de que el 35% de los marroquíes pretenden abandonar el país por razones económicas, según el Arab Barometer (un proyecto impulsado por las universidades estadounidenses de Princetown y Michigan). Unos datos que auguran, el repunte en Ceuta de las últimas semanas lo recuerda, que una parte importante de la juventud marroquí seguirá tratando de abandonar, de la manera que sea, su país para franquear las fronteras españolas y europeas.

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