'EL SUEÑO DEL GRAMÁTICO' | La hija de Minerva
ADELANTO EDITORIAL
Tras una vida de grandes logros, pero también de duelos y pesares, la hija de Nebrija, Francisca, repasa en este capítulo el itinerario del padre durante el luminoso y breve Renacimiento español
"Padre cazaba palabras como si fueran mariposas. Pobres de las que cayeran en su poder porque las pinchaba con un alfiler en la pared y luego les abría el vientre para ver qué había dentro. Quería saber qué se escondía en sus vísceras y cuánto polvo y suciedad se habían acumulado con los siglos. Muchos dirán que padre ha sido un simple anatomista de palabras, pero lo único que pretendió toda su vida fue buscar la verdad, como hacen los médicos que quieren conocer la razón de todas las enfermedades que pudren los cuerpos. Por eso quisieran abrirlos para ver qué hay dentro, aunque la ley de Dios condene esa curiosidad como si fuera pecado.
Recuerdo aquellas palabras destripadas y a padre asomado para descubrir la misteriosa red que unía a una palabra con una cosa. Después de cazadas hallaba su pasado antiquísimo y cuánto habían mudado de piel con el tiempo. Luego se dirigía a su escritorio, mojaba la pluma y anotaba la historia pretérita de aquella mariposa nombrada. Así compuso su famoso diccionario, ese vocabulario en el que había cazado miles de palabras del latín y también de nuestra lengua castellana para enfrentarlas como en un espejo y que así se descubriera qué designaban y qué cosas las unían. Porque padre encontró el puente que enlazaba el latín de Cicerón con nuestra lengua de Castilla, que así la ha hecho la más gloriosa de todas, a pesar de ser habla vulgar. Padre cazó las mariposas de nuestra lengua y las sacrificó luego, pero para hallarles el alma y darles luego vida eterna y gloria. Dios lo guarde muchos años.
Ya casi me suena a campana tañida la de la iglesia de San Ildefonso. Es donde padre quiere descansar para siempre porque allí yace su buen amigo, el cardenal Cisneros, que Dios le haya dado buen galardón. El hombre que lo salvó de la cárcel y quién sabe si de la hoguera cuando la Inquisición incautó sus comentarios sobre la Biblia e inició un proceso contra él.
Suena el tañido a duelo, a muerte, a sepulcro, dice padre, pero yo creo que sólo son cosas de viejo. Y miedo al olvido. Ya ha mucho que perdió casi la vista y yo tengo que leerle los papeles. También le tiemblan las manos y apenas puede escribir, por eso se enfada y sale con cajas destempladas de su estudio. Yo le cumplo en esa misión y me dedico con paciencia a escribir lo que él me dicta. Lo hago con sumo cuidado y atención porque sé que estoy escuchando las palabras de un sabio, y que lo que escriba es asunto que servirá al porvenir y que leerán los que aún no han nacido.
Padre dice que escribo lenta, pero es por el mucho celo que pongo en esta tarea, que yo sé que tiene algo de misión sagrada. Y no es que quiera colocar el nombre de mi padre en la misma gloria de los varones santos, pues es hombre de mal carácter y de genio. Pero sí que guardo en mi alma la sospecha de que será recordado por los siglos, como los elegidos y tocados por el dedo de Dios.
Ya suena la campana de San Ildefonso anunciando la hora de prima. Hace rato que padre está esperando en su aposento, que lo oigo dar vueltas de un lado a otro, impaciente por no llegar tarde a la Universidad. Tendré que ver si va vestido con decencia porque por su torpeza de anciano no acierta a colocarse el bonete. Y en más de una ocasión salió a la calle con la loba puesta del revés, provocando la chanza de los estudiantes.
Ya voy, padre. Ya voy... No os impacientéis, que no amanecerá antes porque vayáis con prisas. Ya voy, ya voy, que soy mujer de tocas doñiles, y si no anciana, sí mujer madura. El cabello lo tengo ya un poco nevado y no menstruo desde el otoño pasado. Soy eso que desprecia la gente, una hembra mañera, pues se me pasaron los años sin haberos dado criatura que pudiera llamaros abuelo. Y no me culpéis por eso porque supisteis bien pronto que vuestra hija Francisca era llamada para otras cosas. No para labrar camisas, ni cuidar el fuego, ni aderezar guisos, ni criar hijos sino para las cosas de letras. Lo mismo que vos, que en esto se nota que soy vuestra verdadera hija, aunque otros tanto dudaran de que lo fuera.
Y sé que por esto habéis sufrido, digo por lo de que no es cosa de fortuna que una hija sea soltera, y más una soltera como soy yo. No una de las que se dedican a cuidar altares y visitar a otras comadres beatas, pues no tienen otro entretenimiento en sus vidas, sino una soltera que no quiso ser ni casada ni viuda, ni monja ni doncella. Una soltera de las que dicen de «estar suelta», porque es mujer de no estar atada a hombre, que bien sabéis cuál es el significado de esa palabra. Pero sé que esa naturaleza de mujeres solas recibe la misma condena que las cortesanas, rameras, cantoneras y rabizas. Aunque sea mujer de casa, mas no compañera de la rueca sino amiga de libros y hasta de pluma, que es el gran peligro, según dicen.
Que quiso padre, viendo mi afición a la lectura, que desde muy niña aprendiera a leer y a escribir y que anotara las cosas que se me pasaran por la mente. Por eso hago ahora esto de escribir lo que pienso y relatar las cosas que me han sucedido. Y que guardara palabras y que las cazara como hacía él, que en eso consistieron mis juegos de infancia. Y luego, más que ser devota y labrar camisas, quise yo hilar mi propia vida y así terminé siendo una beata, pero de libros, como me llaman las malas gentes que no entienden que quieran las mujeres leer y ser doctas.
Ya voy, padre, ya voy... No seáis impaciente, que estoy subiendo la escalera y ya llego a vuestro aposento. No temáis, que cumpliré llevándoos a vuestra cátedra a la hora de prima como tenemos acordado. Y ya tengo guardados los papeles de la lección, que sé que estuvisteis hasta tarde repasándola. Lo sé, padre, sé que escribís la lección porque no os fiais de vuestra memoria de anciano. Aunque digáis que la escribís para darla luego a los moldes y que así quede para siempre. Yo sé que tenéis miedo de que se os olviden los argumentos. Y también las palabras. Que vuestros muchos años han hecho que no tengáis ya presteza y rapidez en cazarlas. Así andan sueltas y libres por vuestro estudio, huyendo por las ventanas de casa en esta villa del Henares, donde decís que estará vuestra sepultura.
Sé que tembláis cuando una palabra se os escapa sin que recordéis su nombre ni a qué cosa alude. Y que luego, vencido y furioso por la vejez, gritáis que más vale que llegue la muerte antes que asistir a mayor sucesión de pérdidas, que primero fue el quebranto de los dolores de huesos, luego la vista y ahora el temblor. Pues ya conocen todos los vecinos de esta calle la frase que se os ha metido en la sesera: que cuando los relojes están quebrados, más vale fundirlos y hacerlos de nuevo.
Perded cuidado, padre, que tengo ya guardado el cartapacio con la lección que hoy daréis en vuestra cátedra de Retórica de la Universidad de Alcalá que por vos es llamada templo del pensamiento. Y que será reconocida por los tiempos que están por venir como la ciudad que fue refugio de Elio Antonio de Nebrija, el humanista que trajo la latinidad a España. El sabio que acabó con los bárbaros que habían corrompido la lengua de la antigüedad. El maestro que enseñó en Salamanca. Mal destino le aguarde a ese lugar del demonio que tan mal se portó con vos.
Perdonadme si os he mencionado esa ciudad que Dios confunda. Aguardad, no seáis impaciente. Aquí está vuestra lección. Y todas las palabras cazadas con su alfilerito clavado en el corazón. Para que no se os pierda ninguna, padre".
1 Comentario