La revuelta de las 'blackberries'

La mensajería instantánea es el catalizador de esta revuelta sin reivindicaciones ni pancartas · Las nuevas tecnologías permiten a los jóvenes ir por delante de la Policía

Una agente antidisturbios patrullaba ayer por el conflictivo barrio de Hackney, al norte de Londres.
Una agente antidisturbios patrullaba ayer por el conflictivo barrio de Hackney, al norte de Londres.
Antonio Navarro Amuedo / Londres

10 de agosto 2011 - 05:03

Esgrimen televisiones de plasma y teléfonos móviles de última generación como trofeos heroicos. No hay ninguna pancarta ni reclamación social ni política, por tanto, entre sus manos. Sólo el regocijo del pillaje fácil. De Tottenham, el norte judío y obrero, al sur multicolor del amarillo jamaicano de Brixton, al eterno este de Barking y al oeste opulento de Ealing. Nació en el infinito Londres de las mil y una callejuelas y comercios multinacionales, de barrios castigados por el paro y el subempleo, y se extendió hacia el norte británico de las viejas antiguas urbes industriales: Bradford, Birmingham, Nottingham, Liverpool, Manchester.

Van muy rápido; han tomado la delantera a la Policía. Las blackberries y la mensajería instantánea son el catalizador endiablado de esta revolución sin causa. Al parecer, es imposible interceptar la mensajería de este modelo telefónico. Tan evidente es la importancia de las nuevas tecnologías como herramienta en esta ola violenta que un diputado británico pidió ayer que se suspenda el servicio de mensajería instantánea de Blackberry.

¿Las causas? "Hay un gran sentimiento de descontento y frustración", asegura el viejo Alfred Griffith en un pub de Tottenham, zona cero de la ola de destrucción. Fue una bala, la que acabó con la vida de Mark Duggan, un vecino del citado barrio envuelto en una persecución policial -y acusado de tráfico de drogas según Scotland Yard-, la que hizo caer la primera pieza de este dominó inédito. "No se parece en nada a las revueltas de los años 80. Las redes sociales están haciendo casi imposible anticiparse a lo que puede ocurrir", apunta Terry Howard.

Poco se sabe de estos adolescentes enmascarados que destrozan escaparates, arrasan comercios y prenden fuego a edificios con impunidad del uno al otro confín londinense. Son jóvenes, adolescentes, sin estudios y de origen inmigrante; la mayoría de raza negra.

Hay una larga historia de desafección entre la Policía y los jóvenes negros, aseguran los expertos. "Mi pregunta es para sus padres. Ténganlos controlados con su teléfono móvil, pregunten dónde se encuentran en todo momento", señalaba el viceprimer ministro Nick Clegg ayer.

El pueblo británico lamenta la suerte de los vecinos, de sus propiedades, y reflexiona sobre las causas profundas de lo que pasa. Los recortes. La retórica de los laboristas, como la del ex alcalde londinense Ken Livingston, señala a la reducción del gasto social en las áreas más deprimidas de la urbe como razón subyacente del sentimiento colérico de estos jóvenes. Boris Johnson, el actual regidor, se pasea por Croydon con una escoba en la mano prometiendo dureza.

"Gran Bretaña está enferma. Este país sigue condenando a los de siempre, porque su sistema de clases no ha cambiado en nada. Los tories siguen practicando las políticas de toda la vida y la Policía abusa de su autoridad", se lamenta Tom Billy, viajero por definición y natural de Newcastle, mientras aguarda un autobús en una parada de Clapham, que ardió en la madrugada pasada. El multiculturalismo ha muerto. Y Londres era el triunfante escenario de la fórmula liberal anglosajona. ¿Y, ahora, qué?

Mientras, el primer ministro ha lanzado a la calle a más de 16.000 agentes policiales para tomar a una ciudad que teme que el pillaje y el saqueo regresen, por cuarta noche consecutiva. "Es impredecible", repite Barry, mientras recoge cristales de los alrededores de su café en Broadway, en el próspero Ealing londinense.

"Les mando un mensaje contundente a los causantes de estos incidentes: el peso de la ley caerá sobre ellos (…). Esto han sido actos pura y simplemente criminales", responde el primer ministro, David Cameron, a los violentos tras su regreso accidentado de la Toscana estival. Son ya 563 detenidos y más de 105 puestos a disposición judicial. Hay también una víctima mortal, la primera de los disturbios: un joven de 26 años herido de bala tras una persecución policial en Croydon. La Cámara de los Comunes está convocada mañana para abordar la situación de emergencia.

La violencia se extiende sin remedio desde el sábado a uno y otro lado del Támesis. Croydon, en el lejano sur, ardía el martes de madrugada, como Brixton y Streatham. Hackney era pasto del pillaje, como Islington y Tottenham en la orilla norte. Enfield, suburbio septentrional, estallaba el lunes. También hacían lo propio zonas nobles como Notting Hill, Camden Town o Ealing. O el corazón de las compras turísticas de Oxford Circus. Londres aguardaba la caída del sol. La Policía, lo ha advertido el primer ministro por la mañana, iba a actuar con más contundencia que hasta ahora. La turba enmascarada que intimida a todo un país prepara sus próximos movimientos. Tiendas y teatros cierran anticipadamente. El show goes on.

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