Biber sacro, Biber profano
Publicaciones casi simultáneas de Lina Tur Bonet y Jordi Savall se acercan a clarificar los dos perfiles de un compositor barroco de culto, Heinrich Biber
BIBER: SONATAS DEL ROSARIO. Lina Tur Bonet, violín. Musica Alchemica. 2 CD Panclassics (Sémele).
BIBER: MISSA SALISBURGENSIS. Hespèrion XXI. Le Concert des Nations. La Capella Reial de Catalunya. Jordi Savall Alia Vox.
Su nombre no puede competir en popularidad con los de Bach, Vivaldi o Haendel, pero en el último medio siglo, Heinrich Ignaz Franz von Biber (1644-1704) se ha convertido para un número nada despreciable de aficionados a la música barroca en un autor de culto. Nunca olvidada entre los eruditos y especialistas, la obra de Biber empezó a hacerse pública cuando sus Sonatas del Rosario fueron incluidas a finales del siglo XIX en la colección Obras maestras de la música en Austria, pero no fue hasta la década de 1960 que la difusión de sus partituras conoció un primer impulso serio merced a los pioneros del movimiento historicista. Desde entonces, el músico bohemio se ha ido convirtiendo poco a poco en un habitual de grabaciones, festivales y conciertos por medio mundo. ¿A qué debe su éxito?
Nacido en una localidad cercana a Praga y formado con los jesuitas, Biber empezó muy joven su carrera de músico en Graz para llegar en 1668 a la ciudad de Kremsier (hoy Kromeriz, en la República Checa) como valet de chambre y músico de Karl Liechtenstein-Castelcorno, obispo de Olmütz. Su fama como violinista virtuoso saltó pronto fronteras. En 1670 emprendió un viaje para negociar la compra de unos violines con el famoso lutier Jacob Stainer, pero en realidad se dirigió a Salzburgo y entró al servicio del príncipe-arzobispo Maximilien Gandolph von Khuenburg. Cuando se enteró de lo ocurrido, Liechtenstein montó en cólera y, aunque Khuenburg era su superior, tardó seis años en conceder al músico cédula de libertad. En Salzburgo, Biber ascendió desde un modesto puesto al de Kapellmeister ayudante en 1679 y definitivamente al de Kapellmeister cinco años después. En 1690 el emperador Leopoldo lo nombró caballero, con el título de Biber von Bibern.
En Salzburgo, Biber tuvo ocasión de escribir grandiosas obras religiosas, que se representaban en la imponente catedral de la ciudad, y multitud de colecciones camerísticas para la intimidad de sus patronos. Entre las primeras, se cuenta la conocida como Missa Salisburgensis, una imponente composición datada en 1682 que fue atribuida un tiempo a Orazio Benevoli y que para Jordi Savall es "una de las cumbres de la música religiosa de todos los tiempos". Se trata de una suntuosa misa policoral escrita para dieciséis partes de voz divididas en dos coros a las que se añaden instrumentos en otros coros hasta sumar en algunos momentos 54 partes reales. Con sus conjuntos habituales, el gran maestro de Igualada ha registrado para su sello Alia Vox una obra que, en su criterio, "domina el universo de la música policoral por la complejidad y la riqueza de sus medios excepcionales puestos al servicio de una expresión sonora y espacial única, unos medios que simbolizan con gran exuberancia y eficacia toda la fuerza y la grandeza del poder divino, político y religioso". Se incluye también el motete Plaudite tympana, escrito para el mismo dispositivo y que parece relacionado con la misa, y como complemento dos obras instrumentales casi una década anteriores, la Battalia, que se ha hecho relativamente popular, y la Sonata Sancti Polycarpi.
Salzburgo, situada al sur del Imperio, fue un centro crucial de la estrategia contrarreformista de la Iglesia Católica y en este terreno los príncipes-arzobispos impulsaron el culto a la virgen y el rezo del rosario. Este parece ser el contexto de la génesis de una de las colecciones más extraordinarias de la música violinística de todos los tiempos, sin duda la más popular de Biber, las Sonatas del Rosario, una colección de quince sonatas para violín y bajo continuo más un Passagalia final para violín solo compuesta en fecha indeterminada (en torno a 1676) y que lleva cuatro décadas siendo la piedra de toque de los grandes violinistas barrocos. Nunca un violinista español se había atrevido a registrar la colección completa hasta que la balear Lina Tur Bonet lo ha hecho para este doble cedé excepcional publicado por Panclassics, en el que se ha implicado hasta el punto de ser autora de los textos y de las fotos del interior del álbum. "Lo de las grabaciones es como los hijos, los quieres a todos por igual. Pero en este trabajo me he implicado más que en ningún otro hasta el momento".
Toda la obra instrumental de Biber refleja el conocido como stylus phantasticus, un estilo considerado tan original como extravagante, ya que se basaba en la búsqueda de la sorpresa permanente, a través de ornamentaciones insospechadas, giros imprevistos, armonías extrañas, en el que las ideas y los motivos se suceden sin apenas desarrollo, lo que permitía a los compositores-intérpretes demostrar su capacidad para dejar volar su fantasía, entendida ésta en el sentido renacentista de imaginación y maestría virtuosística durante la ejecución. "En la época se aprecia una búsqueda artística de los extremos que yo comparo con la música experimental de los años 1970", dice Tur Bonet.
Gran parte de la dificultad de la obra radica en el empleo por Biber de la scordatura, afinación irregular de las cuerdas del violín, un procedimiento ya conocido pero que nunca se había empleado de forma sistemática en toda una colección: sólo la primera sonata y la pieza de cierre están escritas con la afinación normal del instrumento, lo que sirve también para cerrar un círculo de alto valor simbólico. El simbolismo está realmente presente por todas partes en esta música, y los instrumentos que se escojan para el continuo son decisivos, como reconoce la violinista ibicenca: "Estas obras representan a la perfección el estilo sacroprofano de la época, no sólo de Biber, sino también de Schmelzer. A la música se le pretendía adjudicar un doble objetivo: alabar a dios, pero agradando los sentidos del hombre. De ahí se deriva que haya momentos de extraordinaria espiritualidad, pero otros cargados de sensualidad. Debe tenerse en cuenta además que Biber recibió una formación jesuítica, y los jesuitas solían meditar sobre los misterios de una forma muy sensorial. Estudié a fondo la época y traté de reflejar las imágenes simbólicas y retóricas que yo apreciaba en la obra a través del color del continuo: la figura de Dios se refleja en el órgano; la de los angelitos, en el spinettino; con la flagelación hay que recurrir a elementos percutivos y por eso el clave, pero también el contrabajo; los ángeles hablan con la voz del arpa; cuando se abre el cielo, resuena el lirone; en el lamento del Monte de los Olivos, suena una tiorba… Cuando decides sobre estas cosas estás ya interpretando, pero la música es tan extraordinaria que trasciende cualquier versión que se haga. Te exige muchísimo, sobre todo hacerla en vivo, porque emocionalmente es muy intensa, pero debes mantener la cabeza fría para controlar todos los detalles, no olvidarte de la scordatura… La música tiene esa cosa un poco loca, exuberante, vital, virtuosísima de Biber, pero también momentos excelsos en los que parece que la música se detiene, se suspende en el aire. Ser capaz de mover el tiempo de esa forma hace de Biber uno de los compositores más fascinantes de la historia".
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