Corelli, la revolución tranquila
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Se cumple este año el tercer centenario de la muerte de Arcangelo Corelli, uno de los compositores más decisivos en la evolución de la música europea desde 1700 hasta hoy
En el arte también hay revoluciones de terciopelo. Cambios de extraordinaria trascendencia histórica que arrancan sin que nadie parezca darse cuenta. Aleteos de mariposa que ocasionan tsunamis. Arcangelo Corelli fue protagonista de uno de los más decisivos de toda la historia de la música, una revolución cuyos efectos más relevantes tuvieron que ver con la conformación del estilo y las formas clásicas, que dominarían abrumadoramente la música culta occidental durante siglo y medio, una revolución que solo se notaría décadas después de su muerte, pero para la que jugó un papel esencial.
Corelli había nacido en 1653 en el seno de una familia noble de Fusignano, una localidad cercana a Rávena, en la Romaña. Casi nada se sabe de su infancia y muy poco de su formación, aunque es seguro que en 1670 llevaba ya unos años en Bolonia, sede de una de las grandes escuelas de violinistas de la Italia del tiempo. Allí destacó rápidamente con el violín y se familiarizó con el ambiente de las academias, que serían fundamentales para su inmediato futuro romano. No hay tampoco certezas sobre el momento en que el compositor llegó a la capital pontificia, pero en 1675 trabaja ya como violinista en la iglesia de San Luis de los Franceses y desde el año siguiente también en la de San Marcelo.
En Roma, Corelli se encontró con un ambiente artístico de excepcional vitalidad, que para un joven músico debió de suponer un estímulo formidable. En la Capilla Sixtina se conservaba el viejo estilo polifónico, y a él se acercaría el compositor en sus estudios con Matteo Simonelli, gran maestro de contrapunto, admirador del arte de Palestrina. Pero la música moderna sonaba también por todas partes, en los palacios de nobles y cardenales, en los teatros (cuando los interdictos papales no obligaban a cerrarlos) y hasta en las iglesias, donde los oratorios se habían convertido en auténticos remedos de las óperas tantas veces prohibidas. Su carácter tranquilo y afable, su sentido de la diplomacia y del negocio y su virtuosismo con el violín lo harían ocupar los más importantes puestos de instrumentista a los que un músico podía aspirar en Roma, trabajando para los mecenas más distinguidos, de la reina Cristina de Suecia, insigne exiliada desde su conversión al catolicismo, a los cardenales Ottoboni y Pamphili, el segundo de los cuales propiciaría en 1707 su encuentro con el joven Haendel con motivo de la presentación del primer oratorio romano del músico alemán, El triunfo del tiempo y del desengaño, para el que Pamphili ejercería de libretista y Corelli, de concertino.
Con algún viaje ocasional por Alemania y otras regiones de Italia, en Roma permaneció Corelli el resto de su vida, retirado en sus últimos años a causa posiblemente de una enfermedad, cuidando de sus dos colecciones más preciadas, la de instrumentos y la de pintura, convertido en un auténtico héroe en vida al que adoraban todos los músicos de Europa. Falleció en 1713, mientras preparaba la edición de su sexta colección de música instrumental, sus concerti grossi, que verían la luz al año siguiente.
Corelli supo aprovechar las mejoras de los procedimientos de edición y la progresiva extensión y fluidez de las redes de distribución para hacer llegar su música a toda Europa. Solo así se entiende la extraordinaria influencia que su obra ejerció en el continente con solo seis colecciones instrumentales publicadas. Las cuatro primeras son sendas series de doce sonatas en trío, que verían la luz en 1681, 85, 89 y 94, las impares en el estilo da chiesa y las pares en el da camera. La distinción entre unas y otras era característica de la música barroca: las sonatas da chiesa destacaban por su carácter grave y contrapuntístico, mientras que las da camera estaban formadas por una sucesión de danzas. Pero esta distinción entre la música instrumental eclesiástica y la áulica empieza a desdibujarse justamente con Corelli, y aunque su Op.5, las doce sonatas para violín y continuo publicadas en 1700, aún la aceptan formalmente (son seis de cada), exactamente igual que sus póstumos concerti grossi (ocho de iglesia y cuatro de cámara), la separación entre unos modelos y otros deja de ser rígida y pronto se esfumará.
La síntesis corelliana operó además a otros niveles, al fundir el tipo primordial de sonata boloñesa, en cuatro tiempos, con el de la romana, que solía estar en cinco o en seis, pero también, de manera más profunda, en la superación del estilo extravagante característico de los violinistas venecianos y austriacos tanto como de la severidad contrapuntística de la música instrumental que encontró en Roma. El ideal de Corelli apuntaba a un arte dominado por la mesura, el equilibrio y el orden, que era el mismo que defendía la Academia de la Arcadia, una institución fundada en Roma en 1690 cuyos miembros se decían admiradores de la Grecia clásica, por lo que a su ingreso adoptaban un nombre con resonancias arcaicas: Corelli lo hizo en 1706 y para los arcádicos se convirtió en Arcomelo Erimanteo.
Para entonces era ya el músico más admirado de Occidente. De su Op.5 se conocen más de 40 ediciones solo en el siglo XVIII, más que ninguna otra obra de su tiempo. Todos los grandes compositores del Barroco tardío lo tuvieran en gran estima y usaron de un modo u otro sus maneras: el violín de Vivaldi le debe todo su exquisito lirismo; Couperin confesó haber escrito sus primeras sonatas en trío bajo el impacto que le causó escuchar por primera vez música de Corelli, "cuyas obras amaré mientras viva"; Haendel, como otros muchos compositores, usaron habitualmente para sus obras instrumentales la estructura típica de sus sonatas; Bach, también e incluso reelaboró algunos de sus temas en la escritura de obras propias; Muffat escribió sus conciertos, tras conocerlo en Roma, en una clara imitación de su estilo; Geminiani se impuso clamorosamente en Inglaterra, ya en la década de 1730, con una versión de su Op.5 en forma de concerti grossi. Y es que el prestigio de Corelli en las islas británicas era colosal, como confirma este párrafo escrito en 1726 por el teórico y diletante Roger North: "El primer consort de Corelli llegó [a Inglaterra] y eclipsó cualquier otra suerte de música. Poco a poco fueron llegando sus otras sonatas y al fin sus Conciertos, que son para los músicos como el pan para la vida".
En toda la obra de Corelli alienta una voluntad clara de equilibrio formal, pero también de estabilización de la tonalidad. Ambos empeños serían fundamentales en el desarrollo del barroco tardío y, a la postre, en la creación de la forma sonata y el estilo clásico. Esa fue la semilla revolucionaria que el maestro de Fusignano sembró en el corazón del arte europeo. "Si hay música que pueda llegar a ser inmortal, las colecciones de Corelli lo serán", remachaba un profético North su panegírico.
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