"No se entiende que en un mundo lleno de pantallas no nos enseñen a mirar"

José Carlos Ruiz. Filósofo

El autor cordobés aborda en 'Incompletos. Filosofía para un pensamiento elegante' los desafíos de una "globalización sentimentalista" que ha antepuesto la emotividad a la reflexión crítica

José Carlos Ruiz (Córdoba, 1975), el pasado martes en una visita a Sevilla. / Antonio Pizarro
Braulio Ortiz

27 de enero 2023 - 07:00

"Nunca se había sentido tanta presión por querer ser felices” anota José Carlos Ruiz en Incompletos. Filosofía para un pensamiento elegante (Destino), una lúcida aproximación a los desafíos del presente en la que el autor cordobés analiza, entre otras cuestiones, esa "globalización sentimentalista” que ha antepuesto la emoción al pensamiento crítico y la vulneravilidad del individuo que, fascinado con el bombardeo vertiginoso de imágenes en internet, empieza a experimentar el tedio ante la realidad de la vida.

–En el libro se asegura que nuestro concepto de felicidad no es el mismo que manejaban nuestros padres...

–Quise acuñar el término posfelicidad porque no lo había encontrado utilizado por nadie, y me parecía que configuraba la idea de felicidad contemporánea, que no tiene nada que ver con la previa, la que había antes del periodo globalizador y antes del periodo omnipantallas. Antes, la felicidad no era el objetivo, sino una consecuencia de la vida, como decían Aristóteles y Kant con 2.500 años de diferencia. Sin embargo, a partir del año 2000 o 2004 empezamos a toparnos con la felicidad como palabra hegemónica en un ámbito económico, social y político. Yo quería destacar que esto es otra cosa, diferente a lo que existía antes, y por eso le añadí el prefijo pos. No digo que esa posfelicidad sea mala, cuidado, digo que es una historia distinta. Y configura un modelo de sujeto que, como señalo en el libro, puede alcanzar la indigencia mental.

–Usted apunta que esa posfelicidad "impulsa al sujeto a la hiperactividad” y no deja espacio a la reflexión ni a la contemplación o el deleite.

–Cuando un sujeto llega a esa indigencia mental lo pasa muy mal. Se da cuenta de que no tiene recursos intelectuales para salir del desánimo, de su infelicidad, para conseguir sus objetivos. Entonces necesita lo externo, y acude a la autoayuda o a otras opciones que quedan muy lejos de su realidad, procesos que difícilmente van a fructificar.

"La elegancia no es histriónica, no necesita ser esclava de la actualidad ni busca erigirse en tendencia"

–Hoy, con tanta "exposición del ego”, no hay una verdadera preocupación por el otro: lo buscamos "para que muerda el anzuelo”.

–El individuo hipermoderno percibe al otro como un utensilio que le sirve para construir su identidad, que sólo le interesa para que le preste atención, una vez que ese otro le ha prestado atención ya no le vale, se busca a otro. La otrofagia es coger al projimo para consumirlo, directamente, y en ese consumo sólo le interesa una parte de él, con lo que será difícil que encuentre nutrientes que le puedan enriquecer. Al segmentar al otro, por ejemplo en una aplicación para lograr relaciones sexuales, en las que buscamos que el otro nos satisfaga y no pretendemos más dimensión de esa persona, perdemos muchas opciones de apertura, resulta muy limitador. No estoy diciendo que sea un diagnóstico general, pero es algo en lo que todos podemos caer, y en lo que cae el sujeto hipermoderno.

–Usted concluye que "no son buenos tiempos para la elegancia”.

–Porque la elegancia implica, lo digo en algún momento del libro, serenidad. Los sujetos elegantes no son histriónicos emocionalmente hablando, no espolean a sus interlocutores. Son calmados, tienen esa paz del equilibrio. Están dentro del plano de la realidad, pero no necesitan ser esclavos de la actualidad ni quieren eclosionar como tendencia. El pensamiento elegante maneja otro tempo. Hoy tenemos una sociedad en la que estamos obsesionados por mostrarnos como alguien distinto. Pero la elegancia no quiere mostrarse distinta, sino distinguida. No hay una obsesión para que los demás te validen, no existe esa necesidad de refuerzo.

–Wendy Brown, en una cita a la que usted recurre, argumenta que en el neoliberalismo toda conducta es económica, que lo económico impregna la salud o la educación.

–Y, claro, cómo vas a tener un pensamiento sosegado si has ido construyendo tu identidad a partir de la productividad. ¡Y en tu tiempo libre, además! Quieres sacar el máximo provecho a lo que debería ser tu descanso, cuantificas lo que haces entonces y lo planificas. Cuando te expones a un mundo que percibes a través de los procesos productivos, y la economía depende de las crisis o de burbujas que pueden explotar, esa inestabilidad provoca que el nivel de ansiedad y de estrés vaya en aumento.

Portada de 'Incompletos'. / D. S.

–Otro de los asuntos que aborda en el libro es la pobreza en la expresión. Usted habla de anorexia léxica.

–Ahora mismo, además, se exige literalidad en los mensajes, desaparece la posibilidad de la ambigüedad, que puede molestar incluso al receptor. Todo está cada vez más constreñido, y yo hablo incluso de esa neolingua a la que se refería Orwell cuando alertaba de que el lenguaje condiciona el pensamiento. ¿Cuántas palabras usábamos en los tiempos del Quijote y cuántas ahora? Algo hemos perdido en el camino. Y se ha sentimentalizado el poco léxico que nos queda, el que predomina es el léxico que acude a la parte emocional del ser humano, y no a la parte racional o intelectual.

–La emoción ha sustituido al pensamiento crítico.

–Y algo que me parece más grave, la emoción ha configurado el concepto. Mi experiencia de la justicia es mi idea de justicia, y lo mismo con la belleza. Cierro el concepto desde mi percepción emocional, por tanto no me puedo enriquecer de otros que no están en mi narrativa. Hay que tener cuidado, porque este sujeto hipermoderno, este indigente mental, puede pensar que la verdad es lo que él experimenta como verdad. Eso es un peligro.

–La variedad y velocidad de las imágenes de internet ha provocado que la realidad no nos resulte estimulante...

–Hace poco estuve viendo un estudio que le habían hecho a bebés entre los cero y los tres años. Era muy interesante porque decía que el cerebro de los niños que utilizaban tablets crecía hasta tres veces más rápido. Pero, por contra, cuando le quitaban la tablet, la hiperactividad se multiplicaba porque la realidad no les interesaba y se ponían muy nerviosos. No encontraban en lo real el estímulo con el que les habían educado.

"Se ha sentimentalizado el poco léxico que nos queda. Y hoy la emoción llega a configurar los conceptos"

–Usted reivindica una pedagogía de la mirada.

–Es un reclamo que llevo unos años haciendo. No entiendo que, en un mundo donde la pantalla se lleva nuestra atención y constituye nuestra educación emocional no se haya implementado algo así. Yo crearía Pensamiento Crítico Visual, una asignatura de primero de Primaria, cuando los sujetos empiezan a consumir narrativas de pantallas. Pongo siempre el mismo ejemplo: si tú coges una novela lo haces con una actitud, seguramente de deleite; ante un ensayo tu predisposición será otra, quizás tienes un lápiz para subrayar, el ánimo más calmado, esperas otras cosas. Eso se puede extrapolar a las redes sociales. No es lo mismo abrir Twitter que abrir TikTok. El sujeto debe comprender en qué consiste cada narrativa y enfrentarse a cada una con una actitud diferente. Ahí estamos fallando.

–Que su libro El arte de pensar (2018) lograra 30.000 lectores, ¿le hace albergar esperanzas?

–Y sigue teniendo lectores, no hay que hablar en pasado. Pero, sí, hay esperanza. Yo al menos me agarro a ella. Pienso que tenemos las herramientas para mejorar el presente, que es cuestión de pensar qué hacemos, educar al respecto. Soy profesor, ¿qué otro mensaje puedo dar a mis alumnos?

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