Salvación en la derrota
Las cartas de Kafka a Felice | Crítica
Nórdica reedita las 'Cartas a Felice' y el lúcido ensayo donde Elias Canetti analizó el apreciable influjo de la extensa correspondencia con su novia berlinesa en la obra de Kafka
Las fichas
El otro proceso. Las cartas de Kafka a Felice. Elias Canetti. Trad. Carlos Fortea. Nórdica. Madrid, 2019. 156 páginas. 18 euros
Cartas a Felice. Franz Kafka. Trad. Pablo Sorozábal. Nórdica. Madrid, 2019. 840 páginas. 25 euros
Sobre la correspondencia y los diarios de Kafka se han escrito buenos libros, pero pocos pueden igualarse al que Elias Canetti, el gran autor de Masa y poder, dedicó a las cartas donde el atormentado artífice de tantas narraciones memorables castigaba a la desdichada Felice Bauer con sus extenuantes lamentos e indecisiones. Publicado originalmente en 1969, sólo un año después de que se conocieran, tras la muerte de su destinataria, las Briefe an Felice, el ensayo donde Canetti analizó las más de quinientas que Kafka envió a Bauer sigue siendo una de las más perspicaces aproximaciones a su obra epistolar, de ineludible consulta para todos los que después de él han abordado las tortuosas relaciones del escritor con las mujeres y el reflejo de aquellas en su obra de creación, quizá el aspecto en el que la lectura del búlgaro se reveló más fecunda e iluminadora. El libro regresa en una nueva y cuidada versión de Carlos Fortea cuando la anterior de Muchnik, publicada en 1976, era ya inencontrable.
Más allá de las lecciones particulares, que no son pocas ni escasamente relevantes, El otro proceso interesa como alto ejemplo de las posibilidades de la crítica en clave biográfica, tan desacreditada desde Proust por las escuelas formalistas, siempre que sea ejercida con rigor, honestidad y claridad de ideas. Cuando se tuvo noticia de las cartas, dice Canetti al comienzo, la primera reacción fue "de embarazo y de vergüenza", pero al leerlas sintió "una emoción que no experimentaba desde hacía muchos años con ninguna obra literaria". Los dos sentimientos están más que justificados y sólo esa impresión de "verdadera vida" que transmiten, pese a su morbosidad, compensa del rubor derivado de acceder a la intimidad profanada.
Franz y Felice se conocieron en casa de Max Brod la tarde del 13 de agosto de 1912, cuando Kafka le mostraba a este último el manuscrito de su primer libro. A lo largo de los "cinco años de tortura", con altibajos, que duró su intercambio epistolar, apenas se vieron más que unas pocas veces, varias de ellas con resultados desastrosos. En términos morales, la actitud del escritor, agravada por el uso interesado de las cartas –él mismo admite que se nutre literalmente de ellas– con vistas a la elaboración de su obra, no puede ser defendida de ninguna manera, aunque el ensayista tampoco la condena en términos severos. El retrato que Kafka hace de sí mismo no puede ser más desolador, caracterizado por la debilidad física, el carácter irresuelto, el insomnio, las obsesiones, la falta de sociabilidad, los celos absurdos, la impotencia: todo un catálogo de fallas que resulta tanto más penoso por su irreprimible tendencia a la autoflagelación permanente. El despliegue, con todo, no logra intimidar a Felice, hasta que su improbable novio deja de considerarla un estímulo para verla como un peligro.
Cuando tras recibir a la mediadora Grete Bloch, a la que coloca en una desconsiderada posición de deslealtad hacia su amiga, Kafka comienza una correspondencia paralela –conservada en parte gracias a la propia Bauer– donde la calculada ambigüedad no excluye el flirteo, el lector no puede evitar un profundo desagrado. Pero el círculo vicioso emocional no tiene solución ni de hecho la tendría en adelante. El desvalimiento de Kafka, afirma Canetti, es de tal dimensión "que sólo la extrema exactitud de la descripción lo hace creíble". Y será su traslación a la literatura lo que lo redima de tanto daño. Hay un "periodo grandioso", extraordinariamente fértil, en el que el narrador, ya seguro de su talento, escribe La condena, buena parte de América y La metamorfosis, pero es sobre todo en El proceso, al que se dedica la segunda parte del ensayo, donde pueden advertirse los ecos más directos.
El fallido compromiso –de hecho fueron dos, tras una primera ruptura– es interpretado como una detención. El "tribunal" al que fue sometido por los familiares, donde el acusado rehusó defenderse, se asimila a la ejecución que cierra la novela. Canetti examina motivos recurrentes como el "odio autodestructivo", la humillación pública, la capacidad de resistencia, el empequeñecimiento, la culpa. Especialmente brillantes son sus comentarios sobre la prevención de Kafka contra el poder, su interés por los "animales muy pequeños" o la definición del checo como "el único autor chino en esencia que posee Occidente". De modo muy característico, frente a la imagen de la torre de marfil, Kafka hablaba de encerrarse "en lo más hondo de un gran sótano". Buscaba, concluye Canetti, la salvación en la derrota.
Los amores epistolares
En la vasta correspondencia de Kafka, tan importante como los diarios a la hora de fijar las coordenadas de su biografía, dos conjuntos de cartas destacan sobre el resto, sumados a los que forman las dirigidas a su editor –grandísimo editor– Kurt Wolff o a su íntimo amigo y albacea Max Brod: las que envió a su afligida novia berlinesa Felice Bauer (1912-1917) y las posteriores pero no menos intensas que cruzaría con Milena Jesenska (1920-1922), mujer bien distinta de la anterior –brava, independiente, autora cuya dramática y admirable trayectoria puede leerse en el maravilloso retrato que trazó de ella su amiga Margarete Buber-Neumann– pero con la que el fabulador checo, incapacitado para sostener una verdadera relación afectiva, repitió el patrón de atracción, angustia y rechazo que había padecido la primera.
Reeditada por el mismo sello, Nórdica, que ha publicado atractivas ediciones ilustradas de El fogonero, La metamorfosis y El proceso, la voluminosa serie de Cartas a Felice se ofrece de nuevo en la versión, seguida de una escueta cronología, de Pablo Sorozábal, sólo unos meses después de la aparición del tomo IV de las Obras Completas dirigidas por Jordi Llovet para Galaxia Gutenberg, Cartas 1900-1914, donde Adan Kovacsics ha traducido buena parte de la colección dirigida a Bauer conforme a la reciente y exhaustiva edición crítica de Hans-Gerd Korch, que al contrario que sus predecesores optó por no agrupar las misivas en función de los destinatarios. De este modo, podemos ahora leerlas conforme a su presentación tradicional, como en los casos de la propia Bauer, Brod (Mondadori), Wolff (Acantilado) o Jesenska (Alianza), o bien secuenciadas de acuerdo con las fechas de redacción, lo que como explicaba Ignacio Echevarría en la edición de Galaxia permite apreciar las modulaciones implícitas en la alternancia. De cualquier manera los amores de Franz Kafka, por decirlo con el título del esclarecedor ensayo de Nahum N. Glatzer, fueron, aunque más numerosos de lo que se piensa, mayormente epistolares, pues pensaba que sólo renunciando a la compañía podía acometer la tarea –su único compromiso firme– de alumbrar su formidable literatura.
También te puede interesar