La iluminación de los límites
El ala izquierda. Cegador | Crítica
Mircea Cartarescu regresa al catálogo de Impedimenta con la primera entrega de 'Cegador', la trilogía que consolidó al escritor rumano entre los gigantes de la literatura europea
La ficha
El ala izquierda. cegador (I). Mircea Cartarescu. Trad. Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta. Madrid, 2018. 432 páginas. 24 euros
El empeño que la editorial Impedimenta ha consagrado a la publicación en España de la obra del escritor Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956) se había reservado su as más poderoso hasta ahora. Hay varias razones para explicar esta contención: por una parte, se trata de una obra de largo alcance y aún más prolongado aliento, vertida en tres libros aparecidos en la editorial Humanitas (referencia sin par en las letras rumanas) entre 1996 y 2007; por otra, hablamos de un ejercicio literario cuya traducción desde el rumano, aunque sea a una lengua latina y por tanto vecina como el castellano, es rematadamente difícil. La publicación el año pasado de la última novela de Cartarescu, la monumental Solenoide, puesta de hecho a disposición del lector español poco después de su estreno en Rumanía, terminó de abonar un campo que parecía definitivamente propicio ya que el autor ganó una gran proyección a este lado del continente, en una escalada que culminó con la concesión del Premio Formentor.
De modo que es ahora cuando atravesamos el momento idóneo para que aquel as quede al fin boca arriba. Dicho y hecho: el sello Impedimenta publica ahora El ala izquierda, primera entrega (original de 1996) de Cegador (Orbitor), la trilogía que consagró a Cartarescu entre los gigantes de la literatura europea. El envite continuará (según lo previsto) en febrero de 2020 con El cuerpo (original de 2002) y en octubre de 2021 con El ala derecha (original de 2007).
Lo interesante de todo esto es la oportunidad brindada para descubrir a un escritor del que ya conocemos una cima como Solenoide: en 1996, cuando Cartarescu publicó El ala izquierda, era conocido en Rumanía principalmente como poeta, con una obra narrativa reducida al volumen de relatos Nostalgia y a la novela corta Lulu (en cualquier caso, precedentes prometedores donde los haya).
Su apuesta recibió premios como el Thomas Mann y convirtió a Cartarescu en un novelista de altura por derecho, aunque cabe reconocer aquí en muchos aspectos al Cartarescu poeta que habíamos advertido en El Levante. Más allá de los géneros, sin embargo, la aventura estética que entraña este Orbitor constituye una de las experiencias lectoras más estimulantes de las últimas décadas.
Los títulos de la trilogía evocan ya de manera directa una de las obsesiones más singulares de Cartarescu, los insectos, como recordarán los lectores de Solenoide. Otras claves internas como la presencia del doble y la exploración del cuerpo humano como expansión del pensamiento también se dan ya con generosidad en El ala izquierda. Pero ante todo, al igual que en Solenoide (donde proponía una tremenda vuelta de tuerca a la autobiografía alternativa), Las bellas extranjeras y El ojo castaño de nuestro amor, Cartarescu escribe con intención poética sobre sí mismo.
Cegador narra la juventud del escritor hasta la caída del régimen de Ceaucescu en 1989 y El ala izquierda se detiene en su adolescencia, así como en la historia de su madre. Aunque no faltan referencias a los agentes la Securitate, la dictadura es aquí aún un tema menor que ganará protagonismo en El cuerpo y, sobre todo, El ala derecha, considerada desde su aparición la novela definitiva sobre la historia del comunismo en Rumanía. Antes de todo esto, El ala izquierda es una novela sobre la alucinación, la forja imposible de una personalidad en un contexto situado fuera del mundo.
En la primera parte de la novela, Cartarescu evoca al adolescente enfermizo que hervía de fiebre e imaginación en su cama, muerto de frío y con los pies pegados al radiador, donde las luces nocturnas se filtraban a través de las cortinas en halos fantasmagóricos; el mismo hombre por hacer que sufre brutales tratamientos de electroshock en hospitales psiquiátricos a cuenta de una parálisis facial (que Cartarescu describe con tanta crudeza como ánimo redentor) y que, sobre todo, deambula por una Bucarest verdaderamente alucinada, sometida a una arquitectura alienígena por obra y gracia del comunismo, en cuyas calles conviven hermosas construcciones centenarias y enormes bloques de simetría funcional y asesina.
Y lo cierto es que el hallazgo de Bucarest como territorio literario de la mano de Cartarescu resulta de una conmoción aplastante, a la altura de la Praga de Kafka, el Nueva York de Dos Passos y el Dublín de Joyce: es imposible leer El ala izquierda y no amar esta ciudad hipnótica.
Desde esta alucinación, Cartarescu eleva un verdadero templo a la imaginación como matrona de la escritura en el que conviven monstruos de toda clase, ejércitos de ángeles en lucha contra los muertos vivientes (algunas páginas parecen trasladar a la narración las asombrosas pinturas murales de los monasterios ortodoxos rumanos), sectas, gitanos adictos a la flor de la amapola, mucho (mucho) jazz y María, la costurera que llega a esta misma ciudad mucho antes y de la que emana el pequeño Mircea en una gestación abocada ya a la literatura.
Como en otras obras, Cartarescu aborda desde la reveladora cita inicial de San Pablo la complejidad de la experiencia humana y el fracaso del lenguaje verbal cuando intenta abarcarla. Su materia prima es el límite de esa experiencia: el autor es consciente de que sólo puede atisbar una mínima parte de la misma, pero también de que la luz que hoy le ciega es la misma que le permitirá ver algún día. La alucinación febril es una intuición que conduce a la realidad. La posibilidad de hallar todo en un libro es un placer enmudecedor.
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