El mundo flotante
'Vida de una mujer amorosa. Ihara Saikaku'. Trad. Daniel Santillana. Sexto Piso. Barcelona, 2013. 244 páginas. 19 euros.
Vida de una mujer amorosa. Ihara Saikaku. Trad. Daniel Santillana. Sexto Piso. Barcelona, 2013. 244 páginas. 19 euros
En el cancionero de Amberes de 1557 ya se enumeran los tipos de meretrices, "izas, rabizas y colipoterras,/ hurgamanderas y putarazanas", sin especificar si tal clasificación responde a la belleza, la juventud o el mérito de las postulantes. No menor es la variedad que aquí se ofrece al juicio del lector; a lo cual debe añadirse la natural extrañeza que el mundo nipón, su refinada lejanía, opone a la mirada occidental tres siglos más tarde. No obstante, por encima de esta singularidad, ya consignada, es la profunda similitud con la literatura europea (Villon, el Arcipreste, La Celestina, el mísero y azacaneado Lázaro de Tormes), lo que nos sorprende al leer esta magnífica Vida de una mujer amorosa de Ihara Saikaku.
Por otra parte, cabría preguntarse por la importancia de la meretriz en la literatura de otros siglos. Y para ello es suficiente con acudir a Goethe. Hasta el romanticismo, hasta la novela gótica y Las cuitas del joven Werther, el matrimonio por amor es una realidad, no sólo inexistente, sino impensada. Duby, el gran historiador francés, nos tiene explicado el nacimiento del moderno casorio, frisando el año mil, y las connotaciones patrimoniales de dicho enlace. Se comprenden así el interés y el placer radicalmente desligados y autónomos, la vigorosa presencia de la prostitución en aquella hora -amplísima- del mundo. Se comprende, de igual modo, que aquel "mundo flotante" del lupanar y la bohemia fuera una parte crucial, no advenediza, de la realidad inmediata. No obstante, es la ceremoniosa complicación de los vestidos, el ritual de los amantes, la delicada minucia con que el autor describe cuerpos y paisajes, la fantasiosa nomenclatura de la gastronomía oriental (sopa de pez globo, grulla salada, caldo de pez payaso), aquello que nos deslumbra en esta melancólica obra de Saikaku.
Al recordar su juventud, la vieja prostituta amonestará a sus oyentes con los terribles versos de Su-Tung-Po: "El placer carnal entre el hombre y la mujer evoca el abrazo de dos cadáveres en descomposición".
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