"En el campo también te encuentras a mucha gente cansada del trabajo"

Juan Gómez Bárcena. Escritor

El autor recrea el pasado y presente de Toñanes, una localidad de Cantabria, en 'Lo demás es aire', una novela en la que imagina las historias que encierran "los lugares pequeños, de paso"

El escritor Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984). / Antonio Pizarro
Braulio Ortiz

20 de junio 2022 - 17:49

"En el principio es el año 1626. La historia de Toñanes arranca así: con la primera página del libro de bautismos. Antes, claro, hay también historia, o por lo menos algo que se le parece: una historia todavía sin voces ni rostros". En Lo demás es aire (Seix Barral), Juan Gómez Bárcena novela el pasado y presente de una localidad cántabra –hoy, con un censo de doscientas ochenta vacas y cien personas– en una obra monumental que sigue el rastro de los muertos e insufla vida y emoción a lo perdido.

–Al comienzo del libro define Toñanes como "una carretera, un lugar por el que la gente pasa y no se detiene". Y, sin embargo, cuántas historias encierra...

–Sí, me gustaba empezar con esa carretera, porque es lo primero que se conoce de Toñanes y a menudo lo único que se ve, es una carretera que va de Santillana a Comillas, una parte muy turística. La gente me decía siempre: ‘Ah, Toñanes, me suena, he pasado por allí’. Lo que quería mostrar es que si nos detuviéramos en los lugares pequeños, de paso, podríamos ver toda una serie de historias. Eso es la novela: una parada en Toñanes a lo largo de 500 páginas para que se sucedan las vidas que ese sitio ha albergado.

–El niño apasionado por los dinosaurios que aparece en la novela ha crecido y sigue sintiéndose atraído por el pasado.

–Ese niño es un claro trasunto mío, es la primera vez que juego con elementos autobiográficos. Yo fui ese niño que se interesaba por los dinosaurios, y eso ocurrió dos años antes de que se estrenara Parque Jurásico, que conste [ríe], y ese niño quiso saber más tarde la historia del pueblo, lo que contaban los mayores... Empecé haciendo investigaciones históricas cuando adolescente, después escribí algún artículo, poco a poco fui acumulando información, archivadores con datos e historias que en un principio no eran para la novela. Cuando me puse con ella ya tenía mucho trabajo hecho, sólo debía convertirlo en literatura. Al principio me movía la curiosidad por las raíces, por el árbol genealógico, pero cada vez creo menos que te respondas a la pregunta de la identidad por saber quiénes fueron tus tatarabuelos. Lo que sí me ha ocurrido es que yo soy una persona que se ha movido mucho: nací en Santander, pasé los veranos en Toñanes, he vivido en Madrid, por becas he estado en México, Hungría, Italia... Y con tanto desplazamiento se me ha hecho evidente que mi hogar, en cierto modo, de manera electiva, es Toñanes. No es el lugar en el que más tiempo he pasado, y sin embargo es el lugar en el que me siento en casa.

"No creo que por saber quiénes fueron tus tatarabuelos logres responderte a la pregunta de quién eres"

Lo demás es aire ahonda en esa capacidad de la literatura para revivir a los muertos.

–La redención es muy importante para mí, es uno de los temas por los que siento atracción, y en este caso más porque se trataba de personas aparentemente insignificantes que componen el tejido del pasado. En este caso teníamos la lista de todos los muertos del pueblo que van recogiendo los párrocos, y yo intenté imaginarme cómo fueron sus biografías, quise darles interés y dignidad al recrearlas, al reconstruir esas vidas minúsculas.

–Varios de los testimonios que recoge inciden en el cansancio y las dificultades del campo. La suya no es una visión idílica...

–Cuando uno hace un libro ambientado en un pueblo enseguida se presupone que vas a criticarlo, vas a mostrarlo como un producto del atraso, que es una dinámica en la que se ha insistido durante cierta época, o vas a reivindicarlo como algo bucólico, un lugar donde estás en conexión con la naturaleza, que se erige como alternativa a las prisas y la locura de las ciudades. Y esa no es la realidad, la realidad es que allí también te encuentras a mucha gente cansada de sus trabajos, que no tiene con su entorno esa relación tan idílica que nosotros pensamos. Yo quería mostrar lo rural con todos sus matices. No es un campo de recreo para gente de ciudad, tampoco ese lugar embrutecido que nos describían ciertas ficciones.

Juan Gómez Bárcena. / Antonio Pizarro

–Cuenta cómo hace unas décadas se lavaba la ropa en el río, y se tiraban allí, en un saco, los gatos y los perros que no se querían. El mundo ha cambiado muy rápido...

–Sí. No puedo hablar de todos los pueblos, evidentemente, pero en Toñanes fue muy evidente ese cambio a partir de los años 80, cuando se impone la cuota de la leche europea, que afecta porque allí se vivía de las vacas, y ese sitio acaba reorientándose al turismo. Desaparecen unas prácticas sociales, una forma de ver la vida. No se cuestionaba lo de tirar a los gatos y a los perros al río, yo de pequeño lo veía, y no soy tan mayor. Ante el tema de los animales ha surgido una nueva moralidad. Creo que por eso me propuse entrevistar a personas mayores, para que me dieran testimonios de ese otro Toñanes.

–Partía de los libros de bautismos y defunciones desde el siglo XVII. ¿Cómo ha convertido esos nombres en material literario?

–He sido bastante fiel a la información existente, aunque también ha habido mucha fabulación. Alterno las reconstrucciones de lo que se sabe con la invención de historias que fueran compatibles con lo que dicen los documentos. A veces aparece en la lista de muertos un nombre, y yo sé por otros papeles que se llevaba muy mal con los vecinos, porque lo denuncian tres veces, y hablo entonces del mal carácter de este personaje. Han sido reconstrucciones basadas en la medida de lo posible en lo real y lo documental, pero en las que también he recurrido a la imaginación. Por ejemplo, hubo un sacerdote que no conserva treinta o cuarenta años de los bautizos y defunciones del pueblo, y yo decido fantasear, preguntarme por qué se perdieron esos archivos, y describo a ese hombre como un tipo con la razón alterada, que se obsesiona por coleccionar piedras y se olvida del resto del mundo.

"Algo interesante de escribir un libro es aprender cosas en el proceso. Uno no escribe para volcar lo que sabe"

–Toñanes, como tantos sitios, se construyó desde la negación: expulsaron a los judíos, a los moros, a los gitanos, a los franceses...

–Cuando uno repasa la Historia te encuentras con una serie de normativas contra los feriantes, los gitanos, los judíos, y se da cuenta de que ese lugar que ha intentado preservarse de toda injerencia, que no quería a los de fuera, al final asiste al éxodo de sus habitantes, por la precariedad laboral y otras razones los jóvenes se van a trabajar en Movistar o en Ikea. Ahora es Toñanes la que envía emigrantes a otros destinos, aunque esa situación no es nueva. En mi pueblo era muy frecuente que la gente se fuera a Andalucía, a Jerez, a Cádiz o a Sevilla, para dedicarse a temas de vinos, también otros se iban a las Indias.

–Hablar de un lugar es también explorar su lengua. Aquí se suceden palabras sonoras y hermosas como artesa, dalle, prau...

–Yo tengo interiorizadas muchas de esas palabras, sin saber si son de uso común o no, y a veces las uso en Madrid y son acogidas con un gesto de extrañeza por parte de mis interlocutores, que me preguntan qué significan. Pero también busqué otros conceptos que yo mismo desconocía, y fue muy enriquecedora esa investigación, adentrarse en un diccionario de jerga montañesa, tomar todas las palabras que me parecían curiosas... Yo no controlaba demasiado del tema antes de empezar esta novela. Para mí, algo interesante de la escritura de un libro es que te permite aprender, averiguar cosas. Uno escribe en busca del descubrimiento, no para volcar lo que ya sabe.

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