El perímetro de la normalidad

522, un gato, un chino y mi padre

Natalia de Molina, protagonista casi absoluta del filme de Paco R. Baños.
Manuel J. Lombardo

08 de julio 2019 - 06:01

Ficha

** '522, un gato, un chino y mi padre'. Road movie, España, 2019, 90 min. Dirección y guion: Paco R. Baños. Fotografía: Fran Fernández Pardo. Música: Pedro Marques. Intérpretes: Natalia de Molina, Alberto Jo Lee, Miguel Borges, Manolo Solo, Maya Murofushi, Joao Lagarto, Sergio Domínguez.

El segundo largo de Paco R. Baños tras la estimable Ali (2012) incide en el retrato de un personaje femenino enfrentado a la normalidad, la vida práctica o a eso que podríamos llamar la realidad de las cosas. Si en aquella primera película se trataba de aceptarse en el tránsito postadolescente y en el ámbito familiar, la protagonista de esta 522, un gato, un chino y mi padre se pelea constantemente con su propia orfandad neurótica, materializada en una agorafobia extrema que no le permite ir más allá de su casa los 522 pasos a los que alude el título.

Una neurosis como forma de resistencia y aislamiento, también como patología propia de un carácter asocial y hosco fruto de un trauma que Baños traza y acorrala con la cámara siempre a una cortísima distancia del cuerpo y el rostro (deformado) de Natalia de Molina, protagonista absoluta de la función. Desde su burbuja, logrará emprender un viaje de retorno a las raíces (portuguesas, en un claro eco autobiográfico del director y también guionista) que permite y propulsa la estructura de una road movie de superación, sanación y redención trufada de encuentros, personajes pintorescos y pequeñas aventuras en furgoneta que no siempre avanzan o se enlazan con fluidez.

Algo redundante y circular, 522 enseña pronto sus cartas y se gusta demasiado en su aire de fábula excéntrica sobre la curación del alma, pero no consigue del todo que su deriva narrativa o los personajes que encuentra en el camino, empezando por el falso chino que encarna Alberto Jo Lee y su endeble historia romántica, se integren o funcionen con naturalidad en esa particular gimnasia de liberación.

Las calles de una Triana popular, el paisaje horizontal del Algarve y los sones del fado, esa “alegría triste” con la que ajustar cuentas con el tiempo, la memoria herida y las raíces, conviven una vez más y no siempre en equilibrio con ese deje pop (de los gráficos a las canciones) tan caro a esta generación de cineastas sevillanos que tiene más de nostalgia o tic de juventud que de verdadera pertinencia en la materia de sus relatos.

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