Roger Corman, rey de la serie B (o Z) y maestro de maestros
Cine
Muere a los 98 años el director y productor, que apostó por los géneros más infravalorados pero recibió la admiración del mundo
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Ha sido noticia de alcance mundial la muerte a los 98 años de un productor y director de serie B, y muchas veces Z, que trabajó los infravalorados géneros de fantasía y terror con obras unas veces infames y otras apreciables pero siempre divertidas (y más, cuanto peores: me remito a la criatura de La mujer avispa, al marcianito tentacular chupasangre de Not of this Earth, a los crustáceos con un cierto aire de Georges Méliès de El ataque de los cangrejos gigantes o a los dinosaurios de Yo fui un cavernícola adolescente). ¿Sorprendente? No. Porque se trata de Roger Corman, el más popular y aclamado director de cine menor, el artesano que dio trabajo -estrujándolos a la vez que enseñándoles y dándoles oportunidades, como los maestros artesanos hacían con los aprendices- a jóvenes aspirantes a la interpretación y la dirección llamados Jack Nicholson, Peter Fonda, Dennis Hopper, Robert Vaughn, Francis Coppola, Martin Scorsese, Peter Bodganovich, Jonathan Demme, Ron Howard o James Cameron, el superviviente nato que nunca abandonó la zona baja de la producción en la que reinó mientras los grandes estudios se desmoronaban, el director de películas de serie B o Z que fue el más joven director homenajeado por la Cinemathèque Française en 1964, posteriormente agasajado por el British Film Institute y el MOMA de Nueva York, además de recibir en 2009 un Oscar honorífico por su impulso al cine y a los cineastas. Todo -apelo a mi memoria personal de espectador de muchas de sus películas- sin que estrenara más que en salas de segundo nivel y fuera carne de cines de barrio y de verano. Un caso único en la historia del cine.
El Hollywood clásico estuvo jerarquizado en cinco grandes estudios que abarcaban producción, distribución y exhibición (MGM, Paramount, 20th Century Fox, Warner y RKO), tres que producían y distribuían (Columbia, United Artist y Universal), los independientes (Samuel Goldwyn, Joseph E. Levine o Walt Disney, que producían pero carecían de distribución) y, en el extremo más modesto, los pequeños estudios muchas veces de corta vida agrupados en lo que no sin humor negro se llamó Poverty Row (Fila de los pobres) que solo producían series B o Z, no sin que algunas de ellas, como Republic, American International o Allied, aportaran algunas grandes obras. A este último universo del que la mayoría quería salir o en el que naufragaban al poco tiempo perteneció voluntariamente durante toda su larga carrera Roger Corman, cuya trayectoria definió él mismo en el título de su jugosa autobiografía: Cómo realicé un centenar de películas en Hollywood y nunca perdí un centavo (Amarcord Ediciones, 2023).
Empezó trabajando en las oficinas de 20th Century Fox como lector de guiones y en una agencia literaria que trabajaba para los estudios. Debutó como argumentista en 1954 con Conciencia culpable (Nathan Juran). Ese mismo año creó su productora Palo Alto y produjo por solo 12.000 dólares su primera película, El monstruo del Océano, dirigida por Wyott Ordung, un modestísimo artesano de películas de terror. En 1955 escribió y produjo The Fast and the Furious que dirigieron al alimón Edward Sampson y el actor John Ireland, que también la interpretó junto a Dorothy Malone. Rodada en nueve días con un presupuesto de 50.000 dólares, ingresó 250.000 y muchos años después inspiró la franquicia del mismo título. Y con ello encontró el rumbo de su carrera: pequeños presupuestos, pocos días de rodaje, truculencia y sexo en las dosis que no excedieran el límite que restringiría su distribución, instinto para encontrar jóvenes (y baratos) talentos y una eficaz economía narrativa muy próxima al lenguaje de los seriales de televisión.
Fue grande en su escala cuando cultivó abiertamente el humor negro y la parodia en La tienda de los horrores -posteriormente convertida en un excelente musical-, Un cubo de sangre y La criatura del mar encantado. Fue también grande al crear clásicos de la serie B como El hombre con rayos X en los ojos, aprovechando el declive de Ray Milland que se lo puso a tiro en dos películas, y trabajando ocasionalmente para los estudios en títulos como Los jóvenes salvajes para Columbia, con Peter Fonda y Nancy Sinatra, que fue exhibida en el festival de Venecia y -aplicando su fórmula- tuvo un presupuesto de 350.000 dólares y recaudó seis millones; o La matanza del día de San Valentín para la Fox.
Fue grande -y obtuvo su mayor reconocimiento- anticipándose a la Hammer y contendiendo con ella en la resurrección del terror clásico de atmósfera gótica: los ingleses lo hicieron resucitando el ciclo Universal de Drácula, Frankenstein o la momia, y Corman lo hizo adaptando a Edgar Allan Poe en el ciclo que le dio más prestigio en la primera mitad de los años 60: El pozo y el péndulo, La obsesión (basada en El entierro prematuro), Cuentos de terror (con estructura de episodios, se basa en El gato negro, El tonel de amontillado y La verdad sobre el caso del señor Valdemar), El cuervo (con un tono paródico y lejanamente basada en el famoso poema), La máscara de la muerte roja y La tumba de Ligeia, a las que sumó El palacio de los espíritus, basada en El caso de Charles Dexter Ward de Lovecraft aunque para aprovechar la fama de las anteriores -en este nivel del cine las reglas son flexibles- en Estados Unidos se tituló The Haunted Palace of Edagar Allan Poe. Todas rodadas entre 1961 y 1964 con esplendorosos repartos que unían a los jóvenes aspirantes con el gran Vincent Price -cuya profunda voz y efectismo gestual explotó con sabiduría- y otras glorias del viejo cine de terror como Peter Lorre, Basil Rathbone o Boris Karloff.
También fue grande en los años 70 y 80 como distribuidor situado en las antípodas de lo que producía y rodaba, comprando para el mercado americano a través de la distribuidora New World Amarcord de Fellini, Gritos y susurros de Bergman, Dersu Uzala de Kurosawa, El tambor de hojalata de Schlondorff, El diario de Adela H. de Truffaut o Mi tío de América de Resnais. Porque el rey de la serie B o Z era un hombre culto, inquieto (pero siempre con el ojo en el dólar: por la película de Bergman pagó 75.000 dólares y ganó dos millones), que tuvo en proyecto rodar Retrato de un adolescente de Joyce o El castillo de Kafka. Un tipo singular, sin duda. Tanto, y tan infatigable, que todo lo escrito aquí es solo una pequeña parte de lo que en sus 70 años de dedicación al cine hizo.
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