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Cervantes | Crítica

El monumental estudio de Muñoz Machado contiene una biografía del escritor, una relectura de su obra, un análisis de su recepción y una aproximación de conjunto a la España de su siglo

Santiago Muñoz Machado (Pozoblanco, 1949) dirige desde 2019 la Real Academia Española.
Santiago Muñoz Machado (Pozoblanco, 1949) dirige desde 2019 la Real Academia Española.
Ignacio F. Garmendia

08 de mayo 2022 - 06:00

La ficha

Cervantes. Santiago Muñoz Machado. Crítica. Barcelona, 2022. 1.040 páginas. 34,90 euros

A estas alturas y en realidad desde hace mucho, Cervantes no es sólo un escritor o el nombre de un escritor, príncipe de los ingenios y padre de la novela moderna, sino la palabra con la que denominamos todo un universo de referencias que contienen su obra, desde luego, pero también lo que se ha escrito sobre ella en distintas épocas y lenguas, miles de libros que conforman una bibliografía oceánica e incesantemente acrecentada en la que los asedios mayores conviven con innumerables aproximaciones a aspectos específicos, incluidas las de quienes han tratado de desentrañar, a partir de la escasa documentación fidedigna, el famoso enigma del hombre. Con su escueto título, que de hecho refleja la inmensidad de la materia abordada, el Cervantes de Santiago Muñoz Machado se añade a ese corpus inabarcable y lo hace con voluntad de perdurar, fiado a una perspectiva total que resulta doblemente ilustrativa tanto por lo que nos cuenta del autor, de su literatura y de su tiempo como –y muy en particular– por su evaluación del proceso que nos ha llevado a saber lo que sabemos.

El autor separa los datos inobjetables de las conjeturas fantasiosas

Cuenta Muñoz Machado que el origen de su inmersión tiene que ver con el "sobrecogimiento" que le produjo enterarse de que el célebre retrato, tantas veces reproducido, que preside el salón de actos de la Real Academia Española, es falso, como lo es el autógrafo que durante años ocupó el mismo lugar de privilegio. De ahí que se propusiera revisar el legado del escritor insignia de las letras hispánicas desde todos los ángulos. El recuento de su itinerario parte de las no demasiadas noticias autobiográficas del propio Cervantes, dispersas en prólogos, dedicatorias o pasajes inequívocos, y examina, descartando o poniendo al descubierto las meras especulaciones, los desiguales aportes de generaciones de estudiosos desde el trabajo pionero de Mayans. Tiene Muñoz Machado el encomiable prurito de atribuir a cada cual lo que le corresponde, sin obviar ni apropiarse de los hallazgos ajenos, y al mismo tiempo la decidida intención de separar los datos inobjetables de las conjeturas más o menos fantasiosas. La recuperación de la figura de Cervantes, hasta entonces eclipsada por el extraordinario éxito del Quijote, fue impulsada por la RAE en el siglo XVIII, pero la investigación propiamente dicha no empezó hasta mediados del XIX, de modo que no cabe hablar de Cervantes sin atender a su posteridad, en la que se enmarcan también el nacimiento del mito universal, las circunstancias de las diferentes ediciones o las interpretaciones que ha suscitado su obra, una historia, la de su recepción, tan apasionante como la obra misma.

La obra de Muñoz Machado abarca y glosa muchas otras lecturas

Respecto de esta última, Muñoz Machado atiende en detalle a las fuentes literarias y a la importante presencia de la cultura popular en la lengua de Cervantes, pero insiste en el fondo de experiencia que le aportaron sus andanzas y sobre todo en su formidable capacidad imaginativa, por encima de la casi sobrenatural omnisciencia que le han adjudicado los intérpretes entusiastas. Ahora bien, si en estos y otros terrenos lleva a cabo una revista amena, minuciosa y excelentemente informada, es en la especial atención que dedica a explicar el contexto histórico y social donde se localiza su principal contribución a los estudios cervantinos. El escritor vivió, señala Muñoz Machado, una época de transición, en la que se estaba fraguando el mundo moderno sin que hubieran desaparecido la mentalidad y los usos del tiempo anterior, y esta ambivalencia se refleja en su tratamiento del matrimonio y las distintas relaciones de pareja que convivían con las uniones sancionadas por el rito tridentino, en su reflejo de las creencias asociadas a la magia y la hechicería, en su visión de la rigidez estamental y la corrupción vinculada a los funcionarios del Estado o en su invocación del "viejo derecho" –en parte por su probada experiencia en pleitos particulares, Cervantes estaba muy familiarizado con las ideas jurídicas– frente al poder omnímodo de la monarquía. Libro de libros, este de Muñoz Machado aúna la biografía, el ensayo, la crítica y la inquisición histórica, entregando a la vez un retrato verdadero de Cervantes, una lúcida relectura de su obra –que abarca y glosa las anteriores– y una clara aproximación de conjunto a la España de su siglo.

Retrato apócrifo de Cervantes, erróneamente atribuido a Juan de Jáuregui.
Retrato apócrifo de Cervantes, erróneamente atribuido a Juan de Jáuregui.

El manco alegre

Más que "ejemplar y heroica", como la calificara uno de sus grandes biógrafos, Luis Astrana Marín, quien contó también las de Lope y Quevedo, la vida de Cervantes –"azarosa y novelesca", en las más apropiadas palabras de Muñoz Machado– fue pródiga en episodios oscuros que no niegan su coraje, sobradamente demostrado en la ocasión de Lepanto o en los intentos de huida del cautiverio de Argel, pero sí permiten descartar la aureola beatífica que un tiempo rodeó su figura. Jugador, mujeriego, litigante y dos veces preso, don Miguel no fue precisamente un santo, pero tampoco hay datos que corroboren su supuesto erasmismo –el director de la RAE se muestra muy crítico con las tesis de Américo Castro– o que abonen, más allá de las habladurías, otras formas de heterodoxia. Lo que sí podemos inferir es el admirable carácter de un hombre que supo sobreponerse a los reveses y retratar al prójimo con piedad e ironía, desde su mirada famosamente compasiva. Pese a los tumbos, el "manco alegre", como se llamó a sí mismo en el prólogo del Persiles, donde también se lo caracteriza, en expresión que le era grata, como "regocijo de las musas", encarnó como nadie el humor humanista.

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