Pablo Bujalance: “La vida y la muerte no son opuestas. En cada instante estamos naciendo y muriendo”
Literatura
El autor publica 'Más inútil que la música', un volumen de prosas entre la reflexión y la poesía en las que se pregunta por cuestiones como la identidad, el cuerpo o el sentido de la escritura
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A veces, en su conversación, Pablo Bujalance (Málaga, 1976) cuela entre sus argumentaciones una carcajada fugaz e imprevista, como si el lugar al que le ha llevado el pensamiento le supusiera una feliz sorpresa, consciente de que el caudal al que le arrastra la palabra es otra forma de gozo. En Más inútil que la música (Jákara Editores), una colección de prosas entre la poesía y la reflexión, aborda con esa honda inteligencia que caracteriza al autor las débiles barreras entre la vida y la muerte, la identidad y el ser con los otros, el silencio y el canto. "El pájaro que nace en mi garganta no sobrevivirá al invierno. Su plazo se ha cumplido sin demora: no ha sabido decir lo que debía ser dicho", anota en esta obra. "Tampoco la escritura, escuálida hambre, sirve ya a mi propósito: de su cultivo coseché apenas un puñado de cáscaras y esqueletos". El periodista de Grupo Joly y director del Taller de Mundos Posibles, que ha contado para este volumen con un prólogo-entrevista de Chantal Maillard, presentará su libro el jueves 28 en la librería Asterisco de Granada acompañado por Enrique Rodríguez Abuín.
–En el prólogo asegura que estos textos no son ni poemas ni relatos ni crónicas ni confesiones, o quizás todo a la vez. Y añade que se acercan al "balbuceo" en que consiste la escritura.
–Fui escribiendo estos textos durante varios años, los más antiguos son de 2014 y los más recientes, creo, de 2019. En esos años fui llenando cuadernos, escribiendo piezas en prosa que salían de manera espontánea, sin idea de publicar nada. Fue años después, cuando cogí esos cuadernos, que entendí que ahí había una materia literaria. Cuando escribo un poema sé que va a ser un poema, pero aquí no había una conciencia clara de lo que quedaría. Algunos fragmentos tienden al aforismo, otros podrían catalogarse como microrrelatos, y otros funcionaban como poemas en prosa. Al final me parecía que si le quitas a la escritura cualquier premisa de género, cualquier marca, creo que justamente puedes ver con más claridad los procesos de la escritura. Ahí asomaba una escritura libre, una escritura por la escritura. Pasó eso, y no me he preocupado de etiquetar el conjunto. En las librerías está en los estantes de poesía, la editorial también lo propone así, y yo no tengo nada que objetar, aunque no lo tengo tan claro.
–Es bonito que Chantal Maillard y usted intercambien los papeles y ahora sea ella quien lo entreviste.
–Yo le pedí un prólogo, y ella quiso hacerlo así, porque yo la he entrevistado varias veces y siempre fueron charlas que disfrutamos. Nos intercambiamos algunos correos electrónicos con ideas que surgían a partir del libro, y después ahondamos en esos temas en una conversación. A mí me daba mucho apuro que una escritora de su altura me entrevistara. ¿Tendría yo algo que decir?, me preguntaba con cierto terror. Pero al final ha quedado un prólogo muy distinto, muy Chantal, porque ella también es contraria a las etiquetas.
–El asunto de la identidad, su incógnita, aparecen como una constante en el libro. "He venido al mundo", se lee en un pasaje, "para conformarme con ese espejismo al que llaman yo".
–Es posiblemente el tema de Más inútil que la música, las tensiones que provoca la identidad. La identidad que se es frente al deseo de transformar esa identidad en otra cosa. Construimos un relato sobre nosotros en el que entran imposiciones de tipo político o moral. Esa fricción entre la identidad asumida y la posible define el libro.
–Quizás esa ecuación se despeje en el contacto con los demás. Escribir, le cuenta a Maillard, es para usted "un intento de desmontar la identidad del otro para reconocerme en él".
–Yo defiendo que la literatura, incluso a un nivel más primario, más de tierra, es un instrumento maravilloso que nos permite ponernos en el lugar del otro. También cuando el otro nos repele o nos aterra, no tiene nada que ver con nosotros. La literatura nos permite acogernos en la identidad de ese otro sin dejar de sostener nuestra propia identidad. Cada vez estoy más convencido de que la escritura es un ejercicio imprescindible para saber quiénes somos. Te ayuda a entender que en el otro, por muy lejos que te creas de él, estás tú, y que tú estás también en el otro.
–En una de las piezas, la voz narradora repasa todas las imperfecciones de su organismo. En otro fragmento, se dice: "Éste no es tu cuerpo. Ninguno lo fue jamás". Hay una carnalidad sufriente y desconcertada en este libro.
–Sí. El cuerpo es un objeto que cada vez me interesa más y que suele dejarse de lado a menudo en la literatura. A mí me interesa por el teatro, donde tiene un protagonismo decisivo, y me ha intrigado mucho cómo se lleva ese protagonismo a la escritura poética, aquella que no necesariamente quiere el escenario para manifestarse pero sí busca el oído o una lectura cómplice del otro. Cuando hice la revisión de estos textos, que como conté antes escribí hace unos años, encontré esta nota común en ellos y quise potenciarla en la selección y reescritura final, porque el cuerpo tiene un peso importante en la cuestión de la identidad. La identidad termina en una definición intelectual y creo que se enriquece en el momento en que la desplazamos y la abrimos a todo lo que el cuerpo conserva de nosotros, dice, sostiene, nos presenta, nos conduce al otro. El cuerpo es el primer instrumento de comunicación y de acceso a los demás. Ahí creo que hay un ejercicio pendiente de descubrimiento del cuerpo no como otro elemento más de la identidad, sino precisamente su sustento, su definición primera. El problema, y algo de eso hablamos en el prólogo Chantal y yo, es que el cuerpo se ha convertido en una mercancía, un producto a merced del capricho capitalista más primario y salvaje. Sería una reconquista importante la del cuerpo, a todos los niveles. Pero empecemos por la poesía [ríe].
–Maillard habla de la dualidad entre la vida y la muerte en esta obra, y efectivamente hay partos que ocurren en el sepelio y moribundos a los que intentan reanimar y de los que se apunta: "No hubo remedio. Era demasiado tarde. Ya había venido al mundo".
–En realidad esa cuestión está en casi todo lo que escribo. Me interesa mucho explorar lo que Samuel Beckett llamaba útero-tumba. Beckett era un enamorado de la muerte, yo no lo soy tanto, aunque entiendo que en eso puede haber cierto vitalismo con el que me siento más afín. En todo caso resulta fascinante cómo esos dos acontecimientos, el nacimiento, es decir, el principio de lo que llamamos vida, y su final forman parte de lo mismo, porque en esencia son lo mismo. Si miramos nuestra historia como un relato lineal vemos estos conceptos como opuestos, pero en cada instante de nuestra vida estamos naciendo y muriendo, biológicamente, pero también en un sentido más filosófico. La idea de que esos dos extremos están siempre presentes me encanta: creo que define la experiencia, cómo interpretamos la realidad desde esa confluencia de estar y no estar, de empezar y terminar. Como digo, es una obsesión que está en todo lo que escribo, y en este libro especialmente.
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