"Tendemos a creer que somos algo muy distinto de la máquina, pero no es así"

Chantal Maillard. Escritora

La poeta y pensadora reúne en un solo volumen, 'India', publicado por Pre-Textos, todos los diarios, versos y ensayos que durante 25 años dedicó al país asiático, su estética y su filosofía.

La poeta y pensadora Chantal Maillard (Bélgica, 1951), referencia clave de la filosofía contemporánea.
Pablo Bujalance / Málaga

06 de junio 2014 - 05:00

Resultaría imposible desligar la obra de Chantal Maillard (Bruselas, 1951) de la influencia que India, a través de su filosofía, su estética, su música y su cultura, ha ejercido en la autora a lo largo de los años. La primera vez que Maillard partió hacia el país asiático, que amó y sufrió hasta el extremo, lo hizo con la intención de encontrar allí las raíces del pensamiento europeo; pero lo que trajo consigo fue mucho más. Ahora, la escritora reúne en India, que publica Pre-Textos, todos los diarios, poemas y ensayos que dedicó a tan enorme territorio durante 25 años, desde 1987 a 2012; y conviene señalar ya que el resultado es uno de los legados literarios y filosóficos más sobrecogedores de cuantos han visto la luz en las últimas décadas. Maillard, Premio Nacional de Poesía en 2004 por Matar a Platón, mantiene su vínculo con Andalucía -fue profesora en la Universidad de Málaga-. Su conversación es una oportunidad, brindada como pocas, al aprendizaje.

-Escribe María Zambrano: "Hay que dormirse arriba en la luz". ¿Se encuentra tal vez la veleña más cerca de la metafísica india que Schopenhauer, aunque lo hiciera menos explícito?

-Ciertamente, para las doctrinas indias la existencia es una ilusión, producto de una visión errónea, de la que convendría tomar conciencia, despertar. De entender a Zambrano como propones tal vez habría coincidencia, pero me temo que es un tanto arriesgado. Ni Zambrano ni Schopenhauer se desprendieron de sus raíces judeo-cristianas sino que más bien hablaron desde ellas y desde las dicotomías que éstas encierran y sobre las que se sostienen: luz y oscuridad, arriba y abajo, el mundo y el Uno. Tanto el hinduismo como el budismo entienden, por el contrario, que las dicotomías pertenecen al orden mental y que el verdadero conocimiento empieza por eliminarlas. Me gusta imaginarme a nuestros teólogos contemplando esta paradoja.

-Frente a la filosofía oriental, ¿en qué momento Occidente delató su incapacidad de comprender la realidad? ¿Tal vez cuando confió la tarea a la inteligencia artificial?

-Tengo la impresión de que con los resultados obtenidos en el campo de la inteligencia artificial nunca hemos estado más cerca de entender el funcionamiento del ser humano. Tenemos tendencia a creer que somos algo muy especial, distinto de una máquina, y que los sentimientos pertenecen a la parte de libertad que nos atribuimos, pero no es así. Lo que hemos perdido los occidentales o lo que no hemos logrado aprender es a discriminar entre mente y conciencia. Lo que denominamos yo suele ser una serie de movimientos mentales y senti-mentales encadenados con los que nos identificamos. De este modo yo no es más que un sistema de estímulo-respuesta que se cree patéticamente libre.

-En cuanto a la noción del rasa, el placer que suscita una determinada representación dramática, ¿por qué en Occidente parece haberse desterrado? ¿Tal vez el cine y el teatro no lo merecen, o es el público un ejército de abúlicos, sin habilidad para emocionarse?

-Hace pocos días fui a ver una película cuyo tema era la relación amorosa entre un hombre y un sistema operativo de inteligencia artificial. Yo no sé si lo que me interesó más fue la película que se proyectaba en la pantalla o la traducción simultánea que me ofrecía la pareja que estaba sentada detrás de mí. Los comentarios de la chica, aderezados con gemidos, muestras de ternura, de admiración y hasta sollozos, desplegaron en hora y media toda la gama de los rasas, es decir, de las emociones estéticas. No, la representación no ha muerto, simplemente ha pasado del escenario a la pantalla. El ser humano sigue necesitando que le cuenten historias, y el cine se las procura. Al teatro, le ocurre actualmente lo que a las artes en general: que han cogido el testigo de las vanguardias y no lo han soltado, y lo que fue revolucionario en los años 20, ahora resulta aburrido.

-En su libro La simiente enterrada, Antonio Colinas escribía sobre las dificultades de encajar conceptual y culturalmente en Oriente un término tan complejo como el amor. En India, usted advierte de las consecuencias que acarrea un amor contrario al pensamiento. Al final, ¿dónde dejamos el amor?

-Tal como lo seguimos entendiendo, con su carga (muy rentable, por cierto) de romanticismo, el amor no existe, en efecto, en otras culturas. Lo que hallamos en los Evangelios es una fórmula de reciprocidad que fue compartida por muchas tradiciones de la antigüedad: "No le hagas a los demás lo que no quisieras para ti" está en el Talmud, pero también en los escritos de Confucio y, ampliado a todo ser vivo, en los del Buddha (ama a tu prójimo como a ti mismo es, si nos fijamos bien, una fórmula excluyente: el prójimo, o próximo, es el que se nos parece). La com-pasión, en cambio, es algo más que una regla para la convivencia pues tiene que ver con la comprensión del sufrimiento que la existencia conlleva. Tal vez el amor cristiano deba entenderse también por ese lado. Jesús el Cristo (el ungido) muere por la redención de los hombres. Gautama el Buddha (el despierto), pudiéndose liberar de la existencia, opta por quedarse entre los hombres para señalarles el camino. ¿Por amor? Si llamamos amor a la comprensión de que todos los seres formamos un mismo cuerpo, o conciencia-universo, creo que entenderemos mejor en qué se asemejan ambas tradiciones. Desde esta perspectiva, lo importante no es morir o seguir viviendo, sino el sacrificio que comportan. En ambos casos se trata de un acto de compasión.

-En India recoge usted la cita atribuida a Tales de Mileto: "Todo está lleno de dioses". ¿La fijación de un único Dios conduce al hombre a sentirse más lejos de la divinidad?

-Convendría recordar que Tales de Mileto no era griego, sino jonio, lo mismo que Anaximandro, Anaxímenes, Pitágoras y la mayoría de los llamados presocráticos. Y que la costa jonia se sitúa en Asia menor, en la región septentrional de Anatolia, territorio que perteneció a la antigua Persia. O sea, que no es que Tales pensase en India, es que su tradición, al igual que la de todos estos filósofos que aparecen en el siglo VI a.n.e. era la persa, y que los persas procedían del valle del Indo. Olvidamos demasiado a menudo que nuestra filosofía, antes de ser occidental, fue oriental, y más a menudo aún, que antes de ser culturalmente griegos, fuimos indoeuropeos. Nosotros hemos heredado de los nómadas arios la idea de un Dios (Dyaus, Zeus, Ju-piter, o Deus pater) del cielo. Las poblaciones agrícolas del subcontinente indio, en cambio, tenían a una Diosa. Es natural: el cielo es de los que caminan, la tierra, de los que la siembran. Lo uno y lo múltiple...

-En sus diarios da cuenta del modo en que lo sagrado convive con las costumbres más rutinarias en India. En Occidente, por el contrario, lo sagrado es cada vez más recóndito, remoto, prohibido, como contó Andrei Tarkovsky en su película Stalker. ¿Quién engañó a quién?

-La pérdida de la capacidad de asombro es el precio que pagamos por creer que sabemos algo. El científico, el escritor y el chamán (el stalker), los tres personajes de Tarkovsky que entran en la Zona, son la representación de las tres formas en que la razón se ha enaltecido. Los métodos del teórico y del científico no son sin embargo menos rudimentarios que el del stalker, que lanza al azar una tuerca amarrada en el extremo de una venda para señalar el camino. Todos temen el contacto con la naturaleza misteriosa y autónoma de aquel sistema porque ninguno la reconoce dentro de sí. En la India tradicional, como en otras poblaciones antiguas, todo es sagrado porque nada es esencialmente diferente. Todo participa del mismo principio vital. El universo es un ser que respira, un ser musical, del que nosotros hemos olvidado la melodía. Tratamos de capturarla con la mente, pero no dejamos que nuestra voz la entone. A esa naturaleza primordial, los antiguos chinos lo llamaban el Cielo, el hinduismo, el brahman, y el budismo, el rostro original.

-¿Echa usted de menos, como Nietzsche, una filosofía en la que música sustituya a las palabras?

-Hay un ejercicio que se utiliza en psicología guestáltica, que consiste en mantener un diálogo modulando una sola vocal. Sin palabras, hay menos posibilidad de discusiones y la transmisión es más inmediata. Al fin y al cabo, la voz es un instrumento para la convivencia, bien lo saben los pájaros.

-Precisamente, hay en India varios pasajes sobre el lenguaje y una resonancia anterior al mismo. ¿Entraña el silencio la libertad para llegar a un mayor conocimiento?

-En algunas tradiciones de la India, al principio supremo, se le identifica con Vac, la palabra primordial. Es el sonido inaudible, anterior a la formación de cualquier sonido audible que adviene por resonancia. A Shiva, se le se define como poder vibrátil, pulsión cósmica. Y los sonidos son vibraciones, y las vibraciones materia. No hay diferencia, más allá de la percepción, entre la solidez de lo que llamamos materia y la tensión de las ondas sonoras. El universo tal como lo entendían los antiguos indios tiene mucho más que ver con el universo de la física actual de lo que cualquier teodicea. En cuanto al silencio, observarlo significa ante todo apaciguar la mente. Un sabio indio comparaba la mente con un mono ebrio picado por un escorpión. Para iniciarse en la escucha del sonido inaudible hace falta no sólo taparse los oídos, sino dejar de producir los ruidos que la mente segrega de continuo. Ésa es la verdadera libertad.

-Sus escritos sobre Henri Michaux inspiran una crítica al psicoanálisis. ¿Ha sido la consagración del yo que consiguió Freud un invento nefasto para Occidente?

-Supongo que a Freud hay que situarlo en su época para comprender lo innovadoras que fueron sus teorías. La invención de un subconsciente, sin embargo, no le pertenece a él tan sólo. También los pensadores del yogacara, una escuela del budismo que data del siglo IV, hablaron de las impresiones latentes que podían reactivarse al contacto con nuevas vivencias. En realidad, ni el psicoanálisis inicial ni el posterior han llegado tan lejos en su conocimiento de la mente y en la sutileza de sus observaciones como las distintas escuelas indias. La cuestión es que el yo, que nosotros, occidentales, hemos tomado tan en serio, no es para ellos más que un proceso en cadena sin más realidad que esas chispas a las que también Leucipo, Demócrito y Epicuro hacían referencia en su física.

-He encontrado en India al menos dos referencia a Ulises. ¿Ha sido India su Odisea, o su Ítaca?

-Ha sido mi Odisea, ciertamente. Mi Ítaca, la he contado en Bélgica. El viaje de Ulises es una huida hacia delante. La vuelta, al final, siempre es un lugar de la infancia.

-En las últimas páginas del libro critica duramente la globalización a la que también ha sucumbido India. Y es curioso, porque en los últimos años muchos directores de Bollywood han venido a rodar películas a los rincones más típicos y folklóricos de Andalucía. ¿Terminaremos pidiendo que vuelvan las distancias?

-La reducción de las culturas a elementos folclóricos forma parte de las estrategias de globalización. La pretensión de los poderes mercantiles es reducirlo todo a producto y el folklore es un producto turístico, como bien sabemos. Lo más lamentable del asunto es que para reducir un elemento cultural a producto hay que desvirtuarlo. Es necesario que pierda su fuerza, que se trivialice. Esta degradación es importante para el consumo porque el consumidor ha de quedar permanentemente insatisfecho. Esa es la manera de que siga consumiendo sin parar.

-Uno de sus textos más recientes se titula Adiós a la India. Pero, ¿realmente se puede decir adiós a la India?

-Si de algo he podido darme cuenta, al término de estos años de trabajo, es que las culturas son cosa de ida y vuelta. Europa inventó un Oriente que respondía a sus expectativas: glamour y exotismo hacían un cóctel estupendo. Luego resultó que ese Oriente y, en concreto, esa India europea, fue el espejo en el que India se contempló. La espiritualidad que nos llegó de allí en los sesenta, sin ir más lejos, estaba cargada de contenidos teosóficos. De modo que si me preguntas si podemos decir adiós a India, yo tendría que preguntarte de qué India me hablas y, sobre todo, de qué Occidente. Personalmente, aquella de la que no quiero desprenderme es la que aún me trae su murmullo a orillas del Ganges.

-"He visto desgarrarse / la eternidad". ¿Qué nos queda en su lugar?

-El Hambre, por supuesto.

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