"La ciencia y la literatura comparten las mismas intuiciones sobre el tiempo"
Pablo Bujalance. Periodista y escritor
El autor regresa a la poesía con 'Los relojes de río', un hermosísimo viaje que discurre por la fugacidad del hombre y el linaje de lo eterno.
El libro se presenta en Málaga este viernes.
En Los relojes de río, el poemario que ha publicado con Ediciones en Huida, Pablo Bujalance le sugiere a Hamlet que disfrute "la dulce intrascendencia de no ser más que tiempo". Pero, advierte al personaje de Shakespeare, "no un tiempo que pasa, sino un tiempo que permanece, / que lo ocupa todo, hasta el último establo de las bestias, / y en el que cada tallo arrancado rebrota, (...) en el que el anciano que expira ya es criatura en otra estrella". El periodista del Grupo Joly regresa al verso con un caudal poderoso y bellísimo que discurre, como la mejor poesía, hacia la esencia del hombre. El autor presenta el libro este viernes a las 18:00 en la Librería Luces de Málaga.
–"Decir futuro", se lee en su obra, "es decir padre"; la muerte se sube a los brazos "como un niño". Los relojes de río propone, apoyándose en la ciencia, una concepción muy poética del tiempo.
–Todo empezó porque en un blog que abrí empecé a escudriñar cómo, de manera paralela, la ciencia y las letras coinciden históricamente a la hora de compartir ciertas intuiciones. Cuando Einstein formula la Teoría de la Relatividad, por ejemplo, la literatura que se estaba cociendo y la que se hizo poco antes tenían que ver de alguna forma con eso, como si los autores presintieran ese tipo de nuevo paradigma. Ahí me di cuenta de que me gustaba mucho escribir sobre el tiempo, sobre la evolución que ha experimentado su conocimiento, el reflejo que eso ha tenido en la literatura, en obras como el Ulises de Joyce o Matadero Cinco de Kurt Vonnegut. Lorca, por ejemplo, se vio abocado a escribir sobre el tiempo cuando asistió a la conferencia de Albert Einstein en la Residencia de Estudiantes, aunque para mí el poeta del siglo XX que mejor abordó el tema fue Cernuda. Comprobé que había que irse a lo poético para profundizar en la naturaleza del tiempo, que la cuestión requería una sensibilidad más lírica que una estructura narrativa o ensayística. Necesitaba desprenderme de las ataduras más convencionales del lenguaje para abrazar otro tipo de escritura, y así volví a la poesía con la intención de hacer un libro. Llevaba tiempo cultivándola, pero más para mí que para los otros.
–En esa visión del tiempo, como ocurre en su poema El Puente de la Aurora, los individuos nos reflejamos y nos encontramos en los otros, y "nunca hubo más que uno, un solo hombre".
–Hay un nuevo paradigma en la física, que es muy polémico pero es significativo, y viene a decir que en esta idea del tiempo la concreción de la materia es una ilusión, no existe; lo que existen son las relaciones entre los elementos, pero estos no podemos distinguirlos claramente. Ahí lo que cree ser cada uno se diluye en una realidad en la que nos reconocemos en el otro. El Puente de la Aurora habla de eso, de la revelación de que tú eres en el otro y te reconoces en él. Hay un peso importante de la ética, de una tradición de pensamiento que se remonta al estoicismo, pero una teoría del tiempo que plantea una realidad física distinta también respalda eso.
–"Nuestra herencia", se dice en otro fragmento, "es la de Ícaro". No podemos escapar de ese linaje: la voz del poeta asegura hacer "acopio de todas las alas que se me derritieron".
–Todos somos una especie de depósito de la experiencia pasada, pero también de la experiencia futura. La realidad es un todo que se da al mismo tiempo. La distinción entre pasado y futuro es una ilusión a la que estamos abocados por nuestra inteligencia, por la entropía, por muchas cosas. Vivimos en esta especie de hechizo que nos lleva a separar una tradición pasada de lo que habrá de construirse en un futuro. Cuando Ícaro se calza, digamos, las alas y sale a volar detrás de su padre, quiero dar a entender esta idea que ya defendía María Zambrano de que cada hombre está en todos los hombres, en los pasados y los futuros. En el libro se insiste en que la muerte es un nuevo nacimiento. Todas las experiencias de la Historia se contienen en cada sensibilidad, otra cosa es que seamos capaces de percibirlo.
–El libro reflexiona sobre las tensiones que suscita el lenguaje, un elemento que, dice el poeta, "me expulsa / y a la vez me aprisiona".
–Siempre he compartido aquello que decía Wittgenstein de que los límites de mi lenguaje son mis límites del mundo. Pienso que otras disciplinas como la música son más libres a la hora de transmitir la experiencia y convertirla en otra cosa. Pero, bueno, también el reto es interesante, el poder darle a las palabras otro juego. Hoy tenemos inteligencias artificiales que funcionan a base de algoritmos y son capaces de crear piezas sinfónicas maravillosas, y obras de arte abstracto conseguidas, y sin embargo la poesía no se les da bien. Eso puede deberse a dos razones: en primer lugar, a que el lenguaje sea efectivamente un elemento defectuoso, o que al final sea lo menos transferible del ser humano, lo que tampoco me deja tranquilo. Me muevo en esa presión, en esa batalla entre la superación de los límites del lenguaje y la aceptación de que el lenguaje es la herramienta de la que dispongo para contar mis cosas.
–En el poemario se suceden las referencias literarias, filosóficas. Podía haberle quedado un conjunto frío, pero desprende una honda emoción, quizás porque para usted la cultura no puede desligarse de la vida, es otra luz que alumbra nuestros pasos...
–Esa fue una preocupación al empezar el libro y al definir por dónde quería que fueran los poemas, el hecho de que pudiera parecer una construcción literaria demasiado referencial. En esto, claro, hay un modelo que no oculto, Borges, que hace de la referencia un verdadero arte. A mí me interesaba, para transmitir esa idea del tiempo como río, como ese fluir eterno que lo contiene todo, el presente, el pasado y el futuro, y en el que nos diluimos como individuos, que cada poema funcionara formalmente también como un río, diese la impresión a los lectores de estar sumergiéndose, de ahí que los poemas sean largos. Esa incorporación de referencias me resulta divertida, por mi inclinación barroca a mezclar cosas, cultas o menos cultas, de literatura o de ciencias, pero esas citas me eran útiles también para dar una visión de la Historia como un río en el que todas las particularidades se diluyen. Tendemos a pensar en el conocimiento, en la Historia del arte, de la literatura, de la ciencia, como una sucesión de momentos. Sin embargo, nuestra inteligencia, nuestros afectos, lo mezclan todo. Yo disfruto por igual leyendo a Lucrecio que a Stanislaw Lem o a Geoffrey Hill, para mí no hay diferencia. Yo creo que la experiencia suele ser más fiel a esta idea de río que la división académica de los conocimientos. Con todas esas referencias no pretendía un aparato erudito, sino un juego, y quise ponerlo todo el tiempo al servicio de la emoción. Cuando alguien decide publicar algo lo hace porque piensa que comparte algo valioso, y yo creo que la cultura ayuda a la emoción, al pellizco, a sentirte acompañado.
–Estrenará pronto su versión de Lear, y Shakespeare está presente aquí en uno de los poemas más conmovedores del libro, Hamlet ha perdido el reloj.
–Soy un shakespearófilo empedernido, porque creo que es quien más se acerca a esa idea de un autor como río. Nunca jamás una lectura de su obra va a ser la misma. El crítico Frank Kermode decía que Hamlet es el mayor bazar de la historia de la literatura, y es cierto, cada vez que entras encuentras una cosa nueva. Es una fiesta: esa incorrección, esa libertad con la que trabajaba. Es una pasión peligrosa, porque a medida que te apasiona más Shakespeare te interesa menos todo lo demás, y hay que tener cuidado con eso. Y no creo que él abrazara la escritura dramática como un mal menor. En absoluto. Su naturaleza, lo tengo claro, está en la escena.
No hay comentarios