Vivir su vida
Marisol, llámame Pepa | Crítica
Ficha
*** 'Marisol, llámame Pepa'. Documental, España, 2024, 93 min. Dirección y guion: Blanca Torres. Fotografía: Elisa Moreno. Con: Amaia Montero, Cristina Almeida, Fernando Méndez-Leite, Elvira Lindo, Vicky Flores, Cristina Hoyos, Nativel Preciado, Enrique Cerezo.
Había que sacar a Marisol y a Pepa Flores de la crónica rosa que hoy la manosea en el prime time como otro producto más de la nostalgia mediática aprovechando que ella misma decidió hace ya casi cuarenta años apartarse de los focos y la vida pública para volverse a casa cerrando toda posibilidad de réplica.
En ese gesto de desaparición que tan bien ha analizado Juan José Vargas en un artículo del libro El deseo femenino en el cine español (1939-1975), Pepa Flores culminaba un camino propio de emancipación que lo era a un tiempo de dos regímenes, el Franquista y el de la Transición a los que dio imagen de marca, primero como niña prodigio de la eterna sonrisa, luego como abanderada del comunismo más ortodoxo, pero también de los hombres, empresarios explotadores (Goyanes) y esposos (Gades) que tampoco la dejaron ser (y hablar por) ella misma.
Este documental se abre y se cierra con su ausencia en la entrega de los Goya de 2020 donde se le entregaba un premio honorífico. Allí sí estuvieron sus hijas y una Amaia que le cantó desde la admiración y el reconocimiento generacional. Tal vez sea ese uno de sus propósitos, intentar explicar a audiencias jóvenes y ya curtidas en el feminismo, a veces con exceso de didactismo, qué supuso Marisol para el cine y la sociedad española entre finales de los años 50, cuando salida de los corralones de Málaga brilló entre los coros y danzas regionales que amenizaban al Caudillo, y su última aparición en el cine en Caso cerrado (1985).
Con un abundante y extraordinario material de archivo, buscando entre las imágenes señales de aviso o contradicción, Blanca Torres intenta superar la ortodoxia testimonial superponiendo a los expertos, amigos, familia o habituales prescindibles la voz ficcionalizada de la propia Marisol-Pepa en un contrapunto que materializa, a través del montaje sonoro, ese otro discurso íntimo y personal, también confuso y contradictorio, de quien intentó a toda costa afirmarse por sí misma más allá del personaje construido por su entorno.
Lo consigue en gran medida, gracias a un buen ritmo narrativo, a interesantes recursos sonoro-musicales y a la capacidad de regresar cuando toca a ciertos asuntos que, como la infancia y la adolescencia secuestradas, la portada robada de Interviú o el papel como musa tardía de la vieja izquierda, pedían nuevas interpretaciones, contrastes y matices.
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