"Solemos olvidar que tu vecino no tiene que votar lo mismo que tú"
Alejandro Amenábar
El cineasta triunfa en la taquilla con 'Mientras dure la guerra', su retrato de Unamuno y de un país proclive al enfrentamiento
Prepara una serie inspirada en el expolio de la fragata 'Mercedes'
Hace más de dos décadas que Alejandro Amenábar se convirtió en uno de los directores más populares del cine español. Desde aquel deslumbrante debut de Tesis (1996), este autor de películas tan dispares como Abre los ojos o Ágora, coleccionista de Goyas, ganador además del Oscar por Mar adentro, ha mantenido intactas dos virtudes: la fascinación por su oficio, que impregna su conversación, y la capacidad para conectar con el público. Mientras dure la guerra, su retrato de Miguel de Unamuno (un inesperado Karra Elejalde) en la Salamanca tomada por el bando nacional, se ha aupado al número uno de la taquilla.
En esta entrevista habla sobre este filme, una aproximación mesurada y sobria al encendido debate de las dos Españas. Una mirada que al parecer sigue resultando incómoda: al mismo tiempo que el creador mantenía esta charla en Sevilla, el pasado jueves, y pese a que algunas críticas acusan al proyecto de cierta equidistancia, varios ultraderechistas entraban en una sala en Valencia para boicotear la proyección del largometraje, desplegar banderas y proferir gritos de "Viva España" y "Viva Cristo Rey".
–La película habla de un país en el que bien podrían haber nacido Caín y Abel, donde ni los amigos, como les ocurre a Unamuno y Salvador Vila, consiguen evitar las discusiones airadas...
–Habla del país en el que podía haber nacido yo, porque yo de hecho nací en Chile, pero luego me ha tocado vivir aquí. En España soy muy feliz y sospecho que voy a vivir aquí el resto de mi vida, y me gustaría hacerlo tranquilamente. Creo que a veces nos complicamos mucho las cosas y se nos olvida que la base de la democracia es que en tu bloque de vecinos haya gente que vota distinto a lo que votas tú. La cuestión es si vamos a salir a la calle y nos vamos a escupir a la cara o vamos a debatir y tratarnos con respeto. Ese respeto se pierde a menudo, ocurre en el propio Congreso de los Diputados, una situación que amplifican los medios y a la que los ciudadanos respondemos exaltados... Somos temperamentales, y a menudo el diálogo civilizado en el que deberíamos vivir sube de tono.
–Mientras dure la guerra retrata a un Unamuno que se replantea su postura, que duda, que cambia de opinión. Hoy todo el mundo parece tener un juicio categórico y un criterio inamovible...
–Efectivamente parece que vivimos en una burbuja, que tenemos nuestra razón y no nos dejamos permear un poco por lo que tenemos al lado. De todos modos, en el periodo que retrata la película, Unamuno decía algo así como: "No cambio yo, cambian ustedes". Sus principios permanecen inamovibles. Él es un hombre justo, un hombre de paz. Se desencanta de la República y así lo expresa; más tarde piensa que el golpe militar restituirá el orden, pero se da cuenta de que todo va a acabar en un baño de sangre, y también lo denuncia. Unamuno cambia, pero lo que no cambian son sus principios.
–Aunque ha habido películas estupendas en las que ya aparecía Franco, títulos como Madregilda o Espérame en el cielo, el cine español solía retratar al dictador desde la caricatura o el trazo grueso. Usted ha buscado más matices.
–Y en Dragon Rapide (Jaime Camino, 1986), Juan Diego hacía una interpretación extraordinaria de él. Nuestro Franco era una propuesta muy ambiciosa, queríamos acotar al hombre de ese momento. Es un personaje poco transparente, muy enigmático, porque se fue reinventando en cada momento y es muy difícil meterse en su cabeza. En esta etapa es un general que está a punto de ser coronado rey, que está jugando sus cartas. Queríamos contar eso, pero, claro, no renunciar tampoco a los elementos que le caracterizan: sus dificultades oratorias, su vocecita, su mala dicción. Había que recrearlo así, pero evitar que despertara la risa. Quería que el espectador se desconcertara al principio y comprendiera luego quién es ese al que llaman Franquito, el cuquito y que se quedará nada más y nada menos que con todo un país durante 40 años.
–El éxito que ha tenido el filme desbarata quizás esa idea de que los espectadores no quieren ver más películas sobre la Guerra Civil.
–Estamos muy contentos con la respuesta del público, nos ha llegado ya por muchos sitios que la gente aplaude en las salas. Y eso me alegra muchísimo. Cuando haces una película, lo que quieres es ser entendido, y aunque ésta era complicada se ha entendido lo que queríamos contar. Yo no he hecho este análisis, pero lo he leído en los últimos días, y los datos señalan que las películas que se hacen sobre la Guerra Civil representan un porcentaje muy pequeño. Además, en muchas historias la contienda es sólo un telón de fondo, un trasfondo apenas. Se me ocurren pocas que se centren en la guerra estrictamente, en el campo de batalla; en este sentido, sólo me viene a la cabeza ahora mismo Tierra y libertad, de Ken Loach. En mi caso yo no he rodado una sola escena bélica y cuento la guerra de despachos, qué es lo que pasa con una ciudad como Salamanca que queda en zona nacional. ¿Por qué me interesaba el tema? Porque me sorprende lo poco que la gente de a pie, no los investigadores, lo ha estudiado. Me da la impresión de que en el instituto dimos un salto de la República a la Transición. Y eso despierta tu curiosidad. Yo, sobre todo, me sentía interpelado por gente como Unamuno, o por Chaves Nogales, intelectuales que no quieren formar parte de ese enfrentamiento total, que abrazan esa postura que se ha llamado la tercera España.
–Gracias a Mientras dure la guerra ha vuelto al castellano, un idioma en el que no rodaba desde hace 15 años, cuando hizo Mar adentro. ¿Ha sentido eso que dicen algunos poetas, que la lengua es la patria?
–Fundamentalmente, lo que me ha permitido volver al castellano ha sido expresar más rápidamente y mejor mis ideas al equipo y a los actores. Trabajar en inglés requiere un esfuerzo extra porque no estás manejando tu lengua, pero por lo demás hacer una película es lo mismo en un contexto u otro. Es embarcarte en un viaje ilusionante donde las circunstancias, dónde ruedes o en qué idioma hables, son secundarias.
–Usted ha dirigido a actores de la talla de Javier Bardem, Nicole Kidman o Rachel Weisz, y ahora consigue estupendos trabajos de su reparto. ¿Cómo vive la colaboración con los intérpretes? Porque hay cineastas que le dan más importancia a los aspectos técnicos y se despreocupan de ese flanco...
–Yo les doy toda la importancia del mundo. Los actores y actrices son los que dan vida a la historia. Tienes que brindarles personajes interesantes y encontrar intérpretes que los puedan encarnar. Me gusta que se sientan libres en el proceso de creación, aunque también haya que acotarles el terreno de juego, por decirlo de algún modo. Me gusta que se diviertan en el rodaje. A Eduard Fernández, por ejemplo, que hace de Millán-Astray, le insistíamos en que se lo pasara bien. Yo siempre digo que para mí una interpretación es el mejor efecto especial. Eso no quiere decir que descuide la parte técnica: me apasiona la puesta en escena, el emplazamiento de la cámara… Pero siempre tengo claro que el pilar de todo, el que al final te va a conseguir emocionar, es quien está delante de esa cámara, el actor o la actriz.
–Ha abordado el derecho a morir dignamente en Mar adentro, denunció el fanatismo religioso en Ágora o en Regresión, y ahora se acerca a la Guerra Civil. ¿Cree que con el tiempo se ha vuelto un cineasta más político?
–Cuando estaba en la Universidad yo pensaba que entraba en esto del cine de una forma casi mercenaria, sin plantearme dilemas morales, pero precisamente Tesis nació de un dilema moral. La escribí en un momento en el que estaban en auge los programas amarillistas y se hablaba del crimen de Alcàsser... Era una rebelión contra eso. Así que mi ópera prima nació de una preocupación moral, y creo que eso subyace en todas mis películas. Evidentemente, esta última es más política, pero ese interés por hablar del mundo desde una cierta posición ética, por hacerme ciertas preguntas, ya estaba desde el principio.
–En la presentación de Mientras dure la guerra en el Festival de Toronto se encontró con una pareja de españoles que había volado expresamente a Canadá para ver antes que nadie su película. El público, y las cifras de taquilla lo avalan, le ha sido fiel en todos estos años.
–Sí, lo de Toronto fue una situación extraordinaria, no pasa a menudo [ríe], pero me gusta pensar que hay gente que va a ver una película porque yo la dirijo, porque sigue mi trabajo y le interesa. Hablábamos antes de actores, pero a mí lo que más me guía para ir al cine es quién está detrás de la cámara o escribe el guión. Mi star system es más de directores.
–¿Y en ese star system quién estaría? ¿Qué directores lo llevan al cine?
–No sé en qué condiciones se estrenará, si irá a salas o directamente a Netflix, pero este año no me quiero perder la nueva película de Martin Scorsese, The Irishman. Aparte me encanta Spielberg, de quien he aprendido mucho, y ahora he visto la última de Tarantino, Érase una vez en... Hollywood. Soy un admirador fiel de unos cuantos directores.
–Prepara ahora su debut en el mundo de las series. Adaptará El tesoro del Cisne Negro, de Paco Roca y Guillermo Corral. ¿Qué puede contar de la propuesta?
–La novela gráfica se inspira en el rescate del tesoro de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes. Es una historia con un componente ligero, en la que se contraponen el mundo anglosajón y el mundo mediterráneo, latino, y es un proyecto que los norteamericanos definirían como uplifting [edificante], con mucho optimismo y mucha luz. Quería meterme en eso.
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