Pablo García Baena: Todos los hombres

Literatura

La Junta recuerda al poeta en su centenario con una biografía escrita por Salvador Gutiérrez Solís, la semblanza de alguien que vivió en "la intimidad de la fe y el bullicio del paseo marítimo"

La portada del libro sobre el poeta que ha editado el CAL.
La portada del libro sobre el poeta que ha editado el CAL. / Juan Ayala
Braulio Ortiz

18 de agosto 2021 - 07:00

"El creador que jamás dejó de buscar la belleza a lo largo de su vida. Ni uno solo de sus días. Hasta el punto que se convirtió en guardián y albacea, en testimonio y coleccionista, en divulgador". Así describe Salvador Gutiérrez Solís a su paisano Pablo García Baena en el libro que la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico y el Centro Andaluz de las Letras dedican al poeta cordobés en su centenario. Pablo García Baena. Una aproximación se acerca a "todos los hombres que fue" el creador andaluz, "en la intimidad de la fe, en el bullicio de un paseo marítimo, en Atenas, París, Las Beatillas, Torremolinos o hechizado por Marlene Dietrich", con su "capacidad para concentrar en su interior lo pagano y lo sagrado, la carne y el espíritu, la pasión y la calma, lo contemporáneo y lo clásico, el grito y el silencio". No en vano, esta semblanza lleva el subtítulo de Un himno a la dicha de vivir porque así recordó una vez el autor la experiencia del grupo y la revista Cántico, y porque pocos poetas captaron con tal intensidad el gozo y la hermosura de estar vivo.

Gutiérrez Solís, que estudió en el mismo colegio que García Baena, el Hermanos López Diéguez, y rememora una visita de aquel alumno ilustre al que recibieron "como si se tratara de un héroe que ha vencido en mil batallas y merece todos los honores", remarca la huella que dejaría la infancia en ese poeta que se preguntaría más tarde "dónde tengo aquel niño con el cuello sujeto de bufandas". Ese crío que asiste al cortejo funerario de Julio Romero de Torres, de quien heredará sin saberlo cierta actitud hacia el mundo, su misma condición poliédrica, su virtud para alternar "el palacio con la tasca, (...) lo reflexivo con lo mundano", conoce en los rituales eclesiásticos el paso previo a la poesía: el estremecimiento. Tal como le contó a Eduardo García, y recoge este libro, las imágenes de la Semana Santa y las ceremonias en la Catedral causan un profundo impacto en su sensibilidad tan joven. "El Miserere, las liturgias o el tenebrario –el apagavelas– comienzan a formar parte de la banda sonora, de la iconografía de su vida, hasta el punto de que, en cierto modo, lo religioso marca el devenir de sus días".

Otro hallazgo temprano será el mar, el mar de Málaga, del que nunca olvidará su belleza embriagadora. "El olor del mar", escribe Gutiérrez Solís, "su sonido, rítmico, como un vals sin orquesta, más lo que contemplaba, establecieron en ese verano de 1929, en el interior de Pablo García Baena, una conexión que siempre permaneció activa, viva, en su interior. Y ese niño, ese mismo niño con esas mismas sensaciones de la primera vez, siempre permaneció dentro del Pablo adulto, a buen recaudo, como un tesoro que se protege de la barbarie". La amistad con Ginés Liébana, al que conoce cuando tiene 11 años, y la muerte de su hermano mayor, Antonio, cuando Pablo es aún adolescente, serán otros episodios determinantes en su trayectoria.

Pablo García Baena (1921-2018).
Pablo García Baena (1921-2018). / Álvaro Carmona

En el verano de 1940 el poeta Juan Bernier lo reconoció como uno de los suyos después de verlo durante jornadas y jornadas leyendo y escribiendo en la biblioteca. "No eras tú poeta de lo etéreo / sino hombre de sed / y amabas en los dioses a los hombres / con su destino áspero y hermoso", lo evocaría García Baena décadas después, una vez muerto el amigo. Así arrancará una de las uniones más felices de la cultura andaluza del siglo XX: ese grupo de hombres curiosos, inquietos, diferentes a la Córdoba del momento, entre los que se encontraban también Ricardo Molina o Julio Aumente, se reunieron antes en La Academia de la Gramola, en cuyas sesiones convivían Chopin y el flamenco, y más tarde en Cántico. Dámaso Alonso y Gerardo Diego apoyaron con entusiasmo a aquellos jóvenes, no así Cernuda, que con su desapego habitual vio en un principio como una carga que una "revistilla" se interesara en hacerle un homenaje. Gutiérrez Solís relata divertido cómo recreó a este grupo en su novela El sentimiento cautivo y le expresó entonces a García Baena su deseo de que esa obra le convenciera. "Tú no tienes que escribir pensando que me guste a mí, tienes que escribir pensando en que te guste a ti, y que forme parte de tu tiempo", le respondió tajante el poeta.

El subtítulo 'Un himno a la dicha de vivir' refleja a un poeta que plasmó la intensidad de los días

A la historia del autor de Antiguo muchacho o Los Campos Elíseos, como a toda vida, le esperaban sus desvíos: la diáspora de los amigos y la decepción de que Cántico hubiese merecido más reconocimiento, su traslado a Málaga en lo que pensaba un cambio de aires temporal y que se prolongaría casi cuatro décadas. Allí no sólo se reencontró con su preciado mar: la libertad que descubre en la Costa del Sol, en una sociedad mucho menos cerrada que la de la Córdoba de entonces, "actúa en él como bálsamo". Y después vienen la reivindicación de Cántico por parte de Guillermo Carnero o Luis Antonio de Villena, o reconocimientos al poeta como el Príncipe de Asturias de las Letras o el Reina Sofía. Gutiérrez Solís, que imagina en esta obra emocionantes diálogos entre los componentes de Cántico, aún se sorprende del vigor que poseía García Baena a los 85 años, cuando publicó Los Campos Elíseos, un poemario "excepcional" y "vitalista" en el que su creador volvía a explorar "el siempre deslumbrante universo de las emociones".

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