Alberto Cortés: los residuos del otoño
Artes escénicas
El creador escénico malagueño estrena los próximos días 20 y 21 en los Teatros del Canal de Madrid su nuevo espectáculo, 'Masacre en Nebraska', fruto de una residencia artística
Desde que fundara hace diez años junto a Alessandra García la compañía Bajotierra, el creador escénico Alberto Cortés (Málaga, 1983) ha dado cuenta de su preferencia por los límites para llevar el teatro a otra parte. Y lo cierto es que, mucho más allá de la etiqueta independiente, su empeño ha demostrado en esta década que el escenario contiene aún numerosos territorios inexplorados en los que Cortés ha sabido internarse con tanta intuición como valentía. Para ello se ha valido lo misma de la danza que de la performance, la escritura y cualquier instrumento que quedara a su alcance (incluida la gestión cultural en la puesta en marcha de festivales como El Quirófano), pero seguramente es su concepción del hecho dramático como un objeto plástico la que le ha permitido abrir más puertas y llevar al espectador a los lugares menos frecuentados. Málaga ha sido un testigo excepcional de esta aventura al haber acogido buena parte de sus estrenos y al haber podido seguir de cerca la evolución de un artista único, capaz de reinventar cualquier tradición (cualquiera: basta recordar su libre reivindicación de los verdiales en Viva la guerra) y de ser también un clásico, a su manera, eliminadas al fin todas las barreras y prejuicios. Pero no deja de ser una buena noticia que Alberto Cortés gane incondicionales a su causa en cualquier parte. Y si su proyección nacional e internacional continúa creciendo con paso firme, es ahora el Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid el que ha decidido abrirle las puertas: será los próximos días 20 y 21, en la Sala Negra de los Teatros del Canal, con el estreno absoluto de su nuevo espectáculo, Masacre en Nebraska, fruto de una residencia artística en L’Estruch de Sabadell, el Leal Lav de Tenerife y el Festival inTACTO de Vitoria.
Para armar su nueva propuesta, Cortés ha contado con algunos aliados habituales como el poeta Cristian Alcaraz, con quien ha escrito los textos, así como de Rebeca Carrera y Andrea Quintana en la creación e interpretación, Paloma Peñarrubia en la composición musical y la definición de los espacios sonoros, Azael Ferrer en la iluminación y Martín de Arriba en la creación audiovisual. Pero el verdadero protagonista de Masacre en Nebraska es el público local, que de hecho aparece consignado como creador en los créditos del montaje. Y no se trata de una mera interacción, sino de algo bastante más hondo que pone patas arriba las convenciones en torno a la creación artística: la propuesta se construye sobre los residuos de la experiencia de los espectadores como tales, de los recuerdos de lo que han visto en sus butacas e incluso de lo que otros les han contado, para, a partir de ahí, construir una nueva experiencia escénica que será única e irrepetible en cada función. El propio Alberto Cortés lo explica así: “Masacre en Nebraska es una herramienta de acercamiento a las narrativas locales y sus historias, una estrategia de activación de lo local a partir de lo residual. Podría ser también una dispositivo de narrativa corporal y oral, un ejercicio de memoria colectiva, una reflexión sobre la verdad y la mentira de las historias. Una manipulación, a fin de cuentas”.
Si la idea de crear una obra artística a partir de la experiencia y los recuerdos del público es una quimera perseguida desde antiguo en el teatro, el cine, el arte y la literatura (también, en gran medida, el recuerdo común del público sustentaba la tragedia griega), el órdago que ha plantado Alberto Cortés para conseguirlo resulta, como poco, alentador. Conceptos como historia y espectáculo quedan dispuestos a significar de otra manera. El teatro no era aquello que nos habían contado.
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