El proceso del duelo

'El hombre que dijo adiós'. Anne Tyler. Traducción de Ana Mata Buil. Lumen. Barcelona, 2013. 224 páginas. 20,90 euros.

El proceso del duelo
Braulio Ortiz

04 de agosto 2013 - 05:00

El hombre que dijo adiós. Anne Tyler. Traducción de Ana Mata Buil. Lumen. Barcelona, 2013. 224 páginas. 20,90 euros.

Aaron, el protagonista de El hombre que dijo adiós, la nueva novela de Anne Tyler, es un hombre que sufre una malformación desde la infancia, pero no por ello ha sucumbido a la tentación del victimismo. "Puede que sea distinto del resto de la gente, pero no soy más desafortunado. Estoy seguro", asegura el personaje y narrador de la historia. Ciertamente, la autora de El turista accidental siempre ha elegido a individuos distintos para sus libros, pero nunca le ha interesado acentuar esa posición en los márgenes: pese a la extravagancia de sus criaturas, la norteamericana consigue siempre que el lector se sienta reconocido, quizás porque, al fin y al cabo, viene a decirnos Tyler, toda vida, por anodina que pueda parecer, esconde su ineludible cuota de excentricidad.

Aaron, editor de libros por encargo y de guías para principiantes, vive tras la muerte de su esposa, Dorothy, por un accidente (un árbol de grandes dimensiones se desploma sobre la casa y aplasta a la mujer) frecuentes apariciones de la fallecida. A Tyler no le motiva explicar el porqué de estos prodigios, sino retratar la vulnerabilidad de la pérdida y los recursos del ser humano para superar el dolor. El fantasma ayudará a Aaron a despedirse de Dorothy y redimirse de su pesar: la última conversación que el hombre tuvo con ella antes del terrible desenlace fue una discusión.

Por su brevedad y sencillez, quizás El hombre que dijo adiós no pueda incluirse entre lo mejor de la producción de Tyler -resulta difícil competir con una obra tan extraordinaria como Reunión en el restaurante Nostalgia, que Lumen rescató el pasado año-, pero en sus páginas se perciben las virtudes que han hecho de la escritora una de las voces más interesantes de las últimas décadas: su amor por los personajes -Tyler también crea secundarios fabulosos- y su capacidad para plasmar, con ternura y sin ampulosidades, el caudal irrefrenable de la vida.

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