Siria, ¿qué viene ahora?
Siria, ¿qué viene ahora?
El autor sostiene que las experiencias de las transiciones políticas en la Primavera Árabe deben servir para no cometer los mismos errores
HACE 50 años, Hafez al Asad estableció en Siria una de las dictaduras mas crueles del planeta. Desde entonces y hasta la caída reciente de su hijo Bachar al Asad, la represión brutal sobre el pueblo sirio ha sido el sostén de su régimen político. La historia nos recuerda la masacre en la ciudad de Hama (1982) en la que murieron entre 10.000 y 30.000 sirios que se enfrentaron a la dictadura. Durante la Primavera Árabe (2011), con Bachar en el poder, la represión militar contra la población civil provocó la guerra civil: más de medio millón de muertos, 130.000 desaparecidos y el desplazamiento interior y exterior de más de la mitad de los 24 millones de la población siria. Durante esta guerra, Siria fue el escenario en el que se cruzaron factores étnicos y religiosos (chiísmo y sunismo, fundamentalismo islamista, pueblos druso y kurdo) y, por supuesto, factores políticos con la intervención de otros Estados (Rusia, EEUU, Turquía, Irán, Israel, el Líbano) que ponen de manifiesto que Oriente Próximo continúa siendo una región crítica donde juegan los intereses regionales y globales de las potencias. Desde 2015, la acción militar de Rusia e Irán evitó la caída del régimen sirio, así como el apoyo de Turquía y EEUU fue clave para el sostenimiento y avance de las grupos rebeldes contra el ejército sirio. Por otra parte, la Liga Árabe, al reintegrar a Siria para estabilizar el régimen se hizo eco del temor de algunos países árabes a que los grupos islamistas se hicieran con el poder y contaminaran al resto de la región.
La caída del régimen de Al Asad fue fulminante ante la rápida ofensiva de los grupos rebeldes. Los medios de información del mundo se preguntan todavía sobre las causas del rápido desmoronamiento del ejército sirio. En este sentido, es difícil aceptar que los servicios de inteligencia de países presentes en el escenario de la guerra no conocieran lo que estaba ocurriendo. Hay coincidencia en la relación de dos hechos con el colapso de la dictadura: por una parte, el debilitamiento de Irán y de su eje de resistencia, especialmente Hezbolá, en su enfrentamiento con Israel y, por otra, la dificultad de Rusia para sostener dos frentes de guerra con un alto coste humano y económico, dando prioridad política y estratégica a la guerra de Ucrania. La caída de un aliado, como el régimen sirio, representa una derrota geopolítica para Rusia y un paso atrás en los objetivos internacionales de la alianza con China e Irán. Supone un desastre para sus aspiraciones globales y para su estrategia de recuperar la imagen de gran potencia mundial. Siria ha puesto en evidencia la debilidad de Rusia.
Por los medios de comunicación hemos asistido a la justificada alegría de los sirios. Pero seguramente también se preguntarán, ¿qué viene ahora? Reconstruir Siria no será una tarea fácil. La mayoría de los grupos que han tomado el poder pertenecen al islamismo radical. El grupo líder, Hayat Tahrir al Sham (HTS), es considerado por la ONU y otros países como un grupo terrorista y su gestión autoritaria en la región de Iblis no son antecedentes alentadores. Pero el reto que tienen los nuevos dirigentes del país es marcar las diferencias con la la dictadura de Al Asad en la vida de los sirios dando una respuesta positiva a sus deseos de libertad. La formación de un Gobierno interino con un mensaje de moderación, convivencia y disciplina parecen abrir las puertas a una transición política que cuente con la sociedad civil y cree las condiciones necesarias para unas elecciones libres.
No es preciso caer en el voluntarismo. Después de la guerra, Siria tiene un problema de “seguridad humana”. Según la ONU, 16,7 millones de sirios necesitaban asistencia humanitaria en este año; es decir, más del 70% de la población. Por otra parte, los nuevos dirigentes del país necesitan “acomodar democráticamente la diversidad religiosa, étnica y política” de la sociedad siria que también se refleja en la pluralidad de los grupos rebeldes. Será una transición dura y peligrosa que necesita un margen de confianza y de ayuda de la comunidad internacional. Las experiencias de las transiciones políticas en Libia, Egipto y Túnez en la Primavera Árabe deben servir para no cometer los mismos errores. La transición debe conducir a la estabilidad política de Siria tan importante para la región; dependerá de muchos factores, pero también de que la mayoría de los sirios sientan que su vida ha cambiado y se comprometan con los cambios políticos y sociales.
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