Cine en órbita planetaria

Segundo Premio | Crítica

Cristalino, Ibáñez y Magnin en una imagen del filme de Lacuesta y Rodríguez.
Cristalino, Ibáñez y Magnin en una imagen del filme de Lacuesta y Rodríguez.
Manuel J. Lombardo

24 de mayo 2024 - 07:00

Ficha

***** 'Segundo Premio'. Biopic musical, España-Francia, 2024, 109 min. Dirección: Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez. Guion: I. Lacuesta y Fernando Navarro. Fotografía: Takuro Takeuchi. Música: Ylia y Los Planetas. Intérpretes: Daniel Ibáñez, Cristalino, Stéphanie Magnin, Mafo, Eduardo Rejón

Hemos llegado tarde a Los Planetas. Su emergencia y éxito generacional a mediados de los noventa nos pilló mirando para otro lado y escuchando otras músicas lejos del rock indie nacional de los que ellos fueron catalizadores e incluso superventas desde Granada. Sin embargo, aquí estamos ahora, serenamente entusiasmados con discos como La leyenda del espacio, Zona temporalmente autónoma o este extraordinario y fundacional Una semana en el motor de un autobús cuya gestación sirve como núcleo para esta no menos extraordinaria película de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez cuyo periplo y circunstancias de producción también han sido muy asendereadas.

Lejos del típico biopic musical en torno a una banda de rock y lejos también de los peajes habituales del subgénero, Segundo Premio fantasea y vuela libre y repleta de ideas ya desde su arranque en Sierra Nevada, entre los pliegues de un guion (firmado por Lacuesta y Fernando Navarro) que asume la autoconsciencia, el peso de la leyenda sobre la crónica periodística y una polifonía de voces entrantes y salientes de sus tres personajes centrales, a saber, trasuntos ficcionales de los tres miembros fundadores de la banda (J. Rodríguez, Florent Muñoz y May Oliver, interpretados respectivamente por Daniel Ibáñez, Cristalino y Stéphanie Magnin) justo en plena separación y crisis tras su segundo disco, como estructura laberíntica que recompone su historia y aquel contexto cultural granadino de mediados de los noventa como un puzzle imbricado con las atmósferas nocturnas, el encierro, un cierto ambiente de relato de vampiros y una apuesta por la autenticidad de lo dicho, lo tocado y lo cantado que hacen de este filme no sólo un insólito ejercicio de indagación en la creación musical y sus tormentos personales, sino también un inclasificable artefacto cinematográfico que, en ocasiones, nos recuerda a aquella Arrebato de Zulueta que tan poca herencia ha dejado en el cine español de las últimas décadas.

Nueva York y la grabación del “disco que cambiará para siempre la escena musical de todo el país” se sitúan en el horizonte y el destino de un triángulo escindido sobre el que oscilan las perspectivas y los temas (la amistad, la adicción, el compromiso, la huida…) de un filme que se mira en cierta mitología local (el Lorca de Poeta en Nueva York, el Morente de Omega) como filiación de raíz poética, psicodélica y surreal para dar vuelo a sus caminos bifurcados y a sus brillantes decisiones de puesta en escena, siempre en búsqueda de nuevas soluciones, siempre fiel al concepto circular y orbital que mueve y dirige cada secuencia, siempre en contacto con esas canciones y su gestación como materia prima (narrativa y onírica) sobre la que se levanta un edificio de relaciones, imágenes y sonidos destinado a quedarse en pie por mucho tiempo en nuestro cine.

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